La soledad de las víctimas de abusos sexuales
«Te van a crucificar», vaticinó un juez ante la propuesta de una víctima de abusos sexuales de denunciar por la vía penal. Dar el paso supone exponerse ante la opinión pública y adentrarse en un calvario de interrogatorios, informes físicos, psíquicos y cuestionamientos que, lejos de ayudar en su proceso de sanación, provoca «que te tomen por mentirosa, que te sientas doblemente víctima», admite una de ellas
«No denuncié por lo penal porque no me merecía que me hicieran más daño. Tenía claro que tenía que hacer justicia pero, por mi situación psicológica en aquel momento, no podía exponerme a ser revictimizada. Yo era una víctima abusada ya de adulta y sabía que la sospecha iba a pesar sobre mí». Llamémosla Ana. Sufrió abusos sexuales por parte de un sacerdote siendo mayor de edad y ha necesitado años de terapia, de altos y de bajos, para caminar hacia un proceso de sanación en el que todavía está inmersa.
«Un juez me advirtió abiertamente que dar el paso es “como si te crucificaran”. El motivo es que la propia víctima es la única que puede desmontar con su relato la presunción de inocencia del autor del delito, ya que este tipo de abusos se cometen en la intimidad, sin testigos ni pruebas», explica. Es la palabra de uno contra la del otro, con el agravante de que «suelen pasar muchos años entre el abuso y el momento en que la víctima está preparada para contarlo, con lo que eso conlleva de posibles contradicciones a la hora de elaborar el relato». Ahí viene la segunda parte: «Que te traten como si fueras un mentiroso».
Su caso en la justicia civil ha prescrito. Lo que sí hizo en su día fue denunciar por la vía canónica, «fundamentalmente por razones terapéuticas, porque en el camino que estaba recorriendo era muy importante contar la verdad. Una de las cosas que más me pesaba era tener que vivir con ese secreto encima». Ella, reconoce, tuvo la suerte de «estar bien acompañada, con profesionales que conocían cada paso que dar». Pero, con la perspectiva de la experiencia, denuncia que en España «es necesario que se desarrollen los protocolos de actuación para las víctimas de abuso sexual por parte de la justicia civil, porque las víctimas no saben qué pasos dar ni cómo hacerlo».
En el caso de la Iglesia, «sí que existe un protocolo de actuación en la web de la Conferencia Episcopal Española, aunque es difícil de encontrar y alienta cierta desconfianza hacia las víctimas». Esto provoca que quienes se arman de valor para denunciar «actúen un poco por tanteo, algo que luego se puede volver en su contra si se cometen errores».
«Tiene 20 años, pero no ha superado 2º de Bachillerato»
Llamémoslo Adrián. Era un adolescente cuando se armó de valor para denunciar a su supuesto agresor, un profesor del colegio en el que empezaba 1º de la ESO. Para él y su familia parte de la sanación pasaba por lograr que se hiciera justicia: «Si no lo hubiéramos denunciado no podríamos dormir por la noche», dice su padre. Pero en medio del proceso tuvieron que parar «porque mi hijo estaba muy mal». Cuando cumplió los 18 años retomó la denuncia.
Ahora el joven tiene 20 años. Desde hace tres no es capaz de entrar en un aula, por lo que todavía no ha logrado aprobar 2º de Bachillerato. «Es totalmente incapaz de ir a clase, tiene fobia al colegio, sufre episodios de ansiedad y de estrés, tiene pocos amigos y no se fía de nadie… Desde hace años no duerme bien por la noche y tiene pesadillas recurrentes». Juan Cuatrecasas habla con dolor por ver sufrir a su hijo, pero también con mucha claridad, porque su objetivo es «ayudar a otros para que no pasen por lo mismo que hemos pasado nosotros». De hecho, desde hace poco decidió, tras preguntar al psiquiatra de Adrián, «dejar de ocultar mi rostro. No quería seguir tapándome como si mi hijo y yo fuéramos los malos».
Todo comenzó en 2008 en un colegio de Lejona, en Vizcaya. Presuntamente, el menor de 12 años sufrió «un abuso sexual continuado» –tal y como especifica la acusación– por parte de un profesor y el acoso de sus compañeros de colegio. Adrián dio el paso de denunciarlo por la vía penal en 2011, «con todo lo que eso conlleva». El maestro se declaró inocente y nueve años después el juicio está a la espera de fecha, por lo que, verdugo y víctima, jurídicamente, todavía no pueden definirse como tales.
Un proceso «muy desagradable»
Cuatrecasas recuerda especialmente la última sesión pericial a la que acudió su hijo al juzgado. «La anterior ya había sido desagradable, pero esta fue el colmo. Le hicieron preguntas en las que cuestionaron su tendencia sexual, le hicieron preguntas vejatorias sobre su intimidad… y hasta quisieron hacerle una exploración, pero por indicación del psiquiatra se negó. Habían pasado más de cinco años desde los abusos…. ¡qué iban a encontrar!», exclama el padre. «Este es un ejemplo claro del proceso de doble victimización que sufren los denunciantes».
Lo corrobora José Miguel Garrido, abogado del caso Vallmont, en el que 13 menores denunciaron a un profesor por abusos sexuales. «Siempre se pone en duda al denunciante. En nuestro caso, los padres se quejaban porque se trataba a los niños como si mintieran». Esto provoca «que la gente no quiera someterse a un proceso penal». Aunque finalmente ganaron el caso, «al final los niños no querían ni declarar porque estaban cansados de interrogatorios, de valoraciones… Para las víctimas es muy sacrificado».
«A mi hijo le han hecho una cantidad inmisericorde de análisis periciales, psiquiátricos, psicológicos… y al profesor nada o, al menos, oficialmente no hay constancia», añade Cuatrecasas. «Uno de los días que fue a declarar a la Fiscalía de menores tuvimos que sacarlo en brazos por la crisis de ansiedad que le causó contarlo todo de nuevo».
Para el padre de Adrián, algo falla en el tratamiento de estos casos y pide a los poderes públicos que articulen medidas, como por ejemplo, que se establezcan protocolos de acompañamiento para atender a las víctimas de abusos sexuales. «Lo peor de todo es lo solos que nos hemos sentido en todo este calvario». Otra de sus peticiones es que este tipo de delitos «no prescriban, porque un menor de edad, como mi hijo, con 12 años por ejemplo, muchas veces no sabe qué le está ocurriendo. Pero cuando crece y rebobina, se da cuenta, pero ya es tarde, porque el delito ya ha prescrito».