«Las cosas han cambiado muchísimo con Francisco»
Cristina López Schlichting será una de las ponentes en el Congreso del EMF previo a la llegada del Papa
«Cuando recibí la carta del cardenal Farrell [prefecto del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida], aluciné. Me pasé un mes llamando al Vaticano y a Dublín para explicar que estoy anulada de mi matrimonio, que no soy un ejemplo para nadie…, pero desde la primera a la última persona con la que he hablado, todo lo que he recibido es cariño: “Eres parte de la Iglesia”. Ha sido una verdadera gozada».
La periodista de COPE Cristina López Schlichting será una de las ponentes durante el congreso que se celebrará en Dublín del 22 al 24 de agosto, precediendo a la llegada del Papa, con el objetivo de desgranar las propuestas de la pastoral familiar de Francisco. «Estamos en un proceso interesantísimo de recuperación de un rebaño enorme, el mundo entero, que no se adapta a las normas pelagianas en las que nos habíamos instalado», dice la periodista. «Esto está en marcha ya. Las cosas han cambiado mucho con Francisco. El cariño con el que las comunidades hoy acogemos a las parejas divorciadas, el abrazo que damos a las personas homosexuales… Sin salirnos del orden canónico, pero con comprensión humana. Esto es precioso. Hay un antes y un después» de la Amoris laetitia.
«Hubo un momento en la Iglesia, y hablo en primera persona, en que perdimos de vista el hecho de que todos somos el hijo pródigo, incluso aquel que se sabe de memoria los mandamientos y acude periódicamente a los sacramentos», prosigue. Pero «todo ese esfuerzo moral carece de sentido, a menos que percibas esa gran ternura en la Iglesia como la que he podido experimentar yo».
«Me parece –insiste– que hemos subrayado demasiado las normas con respecto a la belleza de la fe. No se trata de cambiarlas, sino de anteponer otras cuestiones. ¿Quién no sabe que la Iglesia no aconseja las relaciones prematrimoniales? ¿Quién no sabe que desaconseja desvincular el sexo de la reproducción? De hecho, a veces, lo único que conoce el mundo de nosotros son esas normas». Pero «desconoce, y a veces los católicos también, que sin Cristo no hay esperanza». Cuando los apóstoles y las primeras comunidades cristianas conocen a Jesús, «a lo mejor siguen siendo los mismos mentirosos o los mismos cobardes de siempre, pero su vida entera ha cambiado. Cuando te encuentras con Cristo, la cuestión ya no es tu debilidad, sino su fuerza; no es tanto tu fealdad, sino su belleza; no es tanto tu mezquindad, sino su grandeza. Y esto es la esperanza cristiana. De modo que no nos confundamos: aquí no hay un problema relativo a la ortodoxia. Cuando Agustín se convierte, su reflexión no es: “Voy a dejar de fijarme en todas las mujeres hermosas“. No: Lo que dice es: “Tarde te amé. Qué dolor haberme perdido esto”. Y sí, su corazón empieza a hacer un camino de recuperación moral, pero a consecuencia de ese abrazo».
Ese cambio afecta especialmente a la comprensión de la misión y a la educación de los hijos, prosigue López Schlichting. «El problema es que damos por supuesta nuestra conversión. Nos certificamos a nosotros mismos como convertidos. Y como “yo ya me lo sé, ahora dame una lista de normas”. Pero eso no funciona. Cuando te miran, tus hijos tienen que percibir que Jesús te ha cambiado el corazón. Luego está su libertad y los tiempos, que son del Señor. Pero tú tienes que despojarte del hombre viejo cada día y experimentar en tu vida el milagro del hombre nuevo que hace el Señor en nuestras vidas».
Todo eso es se concreta en la imagen de la Iglesia como hospital de campaña que propone Francisco, cree la periodista. Se trata, en primer lugar, de «reconocernos mendigos que necesitan el amor de Dios». Y a partir de ahí, ofrecer un «espacio a todos», en medio de «esta sociedad nuestra tan frenética, donde lo único que importa es el dinero y el éxito, que está dejando los corazones desolados».
¿Cómo surge tu participación en el Congreso del Encuentro Mundial de las Familias de Dublín?
No lo sé. Es sencillamente asombroso. Cuando recibo la invitación del cardenal Farrell [prefecto del Dicasterio de Laicos, Familia y Vida], que yo en un primer momento no sabía ni quién era, aluciné. Me pasé un mes entero escribiendo al Vaticano y a Dublín para explicar que estoy anulada de mi matrimonio, que quiero formar una nueva familia… Que no soy un ejemplo en ningún sentido. Pero llevo un mes recibiendo cariño, que es lo que me ha pasado siempre en la Iglesia. Todas las personas que han hablado conmigo, desde los altos cargos hasta los sacristanes, me han dicho: «Eres partes de la Iglesia»; «la realidad hoy es así»; «Cristo nos quiere unidos»… Una verdadera gozada.
