La señal del discípulo
Cuando Judas se aparta, Jesús promete una señal. El Evangelio del quinto domingo de Pascua nos lleva a la víspera de la Pasión. Durante la Última Cena, Jesús ha desenmascarado al discípulo traidor. Se acerca la hora del Príncipe de las tinieblas y Jesús anuncia que el Padre lo glorificará y Él glorificará al Padre. Cuando el Maligno parece triunfar, Jesús habla de glorificación. La gloria que Él recibirá del Padre y la que el Padre manifestará en el Hijo no es exaltación humana. La tiniebla será derrotada por la Gloria. Con la glorificación de Dios llega el mandato confiado a los apóstoles y la revelación de la señal del discípulo. Traición, glorificación, mandamiento y señal piden ser comprendidos a la luz del triunfo y de la alegría de la Pascua.
La traición está en la puerta del mandamiento del amor. Paradoja y ejemplo en el seguimiento de Cristo: al engaño de la traición, Jesús responde con amor verdadero; en su modo de amar está nuestro modelo. Judas queda al margen del mandato de amor. Abandonar el grupo de Jesús aleja de sus dones de misericordia. Jesús ama a todos sin medida, pero podemos cerrarnos obstinadamente a su amor. Quien se aparta de Jesús y de su Iglesia se cierra al amor verdadero. La experiencia de Judas ofrece una enseñanza dolorosa: quien se priva a sí mismo del amor del Señor, pierde la esperanza. Quien, por el contrario, acoge su mandato de amor, vivirá en la verdad y encontrará fortalecida su esperanza.
La glorificación está en la entrega. La grandeza infinita del Padre se revela en la entrega incondicional del Hijo. A los ojos del mundo, la entrega del Hijo puede parecer derrota. Jesús, sin embargo, ofrece su vida libremente. Su entrega es ofrenda de amor sin límites. El Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos. El Hijo ama al Padre y encomienda su espíritu a las manos del Padre. Jesús entrega su vida para que el mundo sepa que ama al Padre. En la entrega de Jesús está el amor que nos ha redimido. La glorificación del Padre es testimonio del amor divino y salvación del hombre. «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida del hombre está en conocer a Dios» (san Ireneo de Lyon). Hemos visto la Gloria de Dios en la entrega del Hijo.
El mandamiento es nuevo porque nace de un don y porque contiene aquello que nunca envejece. Los mandatos de Jesús son don para el crecimiento. Jesús nos pide cumplir lo que primero nos da. Cumple quien responde con docilidad al don recibido. El cumplimiento del mandato de Dios no es conquista de la sola voluntad humana, sino colaboración gozosa con la gracia. En el don de Dios está la posibilidad, el camino y la meta de nuestro cumplimiento. Con su mandato, Jesús promete al discípulo capacidad y ejercicio del amor más grande. No será menor el testimonio de amor del discípulo; en él resplandecerá el amor inmenso del Maestro. Sabe ahora el discípulo cuál es su escuela: en el Corazón del Hijo aprenderá a amar. Jesús nos pide amar como Él nos ama y Él nos ama como ama al Padre. Misterio insondable de la dignidad humana: la criatura amando con el amor del Creador.
La señal distingue, identifica y remite a lo que no se ve. El amor de Cristo compartido entre nosotros nos muestra como discípulos suyos. Ahí está nuestra señal.
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».