La viña no será destruida - Alfa y Omega

La viña no será destruida

Domingo de la 27ª semana del tiempo ordinario / Mateo 21, 33-43

Jesús Úbeda Moreno
Parábola de los trabajadores perversos, de Andrei Mironov.

Evangelio: Mateo 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.

Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”.

Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.

Y, agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Le contestaron:

«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». Y Jesús les dice:

«¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Comentario

A las dos parábolas que hemos escuchado los dos últimos domingos, Jesús añade otra que completa el tema de las parábolas de la viña en el Evangelio de san Mateo.

El texto hace una referencia clara al comportamiento de algunos miembros del pueblo de Israel, sobre todo de la clase dirigente, en la historia de la salvación: los criados enviados por el propietario de la viña para percibir los frutos que le correspondían son ciertamente los profetas que exigen lo que le corresponde a Dios y que, sin embargo, son maltratados e incluso asesinados por los labradores. Destaca la persistencia del propietario de la viña a pesar de la rebeldía contumaz de los arrendatarios. En el culmen de su insistencia, para conseguir una respuesta de amor y justicia es capaz de arriesgar incluso la vida de su hijo. Escuchar estas palabras en boca de Jesús, oírle hablar así del amor inmenso del Padre, tiene la finalidad de conmover el corazón de sus oyentes; pero el hijo no es acogido y respetado. Muy al contrario, en su impiedad los arrendatarios ven la oportunidad para, asesinando al heredero legítimo, hacerse definitivamente con la posesión de la viña.

En el fondo, la posición de los arrendatarios es similar a aquella del pecado original: la autosuficiencia y autonomía de todo aquello que no coincida con la única medida de mí mismo. La viña (vida) se nos da para que dé fruto a su tiempo, viviendo en continua relación con el que nos la dona. La tentación es la de apropiarse de algo que no nos pertenece. Y para esto tenemos que eliminar del horizonte a Dios pensando que, siendo propietarios absolutos de la vida y dueños únicos de la creación, seremos realmente felices. Es más, podremos construir una sociedad más libre donde reinen la justicia y la paz. Pero lejos de cumplir su objetivo, provoca que el terreno de la viña se vuelva yermo y estéril. Sucede más bien que el ser humano queda encerrado en sus propios límites; al no vivir recibiendo la vida la tiene que conquistar apareciendo el poder como el arma indispensable para ello y, con él, los intereses egoístas y la consiguiente injusticia y violencia en todas sus manifestaciones; al final, el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.

Pero en las palabras de Jesús hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su suerte a los viñadores infieles, el propietario no renuncia a su viña y la confía a otros servidores fieles «que le entreguen los frutos a su tiempo». Mediante una nueva imagen se vincula e identifica la relación con el Hijo con la piedra angular de la que habla el salmo 117. No haber tenido en cuenta dicha piedra tiene como consecuencia verse privados del Reino de Dios. Jesús se presenta como aquel del que depende el hecho de dar fruto. Todo lo construido sin acoger la piedra angular termina por derrumbarse. Justamente, de la piedra angular de la muerte del Hijo brotará la vida y se formará un nuevo edificio. Jesús, citando este salmo, asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Lo que pareciera ser una derrota total marca el inicio de una victoria definitiva que se prolonga en aquellos que sí han acogido y seguido a Jesús y que formarán el nuevo pueblo de Dios, hasta tal punto que Jesús hará vincular su presencia y la relación con el Padre con ese mismo pueblo: «El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado».