«Las iglesias no pueden tolerar el racismo»
La Iglesia católica y el Consejo Mundial de las Iglesias abordan juntos el problema de la xenofobia, que afecta también a algunas comunidades cristianas. «La propia experiencia es el mejor camino para vencer el miedo», afirma el nuevo secretario general de CCEE
La cumbre informal de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea que este jueves concluye en Austria se ha centrado una vez más en la política migratoria, en una difícil búsqueda de puntos de encuentro entre el bloque de los países del Este más Austria y ahora Italia (que busca el blindaje de las fronteras), y el más abierto a la acogida, liderado por Francia y Alemania, al que se ha sumado ahora España.
Las comunidades cristianas no son ajenas a esta división. Algunos grupos defienden abiertamente la línea del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, o la del primer ministro húngaro, Viktor Orban, que justifica su rechazo a la inmigración apelando a ser parte de «la familia cristiana europea». La conferencia episcopal de su país ha mostrado comprensión hacia él.
«El fenómeno de la inmigración tiene un enfoque diferente entre la Europa occidental y la oriental», reconoce Martin Michalícek, sacerdote eslovaco y nuevo secretario general del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE). La semana pasada, esta entidad celebró en Polonia su asamblea plenaria, sobre El espíritu de solidaridad en Europa. Según el mensaje final, los obispos abordaron «las diferentes decisiones tomadas por sus respectivos gobiernos» sobre migraciones. No mencionaron –matiza Michalícek– países concretos. Pero reiteraron, sumándose al Papa, «que la solidaridad es el camino inevitable para resolver los problemas […]. Este camino incluye la apertura y la integración», concluye el mensaje final.
Son evidentes las diferencias entre el pontificado de Francisco y la actitud en el este de Europa, ya sea rechazando la acogida o soslayándola y subrayando en su lugar otros aspectos como la ayuda en los lugares de origen, la preferencia por los refugiados cristianos, o la voluntad de los migrantes de ir solo a países del oeste de Europa. Esta división preocupa en la Santa Sede, que el año pasado lanzó la campaña Compartiendo el viaje para combatir la xenofobia en las comunidades cristianas. Esta semana, en Roma, se está celebrando un congreso mundial sobre Xenofobia, racismo y nacionalismos populistas, organizado con el Consejo Mundial de las Iglesias (CMI). Encuentros como este, el del CCEE en Polonia o los que el CMI viene celebrando en los últimos años son una buena forma de que los líderes eclesiales se escuchen, compartan inquietudes y tiendan puentes. También se ha implicado a representantes de las iglesias del este en el trabajo de la Santa Sede sobre migraciones.
Reflejo de las sociedades
El alemán Marin Robra, de la Secretaría General del Consejo Mundial de las Iglesias, rechaza que se vea a los cristianos del este, de forma generalizada, como insolidarios. «Están tratando de hacerlo lo mejor posible. En Hungría, por ejemplo, los presbiterianos están haciendo un trabajo maravilloso». Sí reconoce que estas comunidades «reflejan hasta cierto punto la realidad de sus sociedades. Hay gente que se preocupa, tiene miedo, y sigue a los políticos que capitalizan este temor. De vez en cuando algún sacerdote, quizá un obispo», se pronuncia en esta línea. «Si eso ocurre, hay que responder. Y los líderes lo hacen».
Robra recuerda que gran parte del recelo hacia los inmigrantes se da entre personas de clase media baja, que antes de las últimas oleadas de inmigración se vieron afectadas por los efectos de la globalización y la crisis económica. «Prometer una respuesta a estos problemas haciendo del extranjero un chivo expiatorio es una vieja actitud fascista», condena.
Para responder a esta tendencia, recomienda por un lado ser prudente y realista ante las inquietudes que la inmigración genera, en la línea del Papa Francisco de acoger en tanto en cuanto se pueda integrar bien. «Si reaccionas de forma ingenua, la gente no te creerá y no puedes construir la confianza necesaria» para un trabajo de esta magnitud. Pero «las iglesias no pueden tolerar el racismo. Respetan las identidades nacionales. Pero cuando esas actitudes contribuyen a la injusticia, hay que recordar a estas comunidades que Cristo trasciende las fronteras. Los derechos humanos universales no deben ser ajenos a las iglesias. Como ha dicho el metropolita Gabriel de Grecia [durante el congreso], la tolerancia tiene un comienzo y un final, pero el amor de Cristo no tiene fin».
Cierta responsabilidad del rechazo a los inmigrantes y refugiados recae, según el padre Martin Michalícek, secretario general del CCEE, en los medios de comunicación que buscan audiencia «con noticias exageradas y hechos extraordinarios. La Iglesia tiene aquí una gran tarea de educar a los periodistas. Estos también deberían dar espacio a las experiencias bonitas con inmigrantes. El camino para vencer el miedo al distinto es la propia experiencia».
Él es bien consciente de ello, pues en su Eslovaquia natal participó junto al Gobierno y una ONG en la acogida a un grupo de refugiados cristianos de Irak. «No fue fácil porque fue antes de unas elecciones y esta cuestión era sensible. Hicimos muchos esfuerzos para formar la conciencia de nuestros feligreses. No tenían miedo por maldad, sino por las noticias. Les explicamos cuál tenía que ser la actitud cristiana. Y, después de que llegaran los refugiados, el ambiente se calmó».