Las consecuencias de hacer de la vida privada un mercadeo
Hay quien se ha suicidado o, sin llegar tan lejos, quien se perdió la infancia de su niño por escribir un hashtag —detrás de otro—
Una influencer de Instagram con casi una decena de hijos —prodigados a cada gesto y con cada modelo de ropa a través de fotos desperdigadas por internet— reconoció en una ocasión, en una charla a un grupo reducido de interesados, que tuvo que «dejar este trabajo» en varias ocasiones por la obsesión que le producía mirar la vida de sus vástagos a través de su teléfono móvil. Que el benjamín hace un gesto gracioso mientras come un palito de zanahoria, corre a inmortalizar el momento. Y no para ampliar el nutrido álbum familiar de recuerdos nostálgicos de futuro, sino para animar a las cientos de miles de madres seguidoras a que sus retoños coman sano a partir de los 6 meses e introduzcan los beneficios del baby lead weaning, o lo que es lo mismo, que los niños pasen de la leche materna a comer sólido sin detenerse en los denostados potitos. Es bueno para ellos; dicen. Siempre hay una excusa perfecta para mostrar nuestra intimidad: ayudar a otros a tener buenos hábitos, escoger marcas respetuosas con el cambio climático o elegir ropa que no utilice manos infantiles en Bangladés. Y cobrando por ello, claro. Por eso, detrás de estas buenas intenciones hay una consecuencia macabra: hacemos de la vida privada un mercadeo y nos beneficiamos con ello. El escándalo de la italiana Chiara Ferragni y su panetone benéfico —como dice nuestro viñetista, sí, benéfico para ella— ha sido la gota que ha colmado el vaso en Italia y el Gobierno busca medidas de retención a la locura de utilizar a personas particulares para ser, ellos mismos, campañas publicitarias. El engaño a los internautas que desgastan las horas de su vida mirando las vidas de otras es patente e inmoral. Tanto o más que la estafa de la propia vida de estos hombres y mujeres que han pasado del anonimato a ser modelos para otros, sin filtros y sin medida. Ya pasa factura vivir así. Hay quien se ha suicidado o, sin llegar tan lejos, quien se perdió la infancia de su niño por escribir un hashtag —detrás de otro—.