La tragedia de España - Alfa y Omega

La tragedia de España

Esta pequeña y profunda exposición sobre Miguel Hernández, organizada por el Instituto Cervantes en Alcalá de Henares, da cuenta de la vida y obra del poeta y, a través de ellas, nos muestra la tragedia y la grandeza de nuestra historia contemporánea

Ricardo Ruiz de la Serna
Con su esposa, Josefina, en Jaén en el verano de 1937. Foto: ABC

El Colegio del Rey, sede del Instituto Cervantes en Alcalá de Henares, acoge hasta el próximo 28 de febrero la exposición Miguel Hernández, a plena luz. Comisariada por Juan José Téllez, reúne en el luminoso claustro del edificio fondos procedentes de la Diputación de Jaén – Instituto de Estudios Giennenses (IEG). El visitante puede contemplar 18 libros, 14 obras, 13 cartas y diversos documentos distribuidos en torno a diez ejes temáticos que dan cuenta de la vida y la obra del poeta de Orihuela desde su niñez –cuando podía recitar el Catecismo de memoria con solo 11 años–, hasta su calvario por las prisiones de la posguerra, que concluiría con su muerte en 1942, pasando por su lucha en el bando republicano durante la Guerra Civil, que puede verse aquí simbolizada en el carné que lo identifica como mecanógrafo afiliado al Partido Comunista y soldado del cuerpo de zapadores.

Uno de los temas más jugosos y enriquecedores de esta exposición es, precisamente, la relación del vate de Orihuela con la religión y con Dios. Así, aprendemos que fue precisamente la amistad con Ramón Sijé, tan llorado en la célebre elegía, la que conformó la fe de nuestro hombre hasta que, en 1934 –¡ay!– rompió «con su credo» (dice el texto de la exposición) y se aproximó «al ateísmo y al comunismo». Es muy interesante la atención que la muestra dedica a una figura como la del sacerdote Luis Almarcha, a quien considera su mentor.

Hay cierto reproche en la narración de Miguel Hernández, a plena luz cuando uno de los carteles indica que «tras su encarcelamiento en 1939, la libertad y la salud del poeta se convirtieron en moneda de cambio con el propósito de que volviera al redil católico. Bajo una formidable presión, el poeta desatiende la promesa de que sería evacuado a un hospital para tuberculosos a cambio de que aceptara de nuevo recibir los sacramentos y se arrepintiese de sus pecados. Solo lo hizo para casarse con Josefina y protegerla tras la abolición de los matrimonios civiles por parte del franquismo: “casi moribundo ya”, comentará ella».

Sin embargo, parece que la relación de Miguel Hernández con Dios y con la Iglesia fue algo más compleja. Leemos el testimonio de un amigo falangista del poeta, Juan Bellod Salmerón, que afirma que la militancia comunista del oriolano «obedecía a coacciones o incluso a imperativos de su pasión cambiada de signo por la falaz propaganda marxista, pero no a la maldad y falta de espíritu nacional y religioso». Luis Almarcha envió al presbítero Vicente Dimas y a un jesuita a visitarlo a prisión. Antes de su boda, cercana ya su muerte, se confesó. Falleció habiendo recibido «los auxilios espirituales» según señala el cartel, que deja la incógnita de si «los había solicitado de grado o también le fueron impuestos». Uno piensa, con tristeza, cuántas vocaciones cristianas fueron frustradas por la confusión entre las luchas y la justicia social que el ser humano intenta conseguir por sus propios medios.

Toda la exposición revela el amor del poeta por su mujer, por sus hijos, por el pueblo español y por España misma. Hay algo telúrico, planetario, poderosísimo en estas metáforas de toros, de vientos y de olivos. Gracias a una pequeña fotografía vemos a Miguel tentando a un toro bravo en un campo de Jaén y averiguamos, con una sonrisa, que «soñaba con ser torero». No nos sorprende, pues, que hiciese del astado un símbolo de la vida, de la fuerza y del destino: «Como el toro he nacido para el yugo y el dolor», dice uno de los sonetos más famosos de El rayo que no cesa, su poemario de 1936 publicado por Espasa Calpe.

En este claustro no se recuerda solo al escritor de versos inolvidables, sino también al dramaturgo, una faceta tal vez menos conocida pero muy importante. Vean aquí el cartel de El labrador de más aire, «un alegato en favor de la insurrección campesina con un texto pródigo en hoces y martillos» según la cartela informativa, que se estrenó en 1972 con producción de Natalia Silva y Andrés Magdaleno en el teatro Muñoz Seca, cuyo nombre honra la memoria de otra víctima fusilada, en este caso, el año 1936 en Paracuellos del Jarama.

En este cartel se encierra, simbólicamente, la tragedia y la grandeza de la España contemporánea, de la que Miguel Hernández fue testigo, protagonista y víctima.