Hay recuerdos de infancia que bien podrían ser refugios contra los momentos difíciles de la vida. Pero en mi caso hay dos que, constituyendo auténticas trincheras, se las debo a un joven periodista pelirrojo y a sus viajes: Tintín. Los volúmenes con sus aventuras, editados por Juventud, me han dado muchas tardes de lectura cuando, cada semana, los iba sacando de la biblioteca en ese ritual tan bonito que es el tomar a préstamo y devolver, tomar a préstamo y devolver, y así sucesivamente. El otro es el de mi abuelo apareciendo en casa cada domingo con su periódico y un nuevo VHS de color amarillo que encerraba un episodio animado de las historias de estos personajes que fueron casi familia.
Ahora el streaming nos permite tener de vuelta todos estos episodios en Prime Video. Episodios repletos de dudas, intrigas, misterios, aventuras y emoción protagonizadas por unos personajes cuya valentía solo se ve superada por el amor, la amistad y la lealtad que se profesan. Historias que, además de nostalgia, son los valores que aprendimos y que, combinados con los buenos sentimientos y la disposición para defender una causa justa, creo suficientes como para dejar de leer esto y ponerse a verla.
Hay algo en cada uno de los episodios de Las aventuras de Tintín que lo hace memorable de por vida. Un lugar, un barco, un enemigo, una frase, una historia, un detalle o un amigo que se llevan dentro para siempre. Pero hay uno que es, entre todos ellos, sencillamente, el mejor. Porque nuestro capitán Archibald Haddock, marino e irascible, fue, es y será esa persona que siempre está; ese a quien, aunque pasen los años y el contacto sea poco frecuente, sabemos que podemos acudir para que todo mejore.
Pónganles estos días un episodio de Las aventuras de Tintín a los más pequeños de la familia. Háganles ese regalo ahora, cuando son niños, para que de adultos tengan, como quien escribe, ese sitio al que volver y esos amigos con los que contar una y otra vez.