La sonrisa del prisionero: un monje en manos del Isis
El Padre Jacques Mourad, monje y sacerdote sirio-católico, considera que los cinco meses transcurridos en el 2015 como rehén de los terroristas yihadistas en Siria fueron una experiencia espiritual. El rezo del Rosario y las enseñanzas de Paolo Dall’Oglio le dieron fuerza y serenidad
Avanza lentamente, sosteniéndose con un bastón el padre Jacques. En el calor sofocante de una tarde romana de verano, sale a nuestro encuentro en el jardín del Centro de Rehabilitación Don Gnocchi con un modo de andar tambaleante que cuenta ya su historia. Pero su mirada es luminosa y en su rostro hay una sonrisa, la misma que sorprendió a los terroristas del Isis que lo mantuvieron prisionero en Siria, en el 2015, durante cinco meses, antes de su fuga audaz. El Padre Jacques Mourad es un monje y sacerdote sirio-católico de la diócesis de Homs, en su país natal, Siria. Cuenta la historia de su secuestro en su libro Un monje rehén. La lucha por la paz de un prisionero de los yihadistas, escrito con el periodista Amaury Guillem, publicado en Italia por Effatà. Hoy ha decidido vivir en el Kurdistán iraquí, en Suleimaniya, para permanecer cerca de los prófugos de su pueblo. Pero a menudo se encuentra en la capital italiana, en el Instituto Don Gnocchi, para curarse de su espalda maltratada hasta la tortura, durante las largas semanas de detención.
«Siempre llevo conmigo a aquellos que he conocido durante esos meses: prisioneros, yihadistas, todos están en mis oraciones y en mi corazón», nos cuenta en italiano, la lengua que aprendió durante los meses de rehabilitación aquí en Roma. «Creo que el Dios misericordioso siempre encuentra una manera de ayudar a todos y que también mis carceleros pueden encontrar la justicia y recibir la luz del Espíritu Santo».
Salvados por la vocación a la paz
De aquellos días de violencias, vejaciones, privaciones, torturas psicológicas y físicas, el padre Jacques recuerda más bien un milagro, que tuvo lugar el 31 de agosto de 2015. Había sido secuestrado el 21 de mayo en el monasterio de Mar Elian en Qaryatayn, localidad en la que era párroco. Después de los tres primeros meses de prisión en Raqqa, había sido trasladado a una cárcel cerca de Palmira, donde encontró a doscientos cincuenta cristianos de su comunidad. Un grupo de líderes yihadistas los visitó ese día. «Estos cinco hombres del Isis me llevaron a una pequeña habitación y su jefe comenzó a leerme una declaración del califa al-Baghdadi, el líder del Isis, dirigida a los cristianos de Quaryatayn. Se trataba de una larga serie de leyes para nosotros los cristianos que vivíamos bajo el poder del Estado islámico».
Entonces el Padre Jacques se entera con gran sorpresa de que su comunidad sería llevada de vuelta a Quaryatayn, que, sin embargo, se convertía en una especie de prisión al aire libre para ellos. Habrían sido sometidos a una serie de pesadas prohibiciones, pero habrían podido celebrar de nuevo la Santa Misa. «Esta noticia fue para mí un milagro inesperado», nos confiesa casi conmoviéndose. «No cría que habría podido volver a celebrar la Eucaristía y recibir la Comunión. Fue para mí un gran don de misericordia por parte de Dios». Durante la conversación, sin embargo, el Padre Mourad trata de asegurarse de que verdaderamente sus fieles puedan regresar y permanecer en sus casas y les pregunta a los terroristas por qué el Califato había decidido llevarlos de vuelta a Quaryatayn. «El jefe yihadista me respondió que lo habían decidido porque nosotros los cristianos de esta comunidad no habíamos llevado armas contra los musulmanes. Fue una respuesta que me impresionó mucho y me hizo comprender muchas cosas. Comprendí sobre todo que quien decide no practicar la violencia puede, con su elección, cambiar la actitud de aquellos que están acostumbrados a empuñar las armas. Hemos sido salvado gracias a nuestra vocación de cristianos, testigos de paz».
¿Diálogo con el Islam? Es un principio evangélico
A un monje católico secuestrado y torturado por los terroristas islámicos parece casi provocativo preguntar si después de aquella experiencia, sigue creyendo en el diálogo con los musulmanes. Si aún está convencido de que el Islam pueda ser una religión de paz. Pero el Padre Jacques es amigo y discípulo espiritual del Padre Paolo Dall’Oglio, el jesuita romano raptado en Siria en el año 2013, quien precisamente para promover el diálogo interreligioso y la paz creó en el país la comunidad de Mar Musa. Para el Padre Mourad, el Padre Paolo, cuyas huellas se han perdido desde el día de su secuestro, está siempre vivo, porque los hombres de Dios están vivos en su Misericordia. Por eso nos responde con determinación: «La confianza en el diálogo es un principio, no está ligada a la actitud de los demás. Además, nosotros los cristianos sirios vivimos junto a los musulmanes desde hace más de 1.400 años, tenemos una historia de vida en común con ellos». «Detrás del terrorismo actual hay, en cambio, una red política que usa todo con tal de hacer el mal. No es una red inspirada directamente en el Islam, sino precisamente en un proyecto político». «Como cristianos debemos abolir este modo de pensar, inspirado por cierta propaganda, según la cual todo musulmán es un terrorista», afirma el monje sirio con decisión. «Verdaderamente tenemos necesidad de más humildad y claridad en nuestra vida y en nuestra relación con los demás. Tenemos necesidad de leer profundamente el Evangelio para vivirlo como se debe».
