La vieja política
Siete años después de que llegaran unos y otros a asaltar los cielos y revolucionarnos la conciencia, aparece un señor de Málaga con pinta de yerno ideal y le come la merienda a los últimos dinosaurios de aquella nueva política
Cuando en 2016 Arias Maldonado publicó La democracia sentimental, España acababa de inaugurar la etapa de lo que, con algo de soberbia, sus autores bautizaron como «nueva política». En aquel libro canónico se apuntaban algunas de las ideas fuerza que hemos sufrido en nuestras carnes en los últimos años: el nacionalismo y el populismo ahorcando la ilustración y plantando su catarata de fuegos emocionales en la nueva plaza pública, que es el tuit. En este periodo de espasmos permanentes, las fotos han sustituido a los discursos, las series han ocupado el espacio intelectual que antes tenían los libros y la lágrima, ay, le ha robado el puesto al argumento. Pero todo ese emotivismo polarizante, como decía Arias Maldonado, tenía un riesgo: «La revolución despertará las pasiones que el reformismo adormila». El caso es que, apenas siete años después de que llegaran unos y otros a asaltar los cielos y revolucionarnos la conciencia, aparece ahora un señor de Málaga con pinta de yerno ideal y le come lo poco que le quedaba de merienda a los últimos dinosaurios de aquella nueva política. Es solo una región de un país mediano y sí, sigue habiendo por aquí y por allá, iluminados de todo signo que arrasan en las urnas, pero la victoria de Moreno Bonilla, el hombre tranquilo que ha repetido hasta la siesta palabras como «moderación» y «sosiego», quizá sirva de ancla, de pie en pared, de oportunidad de recuperar para la política la dignidad de los pequeños pasos.
En la foto, el presidente andaluz se toca el corazón. Tan arriesgado es vivir solo con emociones como pretender avanzar sin ellas. Forman parte de la vida, también de la política, que no es solo razón helada. Pero en este hombre da la impresión de que ambos elementos se integran y dialogan, se estiran y se acercan y quizá esa sea la clave de su éxito, que es el triunfo de un hombre aparentemente normal que habla como la gente normal y que ha sabido hacer de esa normalidad una cualidad excepcional. Todo eso es también producto de la estrategia, claro, por eso es Juanma a secas y por eso nos enseña a su perro y por eso parece que no dice nada. Pero es una estrategia arriesgada que solo puede funcionar si el que la interpreta siente que le representa. Nadie se puede imaginar a Macarena Olona o a Teresa Rodríguez en ese traje.
Ahora que llegan tiempos complejos, con una guerra de final incierto que ha terminado por dinamitar la frágil recuperación pospandémica, parece un buen momento para que triunfen los liderazgos clásicos que fían su éxito más a la certidumbre que al experimento, más a la reforma que se sujeta en los hechos que a los castillos en el aire y las utopías extemporáneas. La felicidad de Moreno es la del político imperfecto, que suele ser el mejor de los políticos. Es una foto sencilla, en realidad, casi parece antigua, como un recuerdo de un tiempo donde había más propósitos compartidos y menos alardes de pirotecnia ideológica. La vieja política, en fin, asomando su humilde pata de madera y adormilando nuestros peores instintos.