La «tormenta perfecta» golpea Centroamérica
La llegada de dos huracanes en dos semanas, junto a la crisis del coronavirus, pueden suponer «un retroceso de años» para los más vulnerables
Cuando estas páginas lleguen a los lectores, el huracán Iota estará terminando su recorrido por Centroamérica. La trayectoria prevista es similar a la del Eta hace solo dos semanas y al cierre de esta edición tenía categoría 5 (Eta, 4). Esto hacía temer que agravara las heridas que dejó este, con tres millones de damnificados según las Cáritas locales. El grado de destrucción recuerda en algunas zonas al del Mitch en 1998, si bien con un número de víctimas mortales afortunadamente muy inferior (200 de momento, frente a 20.000).
Alrededor de Cobán, en Guatemala, «en 90 años no se había visto una cosa así». Lo comparte con Alfa y Omega, lleno de dolor, el sacerdote Sergio Godoy, al frente de la parroquia de un barrio humilde. «Se inundaron muchísimas zonas, y sus habitantes lo perdieron todo». Y en una comunidad rural, tardó una semana en volver a atisbarse el tejado de la iglesia.
Las primeras estimaciones apuntan a cuatro millones de dólares de cultivos perdidos, una cantidad enorme para un país pequeño y pobre donde mucha gente vive de su parcelita. «Se viene una gran hambruna», pronostica Godoy, pues los precios ya están subiendo. Por otro lado, además de los deslaves (avalanchas de lodo) y deslizamientos de tierra, las lluvias han dejado los terrenos tan saturados de agua que Iota podía suponer el golpe de gracia en lugares con grandes desniveles y nula planificación urbanística. «En un barrio vecino al nuestro, se están abriendo grietas muy profundas» debajo de un asentamiento informal en el que viven 200 familias. Si el suelo cede, las casas se vendrán abajo.
17,1, 9,2 y 6,2 millones
puestos 128º, 133º y 124º en el Índice de Desarrollo Humano
Récord en huracanes
«En Nicaragua comparan a Eta más con el huracán Félix, de 2007, y dicen que esta vez se ha sentido más fuerte el viento», explica Javier Plá, misionero de Albacete en Puerto Cabezas. En algunas comunidades indígenas de su parroquia, aunque no hubo inundaciones, las ráfagas de aire derribaron todas las casas. También volaron el tejado de su iglesia. La ciudad no se vio tan afectada, menos que con unas lluvias fuertes de hace un par de meses.
Pero a Plá le preocupa que esta temporada de huracanes está batiendo récords. «Es la segunda vez en la historia en que, después de usar todo el alfabeto latino para ponerles nombre, hay que irse a las letras griegas». La anterior fue en 2005, con 28 huracanes o tormentas. Con Iota ya van 30. Coincide con Godoy en que se está dando un doble fenómeno: la multiplicación de tormentas, ciclones y huracanes debida al cambio climático, y un mayor impacto por la pérdida de arbolado causada por el hombre para facilitar la extracción de recursos minerales, promover la ganadería extensiva en las cuencas de los ríos o sustituir los bosques naturales por plantaciones como la palma.
Desde los cimientos
«Ha sido una tormenta perfecta», lamenta desde Honduras el también español Álvaro Ramos, de la ONG ACOES. Más que a la llegada de dos huracanes seguidos, se refiere sobre todo a que haya sucedido durante la pandemia. Y, sobre todo, en un contexto de pobreza, que es el que hace que todo tenga más impacto. «No sé cómo ha sobrevivido la gente» a la crisis económica causada por el coronavirus. En realidad, sí lo sabe: «Bajando aún más su nivel de vida, pasando hambre y dejando de comprar medicinas», lo que está causando muertes no relacionadas con la COVID-19. Son las mismas personas que, por estar en situaciones de marginalidad, «viven en los bordes de los ríos y tienen problemas con cada inundación», porque las infraestructuras son deficientes. Ocurre lo mismo en las comunidades rurales, donde que se rompa un frágil puente o desaparezca un camino significa quedarse sin comida y sin medicinas, o meses sin ir al colegio.
Lo ocurrido puede suponer «un retroceso de años» para mucha gente. «Y la pregunta es cómo hacer que no vuelva a pasar». La receta, para Ramos, es educación, infraestructuras, y ayudas a largo plazo. «Hay que construir bien la casa desde los cimientos». De lo contrario, a la mínima «todo se destruye».
En el departamento guatemalteco de Zacapa, dentro del Corredor Seco Centroamericano, desde el año 2000 la sequía causaba cada año pérdidas del 60 % a 80 % de la cosecha de alimentos básicos como el maíz y el frijol. Este año, explica César Chacón, de la Cáritas local, el invierno había sido más húmedo y las familias esperaban poder recuperarse. Hasta que llegó Eta y el desbordamiento de ríos, los deslaves, la interrupción de la floración y los hongos causados por la humedad acabaron con entre el 30 % y el 50 % de los cultivos. Los alimentos necesarios para un año durarán seis meses.
Por ello, además de ayudar con lo más básico, Chacón subraya la necesidad de colaborar con las instituciones para «reubicar a las familias de sitios de alta vulnerabilidad» y adaptar la agricultura a los efectos del cambio climático, diversificando la producción.