Cuando a los pocos meses de su pontificado el Papa Francisco llevó a los altares a los 813 mártires de Otranto se convirtió en el Pontífice con más fieles canonizados de la historia. Y sigue: en este año que concluye ha canonizado a doce beatos más, y ha beatificado a 85 siervos de Dios, entre ellos el Papa Juan Pablo I y muchos mártires que fueron víctimas de las ideologías del siglo pasado —55 de ellos asesinados por su fe durante la persecución religiosa en España de los años 30—.
Todos ellos tienen un acento especial que es reflejo de alguna singularidad de Dios, pero entre ellos ha destacado sobre todo la luminosa figura de san Carlos de Foucauld, una canonización esperada por muchos fieles en todo el mundo durante años. El militar, aventurero y finalmente ermitaño francés es para Francisco «un programa de la escuela de Cristo» que ha propuesto a todos los católicos de hoy. Y lo dice por experiencia propia, pues de hecho, según el Papa, la vida de este nuevo santo le ayudó «mucho» a «encontrar una forma de vida cristiana más sencilla, menos pelagiana, más cercana al Señor».
En el año en el que hemos recordado la primera gran canonización de la historia —la de san Isidro, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri—, hace ya 400 años, el Papa ha creado con vistas al próximo Jubileo de 2025 una Comisión de Testigos de la Fe que amplía el espectro de la amistad con Dios más allá del mundo católico, un organismo que va a quedar incorporado de manera estable al Dicasterio para las Causas de los Santos. Quizá antes podamos también ver concluido alguno de los procesos de beatificación por la vía de la entrega de la propia vida, un camino por el que transita ya la causa de algún español.
2022 ha sido pues un año de cuidar las raíces y desplegar las alas en lo que se refiere a la santidad: un año para recoger la herencia de nuestros padres en la fe y mirar alrededor para descubrir, quizá más cerca de lo que pensamos, a los que el Papa denomina «santos de la puerta de al lado».