La Semana Santa que no había que salvar
La Iglesia en España entra en la Pascua tras celebrar con fervor, y en algunos casos con mucha creatividad, los misterios centrales de la fe cristiana marcados de nuevo por la pandemia
De norte a sur y de este a oeste. No hacía falta salvar la Semana Santa, la verdadera, porque no iba a dejar de celebrarse. La pandemia puede condicionar aforos, espacios, limitar procesiones o concentraciones de gente, pero no ha apagado la fe de los católicos en su semana más importante, la que conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Y así ha sido.
En esta ocasión, los fieles han sido quienes ha procesionado a los templos para manifestar su devoción a Cristo y a la Virgen en sus diferentes imágenes, mientras que las estaciones de penitencia dieron paso a momentos de oración y culto alternativos.
Sucedió así en lugares tan emblemáticos como Sevilla y también en Madrid, donde se formaron colas interminables a las puertas de las iglesias. En la capital, por ejemplo, hubo que armarse de paciencia para ponerse delante del Cristo de Medinaceli. Allí, el Viernes Santo, el cardenal Osoro, delante del alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, lanzó una invitación a ofrecer signos de la cercanía de Dios a los hombres de hoy. «La vida es un don que consiste en darse», dijo el padre Víctor Herrero, de la Orden de los Hermanos Menores de los Capuchinos, en Valladolid, al pronunciar el Sermón de las Siete Palabras con más solera de nuestro país. La humana, continuó, es una «condición precaria», pero también «preciosa»: «Vivir es encontrarse. La vida es vínculo y amparo».
En Valencia, el Cristo de Medinaceli de la Semana Santa Marinera emuló a la Virgen de los Desamparados y se subió al Maremóvil para acercarse a residencias de ancianos, cementerios, hospitales y al centro penitenciario de Picassent. También pasó por centros de refugiados, de atención a personas vulnerables y de una clínica especializada en abortos. En el vehículo, concretamente en el asiento del copiloto, viajó el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares. «Ha sido un gesto de cercanía con los que sufren», reconoció Juan Agustín Blasco, presidente de la Cofradía de Jesús de Medinaceli.
Y como la muerte no tiene la última palabra, el culmen de la Semana Santa llegó con la Resurrección. «La Resurrección de Jesús es promesa de la nuestra. Nos da la imagen de lo que estamos llamados a ser. De lo que entendemos cuando hablamos de salvación, porque estar salvados es vivir, vivir intensamente y para siempre una vida de amor. Jesús resucitado anticipa lo que nos espera: viviremos en Dios eternamente. Su destino será el nuestro», escribió el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, el pasado domingo.
Ese mismo día, el cardenal Osoro recordó durante la Misa que presidió en la catedral de la Almudena que la Resurrección de Cristo exige participar de ella y dar testimonio. Esto es, «nos compromete a defender la vida», a luchar contra la pobreza y las «estructuras opresoras, y «a defender la libertad verdadera contra toda esclavitud».
Horas antes, durante la Vigilia Pascual, afirmó que «el Resucitado da un sentido absolutamente nuevo a la vida», porque Él hace «nuevas todas las cosas». Y para recibirlo es importante ir a Galilea, esa «vuelta a la vida ordinaria», al trabajo, a la familia, a ver los «sufrimientos diversos» de otros, y ahí «acoger Su presencia». «Que aparezca en nuestra manera de vivir esta realidad: Cristo ha resucitado», animó.