Julián Marías explica en la Revista de Occidente, en 1947, los términos que han configurado nuestro concepto de verdad. «En griego, latín y hebreo: alétheia, veritas y emunah. El término griego alétheia expresa patencia o descubrimiento de las cosas, es decir, desvelamiento o manifestación de lo que son. Veritas, término latino, indica la exactitud y el rigor, es decir, verum es lo que es fiel y exacto, completo, sin omisiones. El hebreo emunah hace referencia a la verdad en el sentido de la confianza; el Dios verdadero es, ante todo, el que cumple lo que promete. La voz emunah remite a un cumplimiento, a algo que se espera y que se da».
El filósofo nos recuerda que la verdad va de tal modo unida a la condición humana que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al suicidio, y lo concreta al decir que «el que miente a sabiendas –no, claro está, el que se equivoca– está atentando contra sí mismo, se está hiriendo, mancillando, profanando».
El error, y mucho más la falsedad, nos conducen inevitablemente a la servidumbre. Don Julián nos dice que los grandes males de este mundo podrían ser evitables, porque dependen de las conductas humanas y no de la estructura de la realidad. Y es contundente al decir que proceden de las malas relaciones con la verdad. «No solo la libertad es consecuencia de la verdad, de su descubrimiento y aceptación. Lo es igualmente la concordia».
Comete un delito intelectual quien falsea la verdad, si lo calla o si lo desfigura. Exactamente igual quien extrae consecuencias falsas de un estudio científico. Julián Marías asume la definición aristotélica de verdad como adaequatio rei et intellectus, es decir, la adecuación de las afirmaciones a la realidad.
En el campo de la política, el desprecio a la verdad es más visible, pero hay otros donde puede ser más grave, como los que tienen que ver con la vida intelectual que tienen «pretensión de verdad». Tendríamos que hacer un examen personal sobre la verdad en nuestras vidas; nos llevaría a evitar problemas personales que nos limitan en nuestra realización, y en la polis pararíamos la deriva hacia la descomposición social.
Don Julián nos recuerda también que la falta de claridad hace que no se entienda gran parte de lo que ha sucedido a lo largo de la historia y sigue aconteciendo en la actualidad . Por ello, subraya que quien tolera una mentira, quien no procura declararla y evitarla, miente con ellos y queda contaminado por esa corrupción de la que proceden tantos males.
En una Tercera de ABC, de 1994, nuestro autor escribe sobre este tema: «Examínense los males que nos afligen, que han caído sobre el mundo en el espacio de nuestras vidas, de los que tenemos experiencia real y la necesaria evidencia. Pregúntense cuáles de ellos nacen del desprecio a la verdad».
El punto de arranque de la persona es la relación con la verdad y, por tanto, no podemos abandonar nunca las razones morales de la inteligencia. La búsqueda de la felicidad tiene que partir de no engañarnos a nosotros mismos. Estar instalados en la verdad nos llevará vectorialmente a una mayor realización, teniendo consecuencias muy positivas para nuestro mundo.
Me gustaría terminar recordando que Julián Marías de niño, detrás de una puerta con su hermano, prometió no mentir nunca en su vida, y en Jerusalén, en el Santo Sepulcro, volvió a hacer la misma promesa siendo un joven universitario. Un día, despachando en su casa, al hacerle mención de este hecho, él me dijo: «Y nunca lo hice». A Marías le encantaba la expresión evangélica «la verdad os hará libres», pues para él la verdad es la condición misma de la libertad.