La voz de las víctimas: «Llegué a creer que solo la muerte me libraría de la condena» - Alfa y Omega

La voz de las víctimas: «Llegué a creer que solo la muerte me libraría de la condena»

El acto de reconocimiento y reparación a las personas víctimas de abuso en nuestra Iglesia, en el exterior de la catedral de la Almudena, comenzó con la escucha de testimonios y sufrimientos de las víctimas. Los textos no fueron proclamados necesariamente por ellas

Redacción
Lectura del testimonio de una víctima de abusos
Foto: Archimadrid / David Mingo.

«Ellos me dieron la educación y la cultura, pero me robaron el alma. Desde que ocurrió, hace más de 40 años, no tengo miedo a la muerte, sino a la vida».

(Del testimonio de un hombre del que abusaron siendo menor, en el colegio de una congregación religiosa).

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«No tengan miedo de las víctimas. La mayoría no vamos buscando mediatizar nuestro caso o ver de qué manera le podemos sacar un pellizco económico a la Iglesia. Solo necesitamos una acogida empática en un espacio seguro que genere confianza; solo pedimos escucha atenta, credibilidad, acompañamiento, ofrecimiento, disponibilidad, cariño. Todas estas cosas ni siquiera son cosas materiales. Hemos sido traicionados por la Iglesia, la Esposa de Cristo, pero queremos y necesitamos un renovado abrazo maternal. ¿Estamos dispuestos a darlo? Algunos de nosotros sí lo queremos recibir».

(Del testimonio de un hombre del que abusaron siendo adulto, en una peregrinación).

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«Con 14 años fui empujado para ir a una convivencia con un club religioso. Tuve que telefonear a mis padres delante de un sacerdote, que vigilaba lo que tenía que decirles para así conseguir su permiso. Ya entonces, fui brutalmente presionado de forma planificada entre las personas que hablaron conmigo para que entrara en la organización, bajo amenaza de condenación eterna si no lo hacía. Accedí llorando y aterrado… Me obligaron a ocultar mi entrada a mis padres».

(Del testimonio de un hombre víctima de un club religioso).

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«Los abusos dominaron mi vida y se adueñaron de mí, bajo la falsa apariencia del cuidado y la solicitud. Quien abusó de mí consiguió corromper mi mundo de relaciones, me traicionó al brindarme ayudas que siempre se cobró y me manipuló al cargar sobre mis espaldas deberes morales y religiosos que él no dudaba en incumplir… Convencida de que no había salida, llegué a creer que solo la muerte me libraría de la condena impuesta».

(Del testimonio de una mujer adulta víctima de la Iglesia).

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«Si no dan importancia ni credibilidad a nuestro relato, ¿cómo vamos a dar el paso difícil de salir del anonimato, estando llenos de temores, miedos y vergüenzas? Si no hay denuncias, no es porque no haya habido abusos, es porque el tratamiento que vamos a recibir resulta más doloroso que el propio abuso».

(Del testimonio de un sacerdote del que abusaron en el seminario).

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«Hasta que ocurrió era una persona de absoluta confianza para mí… Es más, le había contado cosas que no me había atrevido a decirle a nadie. Mi cabeza me decía que aquello no estaba pasando. Aunque me forzaba, lo negaba, porque él no podía estar abusando de mí».

(Del testimonio de una mujer adulta de la que abusó su director espiritual).

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«Era mi confesor. Cuando le dije que el beso que me dio me hizo sentir confusa, me dijo que no había pasado nada y que lo que ocurría es que mi mente estaba sucia y que, en realidad, era mi deseo el que me confundía. Estuve teniendo sexo con él diez años».

(Del testimonio de una religiosa de la que abusó su confesor).

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«Eres víctima y, a la vez, te consideras cómplice, y te das asco a ti misma».

(Del testimonio de una mujer de la que abusó su maestra de noviciado).

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«Casi me ha hecho más daño la institución que el agresor. Han tardado diez años en recibirme y creerme… La actitud diletante, distante, legalista y fría de algunos eclesiásticos y encubridores me han dañado mucho el alma y mi relación con Dios».

(Del testimonio de una mujer adulta víctima de un sacerdote).

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«No abusó solo una persona de mí, abusa una comunidad entera que lo permite. La culpa de que haya “malos” en la Iglesia es que haya buenos que no denuncian a los malos. Lo que hace daño a la Iglesia no es la denuncia, sino lo que pasa en ella. Los malos ganan cuando los buenos no hacen nada».

(Del testimonio de un hombre del que abusaron siendo menor, en el colegio de una congregación religiosa).

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