El pasado fin de semana conmemoramos —así, en un plural amplísimo que abarca a todos los españoles— los 25 años del vil asesinato de Miguel Ángel Blanco. Los periodistas que cubrimos aquellas horas trágicas jamás hemos dejado de recordarlas. Tampoco hemos olvidado las calles de España llenas de manos blancas que reclamaban justicia. La imagen ya icónica de Miguel Ángel, ese primer plano en blanco y negro, acogió a todo un país, unido como en pocas ocasiones antes y después de entonces.
En esos mismos días, mientras se ultimaban los detalles de los homenajes y recuerdos al joven concejal asesinado, supimos que el Gobierno había pactado con EH Bildu la llamada Ley de Memoria Democrática. El pacto, en esencia, se basa en extender el franquismo hasta el año 1983; es decir, hasta los años de Felipe González en el Gobierno y la actividad de los GAL. El Gobierno se ha mantenido callado; Bildu no. Su diputada en el Congreso Mertxe Aizpurúa, autora, mientras fue directora de Egin, de una de las portadas más vomitivas de la historia («Ortega vuelve a la cárcel», tituló para dar a conocer a sus lectores la liberación del funcionario de prisiones secuestrado por ETA, José Antonio Ortega Lara), se ha jactado de que ella y su formación van a «poner en jaque» la Transición.
Nada puede sorprendernos. Bildu, como todas las marcas políticas abertzales que lo antecedieron, han tenido siempre en la Transición un objetivo que abatir. Lo sorprendente es que el PSOE lo consienta; que el mismo partido que pagó con sangre de militantes y cargos la defensa del legado de libertad y derecho que nos dejó la Transición, consienta ahora este atropello.
En su columna de la semana pasada en The Objective, el periodista Antonio Caño hacia una invitación a los españoles que mi generación —que es la suya, también—. Escribió: «No sobra que quienes vivimos aquellos años alcemos la voz ante los intentos continuos de tergiversar lo ocurrido, ignorarlo o descontextualizarlo». Y tiene toda la razón. Igual que en aquellos años, muchos periodistas, sobre todo los que trabajábamos en el País Vasco, tuvimos que alzar la voz frente al silencio con el que se escondía la complicidad con ETA, ahora tenemos que hacerlo frente a quienes, por otros medios, quieren, como aquellos, destruir la Transición.
Los que vivimos la Transición vivimos tiempos duros. La idealización que a menudo ha caído sobre este periodo, aunque positiva en muchos aspectos, no es más que eso: una idealización. La obra por hacer era tan inmensa que parecía imposible. Una generación magnífica de políticos, empresarios, periodistas y líderes sociales (recuérdese al cardenal Tarancón), se unieron sin renunciar a sus convicciones y sin echarse el pasado a la cara, para lograr el objetivo común de una España en libertad. Todos, la sociedad española, tuvimos que hacer frente a un adversario común: ETA. Los más jóvenes no lo saben, pero aquellos años que hoy se evocan con orgullo (aunque cada vez menos), fueron años también de funerales y atentados; de políticos, militares, policías y guardias civiles mirando debajo del coche; de ministros con corbata negra en el bolsillo para vestir el luto en cualquier momento.
Muchos periodistas dejamos memoria de lo que fue (siempre es recomendable la magnífica serie que sobre la Transición dirigió Victoria Prego en RTVE). Los periodistas, historiadores del presente, dejamos a los historiadores de verdad una retahíla de crónicas, entrevistas e informaciones para que ellos trabajaran. No lo hicimos para que EH Bildu impusiera una versión falsa de lo que sucedió. No lo hicimos para que, años después, y derrotados los terroristas, los que los acompañaron y dirigieron en su historial de violencia (Otegi fue condenado por pertenecer a la dirigencia de ETA), impusieran hasta las comas de la historia.
Lo de menos es si Bildu quiere investigar los GAL. Lo de más es que haya extendido el franquismo hasta los años de Felipe González, y hasta el año 1983 justamente, un año antes de que Mertxe Aizpurúa fuera condenada por apología del terrorismo. Los etarras siempre se reivindicaron a sí mismos como gudaris antifascistas. El pacto entre el Gobierno y Bildu da carta de naturaleza a esa reivindicación absurda y falsa, porque fueron los años que van desde la Constitución hasta los primeros años de Felipe González en el Gobierno, los más mortíferos y viles de ETA; años que el acuerdo del Gobierno con Bildu considera franquistas; es decir, no democráticos. Justo lo que decía ETA por justificarse.
El presidente del PP ya ha anunciado que derogará la infame Ley. Y mucho se solucionará si efectivamente lo hace, pero no todo. No hasta que el PSOE se reconcilie con su propia trayectoria y abandone este alocado camino de desmemoria que tanta injusticia vuelca sobre el recuerdo de tantos socialistas que se enfrentaron al terror. Solo si el PSOE abandona esta vía que ya anduvo con Zapatero, puede España reunirse, como entonces, en torno a una idea de enunciación sencilla, pero profunda: vencimos.
Vencimos a ETA. Dejamos amigos por el camino, sufrimos en carne propia o ajena el dolor, pero vencimos. Y lo hicimos porque la obra legislativa, política y social que fue la Transición, con la Constitución como mascarón de proa, nos dio las herramientas para poder hacerlo. Esta es la única memoria admisible; la única justa con tantos muertos.