“Con el Rosario, todo el miedo desaparecía”
No hay sombra de recriminación en la mirada serena y en las palabras que el Padre Jacques escoge cuidadosamente, al relatar su calvario. Parece que este sacerdote siro-católico, a quien los yihadistas le pidieron que se convirtiera al Islam con un cuchillo debajo de su garganta, haya vivido su encarcelamiento como una extraordinaria oportunidad de crecimiento espiritual. De las páginas del diario de su reclusión impresionan, sobre todo, aquellas en las que describe la paz interior, la energía y la serenidad que nacían de la oración. «Puedo decir que recibí dones de Dios en el mismo momento en que vivía mi encarcelamiento», nos confiesa. «No puedo olvidar la fuerza y el coraje que me permitían mirar a la cara a estos yihadistas y transmitirles el amor de Jesús». «En aquellas situaciones Dios me dio sobre todo el don de la sonrisa, y era un hecho que ponía a mis carceleros en dificultades. Se preguntaban cómo era posible que un prisionero sonriera y yo tampoco puedo explicar dónde encontraba la fuerza». En aquellos días llenos de sufrimiento físico y mental, el Padre Jacques encontraba alivio especialmente en la oración a la Virgen. «Apenas comenzaba a rezar el Rosario, todo dolor, todo temor desaparecía. Aún hoy rezo el Rosario varias veces, incluso según fórmulas que he inventado durante los días del secuestro». Pero lo que consolaba al Padre Mourad durante los largos días de su detención, en los que varias veces temió estar cerca de la muerte, fue también la conciencia de la oración de toda la Iglesia. «Durante la prisión sentía las oraciones de mis amigos por mí, y eran de gran apoyo. Pienso que la oración de toda la Iglesia haya sido la ‘red’ que me sostuvo durante aquellos meses».
Justicia para los prófugos sirios
Hoy la misión del Padre Mourad sigue lejos de Siria. Eligió vivir entre los sirios obligados por la guerra a abandonar sus propias casas, su tierra y le atormenta asistir a la indiferencia del mundo, a menudo incluso de los cristianos occidentales, por su destino. «Me pregunto por qué, a pesar de que todo el mundo la conoce muy bien, no hay nadie en el mundo que haga nada para mejorar la situación de millones de sirios que durante ocho años han vivido en situaciones de pobreza, sufrimiento e injusticia en los campos de refugiados, tanto en el Líbano como en Jordania, en Turquía y en Irak». «Me pregunto por qué, a pesar de que todos la conozcan muy bien, no haya nadie en el mundo que haga algo ante la situación de millones de sirios que desde hace ocho años viven situaciones de pobreza, sufrimiento e injusticia en los campos de refugiados, tanto en El Líbano como en Jordania, en Turquía y en Iraq». «No es aceptable que aquí en Occidente yo pueda vivir en una casa, comer la comida que quiero, tener todas las comodidades y que otras personas se vean obligadas a vivir en la miseria desde hace años sin que nadie haga nada. La verdadera justicia consistiría en hacer volver a estas personas a sus casas, devolverles su libertad, dignidad y paz». El padre Jacques sacude la cabeza desconsolado y se aferra, casi con enojo, al bastón que lo sostiene. Está preocupado sobre todo por el futuro, no sólo de la Iglesia, sino de la humanidad. «Es un mundo que no anda bien. Y nuestro futuro no será feliz si las cosas no cambian».
Silencio sobre la fuga de los cristianos de Oriente Medio
La preocupación por el destino de los prófugos sirios se entrelaza en su ánimo con la que siente por un Oriente Medio que se vacía progresivamente de las poblaciones cristianas, siempre ante el silencio del resto del mundo. «No es posible que Oriente Medio viva sin cristianos», afirma con decisión mientras su rostro se torna serio. «A nivel simbólico es muy peligroso porque es una situación que toca las raíces del cristianismo: la Iglesia no puede crecer, continuar su historia, sin las Iglesias de Oriente Medio». «Hoy –aclara– tenemos dos responsabilidades. La primera es hacia todos los prófugos cristianos que viven en Europa o en los Estados Unidos: debe existir una estructura canónica oficial que refrende su existencia». «La segunda tarea que tenemos es romper este silencio sobre la fuga de los cristianos de Oriente Medio. Y también es responsabilidad de los jefes de las Iglesias orientales, de nuestros patriarcas y obispos. Deberían hacer todo lo posible para proteger y sostener a su pueblo. Lo que se está haciendo por los cristianos de Oriente Medio no es suficiente. Más importante que darles de comer y beber es devolverles su dignidad, una vida digna de ser vivida. Y esto aún no lo tienen».
Fabio Colagrande / Vatican News