«La seguiremos llamando Madre»
Francisco no pudo encontrar una santa más emblemática. Madre Teresa encarna la idea de Iglesia del Papa sudamericano. Por eso la elevación a los altares de la diminuta monja de Calcuta, el domingo pasado en la plaza de San Pedro, lejos quedó de ser un acto «políticamente correcto». Fue, sí, el reconocimiento a una convicción unánime, popular, sobre lo extraordinario de su vida. Pero, al mismo tiempo, envió un poderoso mensaje a un mundo donde la solidaridad parece cada vez más una rareza exótica: la misericordia es una fuerza de enorme poder. No por casualidad, en Roma ya circula la pregunta: «¿Santa Teresa de Calcuta, doctora de la Iglesia?». ¿Por qué no?
Una «generosa dispensadora de la misericordia divina». Así calificó Francisco a Teresa de Calcuta en la homilía de la canonización, la mañana del 4 de septiembre en la plaza de San Pedro. Más de 120.000 fieles llegaron hasta el Vaticano para asistir a la ceremonia, no por casualidad una de las más importantes del Año Extraordinario de la Misericordia. Tampoco fue azar que coincidiese con el Jubileo del mundo del voluntariado. Bergoglio quiso ofrecer su figura y su vida como ejemplo para todos aquellos que, día tras día, socorren a los más necesitados.
Eso tampoco fue una casualidad. Madre Teresa solía decir que sin amor a Cristo sería imposible para sus Hermanas de la Caridad realizar su labor de ayuda a los más necesitados. Una importante diferencia con el voluntariado laico estilo filantropía. Y el Papa no se ha cansado de advertir de que la Iglesia no es una ONG, una asociación mundial de ayuda humanitaria.
«Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres. Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad», dijo Francisco. Y agregó, saliéndose del discurso preparado: «Pienso, quizás, que tendremos un poco de dificultad en llamarla santa Teresa. Su santidad es tan cercana a nosotros, tan tierna y fecunda, que espontáneamente continuaremos llamándola madre Teresa».
También recordó la lucha de la santa en defensa de la vida, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Destacó así un pasaje de su labor menos recordado, sobre todo fuera de la Iglesia: su férrea oposición al aborto. Una postura incómoda para muchos de sus admiradores, especialmente los políticos. Es célebre el estupor que recorrió la sala en la cual le fue entregado el Premio Nobel de la Paz, el 11 de diciembre de 1979 en Oslo, cuando los presentes se habían preparado para escuchar un discurso contra la pobreza y madre Teresa los sorprendió advirtiendo que la interrupción del embarazo es «el gran destructor de la paz», porque «es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma».
En su sermón de este domingo, el Papa aseguró que ella «se inclinó sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado», pero también destacó su decisión para hacer sentir su voz a los poderosos de la tierra, «para que reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos». «¡Ante los crímenes!», insistió. «La misericordia ha sido para ella la sal que daba sabor a cada obra suya, y la luz que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento», añadió.
Y abundó: «Que esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: “Tal vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír”. Llevemos en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura».
Una canonización largamente esperada
La canonización de madre Teresa era ansiada y esperada. Se tardó demasiado, a decir verdad. Tras su muerte, el 5 de septiembre de 1997, Juan Pablo II concedió una especial excepción a las normas eclesiásticas y autorizó que su camino oficial a la santidad comenzase inmediatamente, sin esperar los cinco años que exige el derecho canónico antes de dar inicio cualquier proceso de ese tipo. Por ello, su beatificación llegó en tiempo récord, la celebró el mismo Papa polaco el 19 de octubre de 2003.
En 2008 se verificó el milagro necesario para certificar la santidad. Se trató de la curación inexplicable para la ciencia de un ingeniero brasileño de 43 años. Marcilio Haddad Andrino, quien pasó varios meses sufriendo intensos dolores de cabeza y convulsiones. Resultó tener una letal infección en el cerebro, con cinco abscesos que le hicieron padecer molestias insoportables. Solo se salvó de una muerte segura cuando su mujer, Fernanda Nascimento, recibió una reliquia de la madre y comenzó a rezarle sin descanso. De repente las heridas desaparecieron y solo quedaron las cicatrices.
Debieron pasar poco más de cinco años hasta que se identificó y certificó aquel milagro, revisado en el Vaticano por médicos especializados, teólogos y cardenales antes de ser avalado por el Papa. Un trámite que cumplió todos los requisitos establecidos.
«Mañana, tendremos la alegría de ver a madre Teresa proclamada santa. Lo merece. Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección», dijo el Papa la mañana del sábado 3 de septiembre. Fue durante el Jubileo del Voluntariado.
Esa audiencia, en la plaza de San Pedro, se sumó a las numerosas actividades realizadas en torno al Vaticano por la canonización de madre Teresa, que comenzaron el jueves 1 con la inauguración de una muestra fotográfica sobre la vida y obra de la santa. Un día después, el viernes, ya Roma se veía invadida por miles de fieles venidos de muchos de los 133 países donde opera la familia religiosa nacida en Calcuta en 1950. Una obra que incluye no solo a la congregación central, las Misioneras de la Caridad, sino también a los Hermanos Misioneros de la Caridad, fundados en 1963, las Hermanas Contemplativas (1976), los Hermanos Contemplativos (1979) y los Padres Misioneros de la Caridad (1984), además de los Laicos Misioneros de la Caridad (1984).
Francisco dio su contribución y a través de la Limosnería Apostólica ofreció un almuerzo para más de 1.500 pobres que viajaron a Roma desde otras ciudades italianas: Milán, Bolonia y Florencia, además de la capital. Todos fueron agasajados con pizzas estilo napolitano cocinadas en tres hornos portátiles colocados a las afueras del aula Pablo VI del Vaticano. Tras asistir como invitados especiales a la canonización, se dejaron agasajar por el trabajo de 20 pizzeros y 250 misioneras de la caridad, que hicieron de camareras.
El lunes 5 se celebró por primera vez la fiesta litúrgica de santa Teresa de Calcuta. Una misa multitudinaria en San Pedro celebrada por el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, y después un interminable desfile ante las reliquias de la religiosa, en la basílica San Juan de Letrán de Roma.
¿Por qué no doctora de la Iglesia?
Mientras tanto, una sugestiva propuesta comenzó a girar como algo más que un rumor. La plasmó Stefania Falasca en un artículo publicado en el diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana. Una opción posible. «Si madre Teresa encarna el camino de la misericordia que va del corazón a las manos, de una Iglesia capaz de salir hacia los demás, en manera no autorreferencial, que se manifiesta en la fidelidad, en la ternura, ¿por qué no agregar a santa Teresa de Calcuta a los nombres de otras mujeres –Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Teresa de Lisieux o Hildegarda de Bingen– proclamadas doctoras de la Iglesia?».