Las cien vidas del Caballero de Gracia
Laico durante 70 años, sacerdote otros 32 más, propulsor de la adoración eucarística en España, amigo íntimo de Felipe II, de varios santos y de artistas como Lope de Vega, diplomático de renombre al servicio de la Santa Sede, enlace clave en la formación de la Liga Santa que derrotó al turco en Lepanto, benefactor incansable de los pobres… Es Jacobo Gratij, el Caballero de Gracia, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 500 años
Pocas personas han podido vivir tantas vidas en una sola como el italiano Jacobo Gratij, el Caballero de Gracia. Tras quedarse huérfano a los 12 años, conoce en Bolonia a Giovanni Battista Castagna, el futuro Papa Urbano VII, de quien no se separaría durante los siguientes 30 años. Fue amigo, secretario y administrador suyo durante todo ese tiempo, y se mantuvo fielmente a su lado mientras Castagna iba adquiriendo cada vez más responsabilidades en la Iglesia de su época: gobernador de varias regiones de los Estados Pontificios, obispo de Rossano, legado del Papa en la tercera sesión del Concilio de Trento, nuncio en España y en Venecia, mediador del Pontífice en varias guerras en suelo europeo… Incluso cuando se estaba fraguando la respuesta de las naciones europeas a la amenaza de la invasión turca, Castagna envía a Jacobo en misión de enlace entre España, Venecia y los Estados Pontificios, para articular una acción conjunta que finalizó con la victoria europea en la batalla de Lepanto.
En 1578 Jacobo y Castagna se separan, pues el Papa Gregorio XIII decide enviar a Jacobo a Madrid, a trabajar en la Nunciatura en España. Llega a la capital durante la Cuaresma de 1580, a la edad de 63 años, y aquí comienza la segunda parte de su vida. Si antes fue fiel servidor de la Iglesia en numerosos frentes, ahora aflorarán su piedad, su vida de oración y su atención a los pobres.
Laico y sacerdote
En Madrid se lanza a realizar distintas fundaciones caritativas, que lleva a cabo siendo laico: el hospital de italianos, el colegio de Loreto para niñas huérfanas, el Hospital de convalecientes e incluso un Carmelo descalzo. En este último caso, tuvo que valerse de su amistad con Felipe II para vencer las leyes de la época que impedían más conventos en Madrid.
Sin embargo, a los 70 años, después de algún tiempo sirviendo en la Nunciatura, Jacobo toma la decisión de ordenarse sacerdote. «Él se veía a sí mismo como un caballero de capa y espada –cuenta José Ramón Pérez Arangüena, vicerrector del oratorio del Caballero de Gracia, en Madrid, y autor junto a José María Sanabria de El Caballero de Gracia. Vida y leyenda (Palabra)–. Jacobo era entonces un diplomático fiel al servicio de la Santa Sede, tenía una gran relación con la familia real española, y gozaba de mucha simpatía y muy buen trato. Pero en su ancianidad se preguntó cómo podía seguir haciendo el bien, y cómo podía servir mejor a la Iglesia. Y fue entonces cuando tomó la decisión de hacerse sacerdote».
Su vida de piedad se intensifica desde entonces: dos horas de oración, una por la mañana y otra por la tarde; ayuno a pan y agua los lunes, miércoles y viernes; grandes disciplinas, y un trato aún más asiduo con el Señor que le llevaría a fundar en 1594 su gran obra: la Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento, abierta a «caballeros y ministros, sacerdotes, casados y solteros», hombres y mujeres.
La Congregación llegó a tener en su día más de 2.000 congregantes, y ha mostrado durante más de cuatro siglos una devoción continuada al Santísimo Sacramento. Jacobo introdujo en veladas y vigilias de oración elementos novedosos. «La música, el adorno del altar, las flores que le pulían, los aromas que se quemaban y las pláticas espirituales que oían, abrían más fácilmente la puerta a la oración y al trato familiar con Dios por medio de los sacramentos», como describe su gran amigo san Simón de Rojas. También solía dejar tapado el crucifijo para descubrirlo en el momento oportuno durante las celebraciones, y hasta llegó a usar fuegos de artificio; todo para ganar almas para Dios, en una simbiosis de imaginación y evangelización muy actual.