¿Qué expectativas tienes con respecto a la pastoral familiar
Yo creo que esta es una carrera de fondo. El Papa Francisco está siguiendo la estela de Juan Pablo II y Benedicto XVI en un proceso interesantísimo de recuperación de un rebaño enorme, que es el mundo entero, que no se adapta a las normas pelagianas en las que nos habíamos instalado para nuestra comodidad mental, y que está haciendo un camino interesantísimo con la Iglesia. Esto está en marcha ya. Las cosas han cambiado ya muchísimo. El cariño con el que en las comunidades hoy acogemos a las parejas divorciadas, el abrazo que damos a las personas homosexuales, el camino que hacemos despacio (sin salirnos del orden canónico, pero con comprensión humana)… Todo esto es precioso. Hay un antes y un después. Y esto ya está.
¿Pelagianismo, o simplemente pedagogía? Al hijo que un día saca los pies del plato, se le regaña. Pero al hijo pródigo que estaba completamente perdido y destrozado, hay que recibirle con un abrazo. ¿Quizá la lógica es que en otro tiempo reñir funcionaba pero hoy estamos en una realidad distinta?
Sí y no. Es verdad que la situación ha cambiado y nos relacionamos con un mundo que ya no comprende el cristianismo. Pero sí ha habido un momento en la Iglesia, y hablo personalmente, en que hemos perdido de vista el hecho de que todos somos el hijo pródigo, hasta aquel que se sabe de memoria todos los mandamientos y acude periódicamente a los sacramentos. Y el problema es que no somos el hijo mayor, de verdad que no. Cuando Cristo hace esa parábola creo que es para afear la conducta del mayor y para encarecer la conducta del padre con respecto al hijo menor que somos todos. Y si tú no percibes esa gran ternura que percibo yo en la Iglesia y esta belleza en el horizonte, todo el esfuerzo moral carece de sentido, mientras que del otro modo se hace grato. En la misma dinámica de la moral está esta necesidad de ser querido e intuir un horizonte de libertad, de belleza y verdad.
¿Qué te gusta más de la Amoris laetitia?
Me encanta el sentido del humor del Papa… Nosotros pensamos que el adulterio, el divorcio, los abortos… son un problema del siglo XXI. Pero si uno repasa la historia comprende que no es así, y el Papa tiene el sentido del humor de recordarnos lo que hacían en el Antiguo Testamento: como David manda a la guerra a Orías porque le quiere robar la mujer. O los follones familiares de los profetas. Hay cosas inauditas, como incestos. Y han estado siempre ahí. Realmente el hombre no ha cambiado tanto. Y me parece inteligentísimo por parte del Papa recordárnoslo. Me encanta la ternura que demuestra hacia todos nosotros, su comprensión del hecho de que nadie está realmente en la ortodoxia. Si verdaderamente nuestro objetivo es estar en la ortodoxia, entonces lo que nos conviene es alguna secta, algún partido… Pero si nuestro objetivo es conocer a Cristo, entonces el camino es otro.
Como comunicadora, ¿qué aspectos destacarías para presentar esta imagen de la Iglesia que quiere ofrecer el Papa con la Amoris laetitia?
La verdad de la Iglesia, que es un hospital de campaña. El ser humano siempre ha estado herido. Esta sociedad nuestra tan frenética donde realmente lo único que importa es el dinero y el éxito en el trabajo y el narcisismo está dejando desolados los corazones, la Iglesia es un hospital de campaña. Esto se lo tenemos que hacer transparente a todo el mundo sin pararnos en cuál sea su condición. Porque hay un espacio para todos. Y hay un recorrido para hacer todos, aunque sea con mucha paciencia y errores. Y esto se está sustanciando, de verdad. Yo me doy cuenta por ejemplo de que un divorciado vuelto a casar puede que en determinados momentos no comulgue, pero está en el centro de la comunidad. Porque si él y su mujer se arrodillan son el ejemplo para todos, ya que están custodiando el sacramento en la medida en que manifiestan con un camino muy doloroso un gran respeto. A su vez, si después un obispo determina que estas personas, porque se sospeche la nulidad del matrimonio, están en condiciones de comulgar, acoger esto con alegría en la comunidad también es una novedad. Si una persona se está planteando su identidad sexual por las razones que fuere, la cuestión es mantenernos a su lado y recordarnos que lo que le define no es esa identidad sexual, sino su identidad como hijo de Dios. Todo esto es muy hermoso. Verdaderamente yo percibo que hay una mayor caridad en la Iglesia ahora.
