El gran tema de la justicia restaurativa empieza a ser argumento de guiones cinematográficos muy solventes. Recordemos el caso de la española Maixabel o de la americana Mass, de las que dimos cuenta en estas páginas. Ahora es el cine francés el que, con un largometraje escrito y dirigido por Jeanne Herry, pone sobre la mesa la cuestión del encuentro entre víctimas y victimarios. Encuentro que puede desembocar o no en el perdón, como un gesto sobrehumano, pero que siempre busca la sanación de la víctima y la asunción del dolor ajeno por parte del agresor.
En esta película los verdaderos protagonistas son tres mediadores de justicia restaurativa, compañeros en lo profesional y muy amigos en lo personal: Judith (Élodie Bouchez), Fanny (Suliane Brahim) y Michel (Jean-Pierre Darroussin). Los tres trabajan a las órdenes de Paul (Denis Podalydès). Por un lado, preparan como equipo una serie de sesiones conjuntas en las que, del lado de las víctimas, se sentarán Gregoire (Gilles Lellouche), cuya casa fue asaltada con violencia; Sabine (Miou-Miou), que sufrió la técnica de robo del tirón, y Nawelle (Leïla Bekhti), cajera de un supermercado que fue atracado. Por parte de los victimarios acudirán Issa, Nassim y Thomas, tres delincuentes bastante sórdidos. Al margen de estas reuniones, Judith trabaja en el caso de Chloé (Adèle Exarchopoulos), una joven que fue abusada durante años por su hermanastro Benjamín, que una vez acusado y satisfecha su condena ha vuelto a la misma ciudad que su hermana. Chloé quiere un cara a cara con su hermano para luego ya no verle nunca más.
La película va narrando el desarrollo de dichos procesos, con sus altibajos, sus momentos de tensión y de relajación, de incomprensión mutua y de empatía, de cercanía y distancia. En el caso de Chloé vemos las huellas indelebles de los abusos sexuales en el seno familiar, con sus componentes de secretismos y complicidades. Todas las víctimas arrastran algún tipo de tara postraumática, lo cual les ha empujado a dar el paso de asistir a los encuentros restaurativos. En paralelo, la guionista nos va dando a conocer las situaciones personales de los mediadores, sus problemas familiares y sus propias heridas.
Los dos grandes pilares que sostienen una película como esta son unas interpretaciones creíbles, realistas y que transmitan autenticidad, y un guion —especialmente en sus diálogos— muy inteligentemente pensado. Las dos condiciones se dan en esta cinta que, aunque en algún momento puntual decae en interés, mantiene al espectador en continuo estado de alerta emocional. Las dos caras de la justicia no es una película que hable del perdón cristiano ni nos ofrece un idílico e improbable happy end hollywoodiense. Pero es realista y esperanzada. No oculta el mal ni censura el bien. Abre caminos, no los cierra; da pistas, no recetas; no elimina las heridas, pero las empieza a sanar. En definitiva, deja a sus personajes en mejores condiciones que al principio. Y, seguramente, al espectador también. Una película digna, seria y sumamente interesante.
Jeanne Herry
Francia
2023
Drama
+16 años