La Virgen del Carmen y las tragedias del mar
El pescador constituye en sí mismo una especie casi en extinción. Las estadísticas indican que en España cada vez es más difícil encontrar marineros. Los jóvenes huyen del sacrificio físico y mental que supone dedicar su vida al mar
Jeremy Fuchs controla la red con maestría en el Gran Canal de Alsacia. Es el único y tal vez el último pescador profesional francés en las aguas del Rin. En la foto, de Sebastien Bozon (AFP), se aprecia su malla que preserva las especies más pequeñas.
Jeremy realiza un trabajo artesano y vocacional, tan duro como poco rentable.
El pescador constituye en sí mismo una especie casi en extinción. Las estadísticas indican que en España cada vez es más difícil encontrar marineros. Los jóvenes huyen del sacrificio físico y mental que supone dedicar su vida al mar. Según la Organización Marítima Internacional, en 2026 habrá un déficit de 50.000 marinos en todo el mundo.
La industria domina la pesca, especialmente la de altura, casi sin relevo generacional. Un sector que precisa subvenciones incluso en un país con un consumo elevado de pescado como el nuestro.
El trabajo en el mar se enfrenta a prácticas laborales severas y a unos caladeros sobreexplotados. En los últimos años, las macroflotas de arrastreros chinos acaban de rematar los fondos marinos del planeta que venían dañando casi todos los países.
En este contexto, pescadores, marineros y la Armada española se disponen a festejar el próximo domingo, 16 de julio, a su patrona, la Virgen del Carmen. Una tradición, que se oficializó en 1901, muy arraigada en nuestro país y en Hispanoamérica. Las procesiones en ríos y costas gozan de fervor popular.
El origen de esta devoción se remonta al año 1251 en el monte Carmelo, en Israel, durante la etapa de las cruzadas. Un inglés, Simon Stock, reveló que se le apareció la Virgen y le entregó el hábito característico de la orden que fundaría después y el escapulario que expresa la promesa de evitar el infierno. Stock la llamó Estrella del Mar, dando lugar a que pescadores y marineros la eligieran como patrona.
La inseguridad del océano ayudó a extender la devoción a la Virgen del Carmen, cuya protección precisan ahora tantos emigrantes. Las aguas de algunos mares, como el Mediterráneo, constituyen el cementerio más grande del mundo para migrantes y refugiados.
Hace apenas un mes se producía un naufragio especialmente mortífero frente a las costas europeas. Un pesquero procedente de Libia en el que viajaban no menos de 400 jóvenes, la mayoría de Egipto, Siria y Pakistán, y con destino a Italia, volcó en la península del Peloponeso. Solo fueron rescatadas 106 personas. La Armada griega llegó demasiado tarde.
La tragedia, como tantas otras, se pudo evitar. Una Europa envejecida mira hacia otro lado en el drama de la migración mientras guerras, hambrunas, dictaduras y miseria provocan la huida de los más jóvenes en busca de un horizonte con esperanza.
La Subcomisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española ha pedido que se esclarezca la responsabilidad de esta desgracia y apunta al «execrable lucro de las mafias y las políticas y leyes europeas, así como la mentalidad de rechazo al migrante que se va extendiendo en la sociedad».
La CEE se hace eco de la llamada del Papa a la creación de corredores humanitarios. Y lanza esta alerta: «¡Basta! El mar Mediterráneo se está convirtiendo en el cementerio de miles de personas que buscan una vida mejor».
El número de víctimas mortales en 2022 causadas por embarcaciones controladas por las mafias en el Mediterráneo ascendió a 2.400 personas.
La ONU estima que al menos 26.000 migrantes han muerto al intentar cruzar el denominado Mare Nostrum. A esta cifra habría que sumar la gran cantidad de migrantes que se han ahogado en sus aguas sin ser contabilizados ni dejar rastro, salvo en las familias que sufren el dolor de su ausencia.
En medio de ese abandono, la Virgen del Carmen es su Stella Maris.