¿Crees que es más pedagógico presentar ideales fuertes, como novios que siguen la Humanae vitae al 100 %, o bien ofrecer una imagen de los católicos más vulnerable?
A mí lo que más me interesa no es que los novios cumplan las normas de la Humanae. A mí lo que me interesa es que tengan el corazón alegre porque tienen delante matrimonios que constituyen un horizonte envidiable. Es el problema de seguir a los santos, que constituye el tejido clásico de la Iglesia. Me parece que hemos subrayado demasiado las normas con respecto a la belleza de la fe. Entonces, no se trata de cambiar las normas. Las normas son fruto de una sabiduría ancestral y se refieren a valores muy reales. Se trata de anteponer otras cuestiones. Ya hemos abundado mucho en las normas. ¿Quién no sabe que la Iglesia no aconseja las relaciones prematrimoniales? ¿Quién no sabe que la Iglesia desaconseja desvincular el sexo de la reproducción porque te hace tener una mirada sobre el otro de utilización? Todas estas cosas las sabemos. Es más, en algunos casos el mundo lo único que sabe de nosotros son estas normas. Pero lo que el mundo desconoce, y a veces los propios católicos también, es que sin Cristo no hay esperanza. No la hay para el matrimonio, no la hay para la sexualidad, no la hay para el trabajo, no la hay para la muerte… Y lo que los apóstoles y las primeras comunidades cristianas reconocen es que su vida entera ha cambado de repente. A lo mejor siguen siendo los mismos mentirosos, como Pedro. O los mismos cobardes. O tienen la misma debilidad por la carne. Pero si te encuentras con Jesús tu vida entera ha cambiado, porque la cuestión ya no es entonces tu debilidad, sino Su fuerza; no es tanto tu fealdad, sino Su belleza; no es tanto tu mezquindad, sino Su grandeza… Y esto es la esperanza cristiana. De tal modo que no nos confundamos: esto no es un problema relativo a la ortodoxia. Nadie la discute. En esto Francisco, cuando nos recuerda que le aborto es un crimen nazi, sigue los pasos de la tradición de la Iglesia. Lo que está es abundando en el método clásico de la Iglesia, que no es el moralismo. Cuando Agustín se convierte, su reflexión no es: «Voy a dejar de fijarme en todas las mujeres hermosas». No. Su reflexión es: «Tarde te amé. Qué dolor haberme perdido esto». E inmediatamente el corazón empieza a hacer un camino de recuperación moral, pero es a consecuencia de ese abrazo.
¿Qué es la oración?
La oración, que es lo que yo he descubierto reflexionando para el Congreso de Dublín, es el hombre mendigo en todas las circunstancia de la vida, es el descubrirse a uno mismo mendigo. Si te das cuenta de que necesitas el amor del Señor, lo pides en todas las circunstancias y ni siquiera necesitas un tiempo de silencio, aunque claro que es bueno dedicarle un tiempo al silencio. Yo cuento en el texto que voy a exponer una anécdota de dos amigos míos, los dos ya fallecidos: Enzo Piccinini y Luigi Giussani, el fundador de Comunión y Liberación. Enzo era un cirujano con una agenda terrorífica, era muy audaz y se hacía cargo de operaciones que otros rechazaban. Se pregunta cómo rezar en medio de tal locura de horarios. Y en determinado momento le dice a Giussani: «Ya he encontrado la solución, me voy 10 minutos antes de cada operación a la capilla y me encomiendo». Don Giussani le mira con ternura como hacia tantas veces con todos nosotros, como diciéndole: «Veo que no entiendes nada». Y le explica que el momento de la oración es en el que el bisturí se hinca en la carne del paciente. ¿Eso significa ponerse a rezar el Rosario en medio de la operación? ¡No! En vez del hígado operarías el riñón. Lo que está diciendo es que el cristiano adquiere una nueva conciencia de la realidad y en el momento en que corta el vientre del paciente es perfectamente consciente de que forma parte de la obra creadora de Dios. Esto hace épica la vida del cristiano y sumamente divertida. Y esto es la oración. De tal manera que, cuando yo me pongo en el micrófono, intento tener esa mirada. Normalmente no lo consigo (¡es el fallo siempre del moralismo), pero hay veces en que me sorprendo de la persona que entra en el estudio, en que me descubro durante 45 minutos hablando con Imanol Arias y me admiro de su belleza, cuando me habla de cómo ha descubierto a su padre al rodar Cuéntame. Y doy gracias a Dios de lo que he aprendido con él, y nos encontramos como amigos en el camino, y entonces sabes que la vida tiene sentido y que después la intuición que llevas en el corazón se sustanciará para siempre. Esto es la oración y es muy hermoso.
