Las heridas espirituales de la violencia doméstica
La humillación, la culpa, el maltrato psicológico, la agresión física, la falsa luna de miel… son elementos que acompañan el fenómeno de la violencia doméstica. Todos ellos dejan en víctimas —y en agresores— heridas interiores de la que se sale con terapia y esfuerzo, y que culminan cuando se da el perdón a uno mismo y al otro
«El principal efecto cuando alguien ejerce violencia sobre ti es que pierdes la dignidad. Esa persona destruye tu personalidad, ataca lo más íntimo de ti. Te quita tu ser, te impide el amor a ti mismo, te quita tu amor propio. Ese menosprecio continuo te mina por dentro, y te quita el punto sólido que necesitas para construir tu vida», afirma Alejandra Vázquez, psicóloga sanitaria y jurídica, con ocasión del Día Mundial contra la Violencia de Género, que se celebra en todo el mundo el 25 de noviembre.
Después de trabajar con mujeres y menores durante años en el Hospital San Juan de Dios, de Barcelona, y en un centro de ginecología público, Vázquez constata que «llega un momento en el que la víctima necesita encontrar un sentido a lo que está pasando y se culpabiliza. Como es algo incomprensible, de alguna manera deduce que tiene que ser culpa suya. Es un fenómeno muy frecuente tanto en mujeres como en niños».
Este ciclo de violencia comprende varias fases: el agresor ejerce sobre su víctima una serie humillaciones y desprecios que conducen a la sumisión; luego viene la explosión de violencia física; y le sigue una falsa luna de miel o reconciliación en la que el agresor le hace ver que ha explotado por culpa de ella. «Esta culpabilización de la víctima va acompañada de muestras de afecto, lo que provoca más sometimiento todavía, y más interiorizado. Es la fase culmen del maltrato psicológico y es muy difícil salir de ella», afirma la psicóloga.
El maltrato en los niños
«En el caso de los niños hay un elemento muy dañino: hay una persona de la que deberías estar recibiendo total donación y amor, y en cambio recibes todo lo contrario», explica Alejandra Vázquez, que identifica una «herida espiritual tan grande que te crees que no eres digno de ser amado. Esa persona te manifiesta odio, se descarga en ti por algo que no has hecho: creces así y no entiendes nada, y eso crea mucho desconcierto y te sientes rechazado». Todo ello «acaba forjando la personalidad y produce muchos desequilibrios emocionales y mucho desorden en los niños».
El perfil del agresor
«En una agresión por violencia doméstica el agresor, maltratando a su pareja, está actuando en contra de aquello para lo que le ha creado Dios, atenta contra su propia felicidad y se incapacita para hacer el bien», explica la psicóloga.
En muchos casos, el perfil del agresor tiene un denominador común: «el agresor suele haber sido él también víctima de violencia en su infancia. Es la realidad de muchos casos, que han sufrido la psicopatía de su padre o de un tutor», lo que ha generado «una laguna de amor, una herida y un vacío que han originado una egotización de su ser». En contrapartida, también sucede lo contrario: «Hay muchos que pasan por lo mismo y han sufrido violencia, pero no acaban así. No hay un determinismo».
¿Se puede trabajar psicológicamente con un agresor? «Claro que sí —responde Alejandra Vázquez—, pero es necesario que él quiera también trabajar». La actuación psicológica con el agresor parte de la base de que la libertad es total y absoluta: «hay teóricos que afirman que un psicópata nace. Yo estoy en contra de esta tesis, por mi experiencia profesional y por mis convicciones vitales: es imposible que Dios cree un monstruo. Un psicópata no nace, se hace, pero llega un momento en el que a base de repetir actos libres de la propia voluntad cada vez es más difícil la vuelta atrás».
Esto tiene también para el agresor unas consecuencias espirituales muy concretas, sobre todo «la infelicidad absoluta» porque «no están viviendo lo que están llamados a ser, ese bien que se traduce en estabilidad y felicidad. El camino de la violencia es insaciable, es progresivo, y va cogiendo velocidad e intensidad. Si entras en la rueda tienes un vacío tal que es imposible de llenar por mucho que lo intentes controlar. La consecuencia fundamental es la destrucción interior de la persona».
La terapia adecuada
Ambos actores, víctima y agresor, necesitan una terapia que repare su personalidad, y que en su fase última llega con el perdón. «El principal acto de perdón de una víctima es a sí misma. En terapia hay que conseguir entrar en este proceso y comenzar primero por perdonarte, entender que tú no eres la responsable de los actos del agresor».
La siguiente fase del perdón es el que se concede al agresor. Esto cuesta mucho porque la herida psicológica suele ser muy profunda, «pero yo he visto que el perdón de la víctima a sí misma es muy liberador. He conocido casos en los que se ha dado y he sido testigo de cómo se sanan las heridas de la víctima». Este proceso pasa por tratar de entender la herida del agresor y tratar de perdonarlo aunque sea interiormente. «Es algo sumamente reparador, es la tijera que corta el vínculo podrido con esa persona que te ha agredido», dice la psicóloga.
¿Es posible también que el agresor llegue a darse cuenta de lo que ha hecho y pueda perdonarse también a sí mismo? «Sin duda —responde Alejandra—. Se puede hacer si se trabaja. Si el agresor está dispuesto se puede conseguir».