Cada 9 de septiembre la Iglesia celebra una fiesta radical a favor de la dignidad humana en el natalicio del jesuita español san Pedro Claver (1580-1654), quien se consideraba «esclavo de los esclavos» y entregó su vida atendiendo a los africanos que llegaban a Cartagena de Indias para ser vendidos en América como objetos de usar y tirar. Lo que no se aceptaba para los indios de las Américas tampoco le parecía a Pedro aceptable para los negros de África. En esto se distanciaba de la posición del fraile dominico Bartolomé de las Casas, pues aquel gran defensor de los indios no tuvo empacho en recomendar esclavizar una raza para salvar otra. Por mucho que uno quiera salvar la proposición del prójimo, hoy cuesta entender cómo se pudieron hacer tales distinciones raciales que tan profundas implicaciones tenían sobre la vida de las personas.
Desde 2014, a propuesta de la ONU, el 30 de julio se conmemora el Día Mundial de la Trata para concienciar sobre las situaciones de las víctimas de trata de personas y proteger sus derechos. Y cada 18 de octubre se celebra el Día Europeo de la Trata de Seres Humanos. Las cifras dicen que, de todas las personas atrapadas en las redes de la trata, el 60 % son mujeres —entre ellas, el 18 % niñas— y el 40 % hombres, de los cuales el 17 % son niños. De ellas, el 38,7 % son víctimas de explotación sexual. En España los datos oficiales del año 2022 hablan de 1.180 víctimas de trata identificadas, pero conviene saber que, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito [UNDOC, por sus siglas en inglés], por cada víctima de trata identificada hay en nuestro país más de 20 sin identificar. Si el delito de tráfico ilegal de inmigrantes señala el tránsito ilícito entre fronteras a cambio de un precio, en el de trata no es necesario cruzar fronteras, pero sí incurrir en acciones de captar, trasladar, acoger o recibir personas para su explotación, sea para trabajos forzados o actividades delictivas como robo o mendicidad, para explotación sexual o para la mortífera extracción de órganos.
El Papa Francisco no deja de referirse y dar visibilidad a ese fenómeno tan degradante, vergonzante y mortífero, presente en todos los países. Siempre recuerdo la primera vez que, hace 20 años, me acerqué al estudio de la trata para preparar una intervención que el entonces responsable de temas migratorios en la Conferencia Episcopal me pidió para una jornada de delegados diocesanos de Migraciones de toda España. Poner sobre la mesa los espeluznantes datos oficiales de la trata no fue del agrado de todos los presentes; algunos creían que se tergiversaba la comprensión de la realidad migratoria al arrimarla a la abyección humana miserable de la trata de seres humanos. Sigo pensando lo que allí les respondí: que evidentemente la realidad de la migración no ha de identificarse con la explotación de la trata ni reducirse al tráfico ilegal de migrantes, pero que, para captar bien la profundidad de la movilidad humana, hemos de dejarnos interpelar por esas situaciones que afectan a millones de seres humanos en nuestro mundo. Aún más, el auténtico compromiso con la dignidad de los migrantes y refugiados debe hacernos más sensibles a quienes son tratados como mercancías para lucro, como eran los esclavos que llegaban a Cartagena de Indias.
Esas reservas a hablar explícitamente de la trata siguen vivas. De refilón el asunto aparece en las noticias cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad desarticulan alguna de las redes y detienen a sus miembros, pero preferimos creer que son situaciones muy raras y apenas existentes entre nosotros, aun cuando los datos digan lo contrario. Hoy la trata ya no se hace en navíos negreros —llamados armazones cuando transportaban más de 300 esclavos— y las travesías ya no duran semanas ni dependen de los vientos favorables para cruzar el océano. Tampoco hay misioneros como el padre Claver preparados en el puerto para entrar en las bodegas de los buques y recibir a los esclavos, haciéndolos sentir como seres humanos, superando la fetidez de la suciedad, la enfermedad y el hacinamiento, así como las dificultades de entenderse con ellos en sus respectivas lenguas a través de intérpretes; también para acariciar, ofrecer agua dulce y limpia o aguardiente, dátiles y otros frutos, confortando a los moribundos con la extremaunción. Los modos y las circunstancias han cambiado, pero no así las reticencias para mirar de frente tan gran drama humano y percatarse de la explotación a la que unas personas someten a otras; esas permanecen en esencia iguales o con muy pocos cambios a lo largo de los siglos. Días dedicados a recordar y declaraciones de derechos humanos contra tales abusos no faltan, pero tampoco flagrante incumplimiento efectivo de dichos derechos.
Pedro Claver por amor a Cristo hizo voto de consagrarse a las personas esclavizadas; también hoy mujeres y hombres dedican lo mejor de su vida a ellas. Justo es reconocer el trabajo de las adoratrices y quienes trabajan con ellas sirviendo a mujeres que sufren la laceración de la trata, la mayoría en casos de explotación sexual, aunque también forzadas a servidumbre doméstica, a contraer matrimonio o a practicar la mendicidad. Y justo también es mencionar a la ONG de la Iglesia, Manos Unidas, que tiene líneas para atacar de frente la cuestión. Y no son los únicos. Quienes tenemos gran devoción a Claver admiramos la valentía de hermanas y hermanos que prefieren actuar con obras concretas más que muchas palabras. Quiere ser este un homenaje de gratitud y de ánimos para que la fuerza del Espíritu les siga acompañando.