¿Cómo se inculca esto a los hijos?
No se trata tanto de soltarles un rollo a tus hijos, como de que ellos puedan ver que te está pasando algo. Cuando tú te enamoras, eso se nota. Si yo vuelvo de la India cambiada porque he conocido el carisma de Teresa de Calcuta, es inevitable que se lo cuente, porque no puedo no contárselo.
Pero ocurre que damos por hecha nuestra conversión, nos certificamos a nosotros mismos como convertidos, y «como yo ya me lo sé, ahora dame una lista de normas para que yo las vaya aplicando». Nada de esto tiene que ver con el método cristiano, que es el enamoramiento. El Señor se hace presente y te cambia el corazón. Y el corazón cambiado de una persona es transparente para todos. Si tus hijos ven que hay algo nuevo, lo percibirán. Luego está su libertad, y los tiempos, que son del Señor. Pero el problema estriba en no dar la conversión por realizada, porque no es cierto. Todos los días tenemos la tentación del hombre viejo. Y todos los días debemos vivir el milagro que realiza el Señor en nuestras vidas del hombre nuevo.
Vas a abrir la próxima temporada radiofónica en Damasco. ¿Pensarás en las familias sirias en Dublín?
Yo voy a Siria como mendiga, porque ahí se están dando unos testimonios de santidad más prominentes que se han conocido. Cuando a ti te dice un hombre de 40 años que se hizo sacerdote porque al párroco de su barrio lo mataron, te quedas con los ojos como platos. Como cuando te cuenta una señora que los del Daesh han ajusticiado a sus hijos, pero les da las gracias porque, al haber grabado el asesinato, pudo ver que murieron rezando el Padrenuestro. Yo no voy a Siria a enseñar nada, sino a aprender de estas personas. Y claro está, a explorar las posibilidades políticas de la paz, a entrevistar al presidente Asad y a echarle en cara sus excesos y preguntarle por una vía de equilibrio que tenga en cuenta no solo a Rusia, sino también a EE. UU. Pero respondiendo a tu pregunta, las familias de Siria no son distintas de las familias de Dublín o las de España. Los seres humanos tenemos matices y peculiaridades, pero nuestro deseo es universal: el hombre tiene un deseo de verdad, bien y belleza nazca donde nazca, y su única esperanza eterna se llama Cristo, lo sepa a no.
¿Cómo ves la situación de la mujer en la Iglesia?
He recibido la invitación a participar en Dublín con un enorme agradecimiento también como mujer. Yo que soy muy feminista, que no hembrista, en el sentido de que reivindicado una igualdad social y legal de la mujer, algo que, ojo, solo se da en las culturas que nacen del humanismo cristiano. Por eso siempre he anclado este feminismo en mi pertenencia a la Iglesia. Lo he aprendido de Edith Stein, de Teresa de Jesús…, y nunca he tenido la sensación de que la mujer fuera menos en la Iglesia. ¿Que en la Iglesia hay mucho machismo? Sí, muchas veces por parte de laicos, mujeres incluidas, que son tremendamente clericales en les sentido anticuado del término. En el fondo lo que nos está pidiendo el Papa Francisco en esto es también la conversión, para que reconozcamos la capacidad de liderazgo y autoridad de la mujer, igual que la del hombre, y romper los techos de cristal que son nuestros prejuicios. Ahí sí es verdad que hay muchísimo que hacer.
¿Por dónde empezarías?
Las mujeres estamos hartas de muchas cosas, lo primero de ser abandonadas en cuestiones como la educación de los hijos o la gestión del hogar, como si fueran exclusivamente femeninas. El varón tiene que recuperar un protagonismo en casa. Esa ausencia además le está impidiendo gozar de un aspecto muy importante de la realidad. Y estamos hartas del machismo de esas personas que tienen mucho miedo a admitir en su circulo laboral a señoras, porque como son distintas, les da pánico. Estas personas obstaculizan el avance social y el beneficio que entraña la presencia de hombres y mujeres en todos los espacios. Y esto es un enorme problema. La Iglesia está haciendo un esfuerzo por aplicar esto, pero creo que deberíamos ir incorporando a más mujeres a los aspectos más visibles de la Iglesia, que a lo mejor no son los más importantes, pero la visibilización de esa presencia ayuda, contribuye a romper el techo de cristal de la sociedad.