El Caballero quiere para Madrid lo que él había vivido a su paso por Trento. «Él quiere dejar una huella a través de la adoración al Santísimo Sacramento, lo que lleva poco a poco a las personas que llegan a él a tomarse en serio su vida cristiana», cuenta Pérez Arargüena.
Cristo en los pobres
Pero su vida de oración nunca se desentendió del sufrimiento ajeno. Eso lo aprendió de san Felipe Neri, a quien conoció en su juventud en Roma. Unió oración y atención a los pobres, y a los miembros de la congregación les animaba a visitar a los encarcelados y a los enfermos, y a realizar obras de caridad hacia los más desfavorecidos.
El Caballero dividía así su renta en tres partes: una para gastos de manutención, otra para pobres y enfermos, y la tercera para el culto al Santísimo. Pero aun en esto daba muestras de flexibilidad: «Muchas veces vinieron a pedirle que socorriese algunas necesidades, y hallándose sin dinero daba la misma plata con que se servía a su iglesia para que la empeñasen; y no solo una vez sino más de dos se quitó la ropa que llevaba puesta, y dio algo de sus vestidos a personas necesitadas y pobres», cuenta Alonso Remón, contemporáneo suyo y su primer biógrafo. Hasta en su lecho de muerte, cuando contaba ya con 102 años de vida, se agitó cuando llamaron de repente a la puerta, para decir: «A ver si es un pobre», y así poder darle limosna.
Un santo para hoy
«Aquí reposa el venerable Jacobo de Gracia, Caballero del orden de Cristo, noble por su sangre, ejemplar por las virtudes, insigne por la penitencia, admirable por la vida y ajustado por la muerte. Falleció lleno de frutos y años», dice la inscripción que acompaña hoy su sepulcro. Su ataúd se abrió en 1644 y se comprobó que su cuerpo estaba incorrupto, con las vestiduras intactas.
Los documentos de la Causa se perdieron en Madrid en algún momento de los últimos siglos, pero hoy la Asociación Eucarística del Caballero de Gracia, heredera de la antigua congregación, le ha dado un nuevo impulso. La postuladora, Juliana Congosto, destaca que el Caballero es modelo de santidad para hoy «porque siendo laico hizo distintas fundaciones, en las que en determinado momento desaparecía para dejar que los demás siguieran con la obra». También destaca su «espíritu de penitencia» y su «amor a la Eucaristía»; pero sobre todo que «en aquella época tuviera una mentalidad laical, creando una sociedad en la que cabían tanto sacerdotes como hombres y mujeres seglares».
El oratorio del Caballero de Gracia es hoy un foco de fe, de oración y de cultura en medio de la Gran Vía madrileña, uno de los lugares más transitados de España. «Mucha gente entra aquí sin saber bien dónde entra, y de repente se encuentra un ambiente de oración y de una gran belleza», cuenta Juan Moya, rector del Oratorio. «Aquí siempre hay gente rezando. Hay tres Eucaristías por la mañana y otras tres por la tarde cada día, y se expone el Santísimo durante muchas horas. Además, hay muchos sacerdotes confesando, por lo que mucha gente viene de otras partes de Madrid para confesarse aquí».
El oratorio alberga asimismo varias actividades de tipo espiritual, como retiros y meditaciones; de tipo doctrinal, sobre diversos temas de actualidad en la Iglesia; o de tipo formativo, como los cursillos prematrimoniales, a los que se apuntan cerca de 600 novios cada año, todos con su entrevista previa y detenida para cada pareja. También se organizan visitas a residencias y hospitales, además de peregrinaciones y actividades culturales, como conferencias y cinefórum. «Todo esto para evangelizar de alguna manera el centro de Madrid», concluye el rector del oratorio.
Con motivo del V centenario del nacimiento del Caballero de Gracia, el oratorio está acogiendo una serie de conferencias y actos conmemorativos alrededor de la figura de Jacobo de Gratij (más información en: caballerodegracia.org). El domingo 5 de marzo el cardenal Osoro presidirá la Eucaristía en el oratorio, a las 12:45 horas.