Al término de la guerra civil española hubo numerosos casos de personas del bando republicano que, por miedo a las represalias, la detención o el fusilamiento, permanecieron ocultas durante más o menos tiempo, los llamados topos. La película de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga se inspira en esta realidad para contarnos la historia de Higinio Blanco (Antonio de la Torre), un concejal de un pueblo sevillano que es detenido por los nacionales al poco de empezar la contienda por haber consentido el asesinato del cura del pueblo y de otros vecinos a manos de las milicias populares. Tras conseguir escapar de camión que le conducía a una muerte segura, se ve obligado a ocultarse bajo el suelo de su casa, mientras su joven esposa, Rosa (Belén Cuesta), cuida de él clandestinamente. En 1969 Franco decreta una amnistía para los delitos de la guerra civil. Oficialmente Higinio ya no tiene nada que temer. Pero la guerra no ha concluido en su cabeza.
La trinchera infinita es un filme brillante en muchos aspectos. En el plano técnico, los directores dominan con maestría el lenguaje de los planos, magníficamente concebidos y montados, el uso de la luz y de las sombras, y la importancia del sonido, increíblemente conseguido. Basten los últimos segundos de la película para poder ofrecer una buena lección de cine. La interpretación de la pareja protagonista es soberbia, y son vehículo de unos diálogos bien trabajados. Por su parte, la caracterización del progresivo envejecimiento del personaje de Higinio es espléndida, no tanto la de Rosa, su mujer.
Pero lo más interesante son las ideas que ventila el filme y que suponen un varapalo a cierta forma de entender la llamada memoria histórica. La película, que huye del típico maniqueísmo guerracivilista, plantea la necesidad de mirar hacia adelante, de no vivir en el infierno del rencor, del miedo, al servicio de los fantasmas del pasado. Higinio sigue viviendo de la guerra civil cuando ya las nuevas generaciones ni piensan en ella y ni siquiera la Guardia Civil tiene ya interés en detenerle. Pero él está bloqueado por el miedo a un odio que ya solo existe en su cabeza. La cinta también trata cuestiones como la maternidad, la homosexualidad y la religiosidad de manera ponderada, nunca enfática, ni caricaturesca o militante. Esta película, con su rechazo a vivir encerrado entre viejas heridas y rencores sin resolver, es un buen ejemplo de memoria histórica bien entendida.
Los cineastas Arregui, Garaño y Goenaga ya dieron a conocer su atípico talento con Handía (2017), y los dos últimos sorprendieron al público con la notable Loreak (2014). En la presente ocasión ha sido el documental Treinta años de oscuridad (2011) de Manuel H. Martín, y que narra la historia de Manuel Cortés, alcalde de Mijas, la que ha inspirado la película que nos ocupa, y que ganó la Concha de Plata en el último festival de San Sebastián.
Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga
España
2019
Drama. Basado en hechos reales
+16 años