La Santa Sede comparte la lucha por el desarme nuclear de los hibakusha, nobeles de la Paz
El Papa Francisco ha elogiado en varias ocasiones el testimonio profético de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki y son frecuentes las intervenciones de la Santa Sede por la eliminación de este tipo de arsenales
La concesión del Premio Nobel de la Paz a la organización japonesa Nihon Hidankyo, formada por supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, ha vuelto a poner en el punto de mira global uno de los problemas mundiales prioritarios para la Santa Sede: la escalada nuclear y el riesgo inherente a la actual expansión de los arsenales atómicos.
El Comité Noruego del Nobel de la Paz justificó el pasado viernes su decisión por los esfuerzos de la entidad nipona «para lograr un mundo libre de armas nucleares y demostrar a través de testimonios de testigos que las armas nucleares nunca deben volver a utilizarse». Explicó asimismo que se concede teniendo en el punto de mira el 80 aniversario de las bombas, en agosto del año que viene. Explica que en 1956, asociaciones de hibakusha —supervivientes— locales y de víctimas de las pruebas nucleares en el Pacífico formaron la Confederación Japonesa de Organizaciones de Afectados por las Bombas A y H, que en japonés quedó abreviada en Nihon Hidankyo.
El Papa Francisco ha subrayado en varias ocasiones el importante papel de este movimiento japonés. Masako Wada, que el viernes habló a los medios en nombre de la entidad galardonada, tuvo la ocasión de escuchar en directo las palabras de admiración del Pontífice en 2017. Durante su discurso a los participantes en el simposio Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y para un desarme integral, el Santo Padre calificó de «insustituible» el «testimonio de los hibakusha, las personas golpeadas por las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, como también esas de las otras víctimas de los experimentos de las armas nucleares: ¡que su voz profética sea un lema sobre todo para las nuevas generaciones».
Este simposio ha sido una de las principales apuestas de la Santa Sede por el desarme nuclear. Con la participación de once ganadores del Premio Nobel de la Paz, el objetivo de este gran encuentro era dar un nuevo impulso al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, aprobado por la ONU el verano anterior y del que la Santa Sede fue uno de los tres primeros signatarios. El tratado entró en vigor en enero de 2021, al superarse el umbral de 50 naciones comprometidas con él.
Dos años después, el recuerdo de las tragedias de Hiroshima y Nagasaki fue una de las principales claves del viaje del Santo Padre a Japón. De hecho, los momentos más emotivos fueron sus visitas al parque del epicentro de la bomba atómica en Nagasaki y el Memorial de la Paz en Hiroshima. En este segundo lugar, afirmó: «Me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital».
El recuerdo de este momento seguía vivo en su memoria en agosto del año siguiente. Al cumplirse 75 años de las explosiones atómicas, escribió al gobernador de la prefectura de Hiroshima, Hidehiko Yusaki. Su carta contenía un saludo especial para «los supervivientes hibakusha de la tragedia original». «Para ellos, y para todos los que trabajan por la reconciliación, hacemos nuestras las palabras del salmista: “Por el amor de mis hermanos y amigos, os digo: ‘La paz contigo’”». El Santo Padre también compartió sus oraciones para que sus voces proféticas sean «una advertencia para las generaciones venideras».
No a la disuasión
El Vaticano comparte plenamente la lucha de los hibakusha por el fin de los arsenales atómicos. Este tema es recurrente en las intervenciones del Papa y sus representantes en el ámbito mundial y ante las organizaciones internacionales. Este último año es muestra de ello. En enero, en su tradicional discurso al cuerpo diplomático, el Papa Francisco citó los arsenales nucleares «y el desarrollo de armas crecientemente sofisticadas y destructivas» como una de las amenazas para el mundo actual. Subrayó asimismo la «inmoralidad de fabricar y poseer armas nucleares».
En un sentido similar se pronunció hace pocas semanas el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, durante su visita a Nueva York para participar en la Asamblea General de la ONU. En un encuentro de alto nivel el 26 de septiembre para conmemorar el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares, el número dos del Vaticano subrayó que «la única forma de evitar una guerra nuclear es la eliminación total de las armas nucleares». En este sentido, calificó de «preocupante» la «dependencia de los Estados nucleares en la disuasión nuclear» y señaló la necesidad de superar esta postura.
También en julio el Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Ginebra, Ettore Balestrero, subrayó ante el Comité Especializado de No Proliferación la «profunda preocupación» de la Santa Sede ante la escalada nuclear. Las cabezas atómicas suponen «una amenaza existencial» que se ha exacerbado por el «tenso ambiente estratégico» actual y la «modernización y expansión de los arsenales nucleares».