La vida en el subsuelo - Alfa y Omega

El metro de Madrid, sobre todo en hora punta, es un catálogo de humanidades. Como una miniciudad en ebullición. En un trayecto de media hora puedes encontrarte lo mejor y lo peor del ser humano. Desde esa señora de mediana edad que, sentada en un sitio reservado para ancianos, observa fijamente a la abuela que entra a trompicones en hora punta, paraguas en mano y haciendo equilibrios para no caerse. La mira atentamente. Analiza sus movimientos en falso. Pero no se molesta ni medio segundo ni en hacer el ademán de levantarse. Tiene que ser un chico joven, desde la otra punta del vagón, que contempla la escena atónito —y gracias a que levanta la mirada del móvil— quien, con una ternura aparentemente inesperada, va a buscar a la anciana, la lleva del brazo, ayuda a que se siente. En este escenario del mundo que es un vagón están los que juegan con el móvil. La resistente que lee un libro en papel. Quien se maquilla —ojo, qué puntería—. Los que contestan correos desde el teléfono. Quienes cantan intentando sacar una sonrisa a la gente seria y taciturna, con una animosidad pasmosa. Quienes venden piruletas para dar de comer a sus hijos. La ciudad hierve en el subsuelo.