José María Bordetas: «La Virgen nos ayuda a acercarnos a los que vienen a su santuario»
José María Bordetas es capellán de la Virgen desde hace 54 años. Su casa es el Pilar, el santuario mariano más visitado del mundo. Gran pensador de la tradición pilarista, nos cuenta su historia y algún que otro secreto
Usted nació literalmente en el Pilar…
Sí, pero por aquellos tiempos no era nada raro. Mi padre era el sacristán del Pilar y era muy normal que los empleados del templo vivieran en él. Además, lo habitual es que las mujeres dieran a luz en casa. A los 7 años ya ayudaba a mi padre a limpiar la capilla de la Virgen. Después de cerrar, por la noche, mi hermana y yo íbamos con él y limpiábamos la balaustrada, cambiábamos las velas… Lo especial no fue que naciera en el Pilar, hubo otros niños que nacieron allí, pero el único que se ordenó sacerdote fui yo.
Se ordenó y, ¿qué ocurrió?
Me ordené el 9 de abril de 1961 y estuve destinado 20 meses y 20 días en Cerveruela, un pueblo de 155 habitantes. Cuando me preguntaron si me gustaría ser capellán de la Virgen yo les dije que a mí me gustaba ser cura de pueblo, con un estilo de vida sencillo y cercano a los feligreses. Pero me dijeron que la situación era crítica porque los capellanes que había estaban enfermos y llevaban un tiempo sin poder ocuparse de la Misa de infantes. Yo les respondí que si el obispo me lo pedía, yo estaba dispuesto. Así que tomé posesión del cargo el 11 de julio de 1963 a las 19 horas. Fue un acontecimiento de lo más original: me recibió en la sacristía don José Agreda, el mayor de los tres capellanes, y me dijo con cariño: «Como ya sabes de qué va esto, toma las llaves y me voy». Y, desde entonces, ya son 54 años de capellán.
¿En qué consiste el trabajo de un capellán?
Yo estoy plenamente al servicio de la Virgen. Bien a través del culto, de los sacramentos o de las personas. Esta es una parte importante, pienso que a las personas nos las envía la Virgen. Este es el santuario mariano más visitado, no tiene detrás una congregación religiosa sino al clero diocesano y no hacemos publicidad. Así que alguien nos tiene que traer a la gente, ¿no? Por eso es una misión importante atender a las personas que nos trae la Virgen.
¿Alguna historia interesante de esas personas que trae la Virgen?
Las mejores no se pueden contar porque ocurren dentro del confesionario. Allí es donde uno abre el saco de su vida y empieza a sacar todo lo que lleva. Las anécdotas que se pueden contar son cómo se las arregla la Virgen para que esas personas vayan al confesionario. La gente viene con la escopeta cargada, tiene la necesidad de disparar y empezar a contar pero no sabe cómo hacerlo. Muchas veces es suficiente con una simple frase para ayudar a dar el paso. Una joven vino un día apurada y no sabía por dónde empezar, yo le dije: «Lo mejor es empezar por el principio». Aquello la relajó y empezó a contarme, la escuché, la asesoré y se fue más esponjada. La Virgen nos ayuda a acercarnos a la gente que viene a su santuario.
¿Cómo se organizan los turnos?
Cuando yo entré había tres turnos —de mañana, tarde y noche—, un capellán por cada turno y un cuarto de refuerzo. Actualmente, se ha suspendido el de la noche, por lo que somos dos capellanes y uno de refuerzo. Por antigüedad yo soy el capellán primero, y me encargo de la gestión administrativa, el control de las Misas, distribución de los estipendios… Los otros capellanes del Pilar son Marcelino Lacasa Lahoz (tarde) y José González Álvarez (refuerzo). El capellán de la tarde es el que cambia el manto a la Virgen, aunque hay ocasiones en las que se cambia más de una vez al día.
¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
El Pilar es mi casa, no lo veo como una catedral sino como un santuario. De hecho, la gente no viene a visitar la catedral, sino a ver a la Virgen. Lo que más me duele es que tenemos muchas veces una visión equivocada de lo que es la tradición del Pilar. Mucha gente viene y pregunta por el manto, o cuándo pueden pasarse objetos por el manto, o cuándo pueden tocarlo. Otras veces preguntan por las bombas o por las obras de Goya, cuando lo realmente importante es la columna, que es la razón de ser del santuario.
Claro, es la prueba de la venida de la Virgen a Zaragoza…
Hay dos argumentos definitivos para mí sobre la venida de la Virgen. En primer lugar, si el Señor dijo a los apóstoles: «Id al mundo y evangelizad», ¿cómo no iría a asistir a Santiago, que estaba en problemas, de la misma manera que asistió a Felipe? ¿Cómo no le diría a la Virgen, su Madre: «Echa una mano a tu sobrino, Santiago, que lo está pasando mal y además te está cuidando su hermano?». El otro argumento es que España es tierra de María, y casi todas sus poblaciones más marianas reclaman como fundadores a los discípulos de Santiago o a los padres apostólicos. Para mí, esto quiere decir que tuvieron una experiencia de María de una manera especial y la transmitieron allí donde estaban. ¿Por qué no decir que esa experiencia mariana la tuvieron aquí, en el Pilar?
Rocío Álvarez / Iglesia en Aragón