La vida corre por los pasillos del palacio episcopal de Madrid
El Hogar Santa Bárbara, de Cáritas diocesana de Madrid, abre su segundo piso en el edificio donde viven el cardenal y los obispos auxiliares de la Archidiócesis. Empiezan el proyecto con dos madres y sus dos niños de 4 meses
Rafael y Arnol tienen 4 meses, aunque aparentan casi 6. O al menos para los legos en la materia, que vemos a dos niños hermosos, cuidados. Es la hora de la siesta y reposan plácidamente en su mecedora. Aunque el silencio se rompe poco después, cuando uno de ellos arranca a llorar desconsolado y el otro se contagia, solidario con su amigo. Sus llantos resuenan en los pasillos del palacio episcopal de la archidiócesis de Madrid, donde llevan viviendo apenas unos días, nuevos y vitales vecinos del cardenal José Cobo y los obispos auxiliares. Sus madres, Judit y Juliana, se apresuran a cogerlos en brazos con celo maternal. Se aproximan a la ventana de la sala común, ver el trasiego de la céntrica calle de La Pasa les relaja.
En una apuesta deliberada por la vida y de la mano de Cáritas diocesana de Madrid, el Arzobispado madrileño ha puesto a disposición de la entidad caritativa una parte de uno de los edificios centrales de la institución. El nuevo hogar tiene capacidad para 13 personas, seis madres y siete niños, y es una extensión del proyecto que lleva en marcha desde 2011 con el nombre de Hogar Santa Bárbara, situado en un piso de otro céntrico barrio de Madrid que ya se había quedado pequeño. Este hogar, ahora con dos sedes, es un lugar acogedor y de acompañamiento para madres gestantes o con hijos hasta los 6 meses que se encuentran en situación de especial vulnerabilidad. «Estamos respondiendo a una necesidad y para los creyentes atender a alguien que lo necesita es abrir la casa al mismo Dios», asegura el cardenal Cobo. «Para mí no es noticia que una casa acoja a gente que lo necesita», añade.
El pasillo interminable que une las habitaciones, un jardincillo interior para que los pequeños disfruten de la luz del sol, cunas nuevas, ropa de cama recién estrenada. Todo el cuidado y cada detalle está medido para que estas mujeres, que llegan a este recurso muertas de miedo ante el hecho de ser madres solas en medio de una gran ciudad que no es la suya —todas las que actualmente están en el hogar son iberoamericanas—, se sientan como en casa. Su casa. Un lugar donde la valentía de decir sí a la vida se vea recompensada con serenidad, familia, comida caliente y la apertura a un futuro esperanzador.
Las mamás y sus bebés están acompañadas por religiosas de distintas congregaciones, personas voluntarias y educadoras los 365 días del año, las 24 horas. «Gracias a esta presencia y generosidad se puede desarrollar el proyecto, porque las mamás no permanecen solas ni un segundo de cada día; también se pernocta, aunque eso lo hacen las religiosas», explica María Antonia Ruiz, responsable del Área de Juventud e Infancia de Cáritas Madrid del que depende el proyecto. «Es un lugar maravilloso; estoy convencida de que muchas de las mujeres que abortan no lo harían si encontrasen ayuda. Aquí están escuchadas, protegidas, acompañadas», sostiene Esperanza Salomón, una de las voluntarias, que también organiza los espacios de encuentro, un momento en el que las moradoras del Hogar Santa Bárbara se encuentran con las madres que ya han salido del proyecto de forma que socialicen, hagan amistad, se intercambien información y puedan hacer piña una vez terminan su estancia en la casa, porque en ella estarán, de forma habitual, hasta que los bebés cumplen 6 meses —siempre hay excepciones, valoradas por las educadoras—. Aunque no se desvinculan de Cáritas, que sigue sus procesos y las ayuda a conseguir formación y empleo para que cojan seguridad en sí mismas y puedan valerse por sí solas.
Judit, de 42 años, es una de las nuevas vecinas de la casa de los obispos y llegó a España hace siete meses desde Perú. Dejó dos hijos en su país y vino a Madrid a buscar una vida mejor para sus niños. «He llegado al hogar porque aquí no alquilan habitaciones a las mujeres embarazadas. No me permitían estar con la barriga y hablé con la trabajadora social», asegura. Ella y Juliana son las elegidas para dar los primeros pasos en este nuevo hogar, ya que son mayores que la media de madres e «idóneas para empezar a coger seguridad en el funcionamiento de la nueva casa», como explica Ruiz. «Estoy eternamente agradecida con todos», concluye Judit. A cada madre, Cáritas le asigna un plan de intervención personalizado y realiza un seguimiento detallado de su progreso en todas las dimensiones necesarias para su integración social. «Yo, cuando llegué aquí, no sabía qué iba a ser de mi vida, pero cuando me abrieron las puertas del hogar di gracias a Dios por tener un techo y sustento para mi hijo y para mí. No sé cómo agradecérselo, porque me brindaron apoyo incondicional», explica Blanca, que hizo un curso de hostelería mientras le cuidaban en la casa a su hijo, de 2 meses, y que ahora, desde fuera, cuenta cómo tiene alquilada su propia habitación, un trabajo y una guardería en la que han admitido a su pequeño, de casi 1 año.
«Para nosotros es una alegría poder compartir con ellas, estar cerca; a todos nos amplía el corazón. Tener niños gateando por aquí es un contrapunto muy evangélico», concluye el cardenal Cobo.