La superación del mito de Sísifo
El 7 de noviembre de 1913 nacía en Argel uno de los escritores más influyentes del siglo XX, Albert Camus, un autor interesado por la filosofía. Pero a ésta no la concebía como ejercicio retórico que se limita a pasar revista a las teorías de diversos pensadores, con más intereses por el marco histórico que por las propias ideas. Antes bien, entendía la filosofía como una reflexión sobre el sentido de la vida, consciente de que la carencia de ese sentido llevaba al ser humano a la tristeza y la desesperación
Cuando la filosofía se puso al servicio de la política, se transformó en un nuevo maniqueísmo, empeñado en buscar culpables de todos los males del mundo. Esto sucedió en el París de la posguerra, donde tantos intelectuales abrazaron la religión del comunismo. Sin embargo, taparon sus oídos ante las noticias llegadas del paraíso estalinista. Preferían sacrificar la verdad por el triunfo de una buena causa. Albert Camus nunca quiso aceptar esto, pues su compromiso con la justicia y la verdad no era prisionero de las consignas partidistas. No estaba lejos del cristianismo en el que un día fue bautizado por convencionalismo social y no por convicción familiar. La fe no le acompañó en su itinerario intelectual de juventud, aunque dio muestras de sus inquietudes, al proponerse hacer una tesis sobre san Agustín, otro norteafricano que libró un combate personal en la búsqueda de la verdad. Finalmente, la docencia universitaria no formó parte de su biografía, y escogió como modo de vida la literatura y el periodismo, trincheras ideológicas de un tiempo en que guerras y revoluciones llevaban al ser humano por terribles caminos de deshumanización.
Fue en 1942 cuando Camus dio a conocer su ensayo El mito de Sísifo, donde compara la existencia humana al destino de Sísifo, el rey griego castigado por los dioses, a los que se ha atrevido a desafiar, a transportar eternamente una pesada roca sobre sus hombros desde una llanura hasta la cima de una montaña. Por desgracia, sus esfuerzos resultan inútiles, pues al llegar a la cumbre, Sísifo presencia impotente cómo la roca rueda otra vez cuesta abajo y ha de empezar nuevamente su labor.
Son varias las generaciones influenciadas por la historia de Sísifo, en la interpretación de Camus, que se negaba a ver en ella un horizonte sombrío y de desesperación. Por el contrario, proponía como modelo a un Sísifo superador de su destino, más fuerte que la roca transportada a su espalda. El personaje debe bajar a la llanura con orgullo para cargar con la roca, tiene que despreciar su situación y buscar incluso la felicidad, que es paralela a su orgullo desafiante, en su monótona tarea. Hay que transformar al hombre, arrojado de bruces a este mundo, en un Sísifo feliz.
El existencialista hastiado
Desde entonces, hemos podido leer en obras de filósofos, juristas o psicólogos una defensa dogmática del Sísifo feliz, como si ésta fuera la única aportación destacada del pensamiento de Camus. Se han quedado en Sísifo y desconocen al otro Camus, el existencialista hastiado, tal y como le calificara Howard Mumma, un pastor metodista americano que trató en París al escritor en sus últimos años y recogió algunos de sus recuerdos, en los que vemos a Camus luchar por acercarse a la fe cristiana, en un libro que la corrección política no puede admitir, pues sólo quiere pensar en un autor petrificado en sus ideas iniciales. Si la muerte no le hubiera sorprendido en un accidente de automóvil en 1960, es posible que Camus hubiera dado un paso más allá hacia el cristianismo, aunque no sabemos si se hubiera adherido a una Iglesia organizada. No le habría importado escandalizar a algunos de sus seguidores, pues no le importó pedir clemencia para escritores colaboradores con la Francia de Vichy como Robert Brasillach, al comprobar que toda depuración política no sirve para unir a la sociedad por mucho que se difundan las consignas de que deben eliminarse los frutos podridos del árbol. La justicia puede servir de coartada a un cinismo moral. Tampoco dudó en escandalizar a quienes aplaudían indiscriminadamente a los líderes independentistas del tercer mundo, pues detestaba su mecánica combinación de nacionalismos e ideologías importados de Occidente. Por el contrario, habría preferido la convivencia pacífica de colonos europeos y de musulmanes en una Argelia independiente.
Salvado por la perseverancia
Todo indica que Camus estaba superando el mito del Sísifo egoísta y autosuficiente, cuya felicidad está construida sobre el orgullo y el desprecio. Conservaba el recuerdo de su amiga Simone Weil, la filosofía de origen judío, que llegó a ser cristiana de corazón. Era un hombre salvado por la perseverancia, remedio frente a toda tristeza y desesperación. Su perseverancia le llevaba a defender el trabajar con todas las fuerzas por la felicidad de los demás.