La Sagrada Familia de Nazaret
Festividad de la Sagrada Familia / Evangelio: Lucas 2, 41-51
Desde la noche de Navidad hasta la fiesta de la Epifanía, celebramos acontecimientos y experiencias que pertenecen al nacimiento de Jesús. Se escucha el canto de los ángeles que alaban y anuncian, y resuenan la alegría y el bullicio de los pastores, los pobres de Israel (cf. Lc 2, 15-20), y la adoración de los Magos, «los sabios de las naciones» (cf. Mt 2, 1-12).
La liturgia del primer domingo después de Navidad centra la atención sobre la familia en la que nació y creció Jesús. Nos encontramos con una mujer, María, que se convierte en la madre de un niño, siendo virgen; con José, que es el padre de Jesús según la Ley; y con un niño, Jesús, ese Hijo que solo Dios, el Padre, podía dar a los hombres.
Contemplamos a esta familia siguiendo el texto del Evangelio de Lucas. María y José van a Jerusalén para la fiesta de Pascua, como todos los años, según la costumbre. Son peregrinos, y lo han sido toda su vida. Peregrinaron a Belén (cf. Lc 2,1-5), a Egipto (cf. Mt 2, 14-15)… Peregrinan anualmente al templo de Jerusalén. Es una familia que busca a Dios, que camina hacia el rostro de Dios. Llevan ahora a su hijo, que tiene 12 años. Es una peregrinación especial, porque Jesús cumplirá su mayoría de edad religiosa. Celebrará el rito del Bar Mitzwa, ese momento en que el niño adolescente canta el primer mandamiento de la Ley de Dios, convirtiéndose en el hijo del mandamiento.
En el viaje de ida todo ha transcurrido con normalidad, pero mientras regresan a Nazaret los padres se dan cuenta de que su hijo no está entre los otros niños de la caravana. Están angustiados y regresan a Jerusalén con la esperanza de encontrarlo. La búsqueda dura tres días. Finalmente «lo descubren en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba». Jesús todavía es un niño. No enseña. Como todo discípulo, escucha a los que son doctores y explican cómo interpretar la Ley. Lucas señala que entre aquellos que oyen sus respuestas surge el asombro. Sus mismos padres se quedan sorprendidos cuando lo encuentran entre los doctores. Para Jesús, que ha recitado el mandamiento y es mayor de edad religiosamente, el penetrar hasta el fondo y expresar con claridad la historia de la salvación que se le revela es lo fundamental. Todo lo demás pasa a un plano secundario (hasta su propia familia).
Y María, con el tono de reproche propio de toda madre, le dice: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Mira, tu padre y yo te buscábamos angustiados!». Jesús parece dar una respuesta de protesta: «¿No sabíais que tengo que estar en la casa de mi Padre?», dice señalando su misión. Se siente casi obligado a corregir las palabras más dulces y tiernas de su madre, y dice con firmeza que su padre es el «Padre que está en los cielos» y que debe ocuparse de los asuntos de Él. Esta es la voluntad divina. Y el sentido de su vida consiste en obedecer la voluntad de su Padre.
Pero los padres de Jesús, señala Lucas, «no entendieron lo que les había dicho». María y José apenas comienzan a darse cuenta de que en la vida de su hijo hay un misterio muy grande. Ellos aún no han recibido la orden o inspiración de que Jesús se quede en el templo, y como responsables de su hijo le piden que vuelva con ellos a Nazaret. Y Jesús, enamorado del templo, del análisis de la Palabra divina, prendado de la presencia de Dios, obedece y se marcha con sus padres, siguiendo bajo su autoridad. Vivió sometido a ellos, en el silencio y en el ocultamiento de Nazaret, en aquella aparente inutilidad de Nazaret. Cuando obedecemos en el silencio, y nos entregamos de verdad, dejándonos hacer, un día puede valer por muchos años, porque los resultados serán prometedores.
El Evangelio señala que María «guardaba todo esto en su corazón». Ella, que es mujer de discernimiento, busca en la fe en Dios el sentido de los acontecimientos que suceden a su familia. Y en Nazaret Jesús «iba creciendo en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y los hombres» (cf. 1 Sam 2, 26). Como todos los niños, experimenta un crecimiento hacia la madurez. Más tarde sus padres, ante las decisiones de vida de Jesús, deberán aceptar la distancia y la separación de su hijo. Serán momentos difíciles de entender y asumir.
Centremos nuestra mirada en la Sagrada Familia de Nazaret. ¡Dios tiene familia! El Hijo es el huésped que Dios envía, préstamo de amor, para que los padres lo eduquen. Meditando esta escena evangélica, revivamos el amor a la familia, y el sentido de la familia al servicio de la vida.
Contemplando el portal de Belén, escucharemos los gritos que vienen de los hogares de tantas familias rotas, llenas de problemas y dificultades. No hagamos oídos sordos. Acerquémonos a tantas familias que nos encontramos en el camino de la vida para curar y vendar sus heridas.
Ante la Sagrada Familia también escucharemos el llanto de tantos inocentes que mueren, esclavizados sexualmente, muertos de hambre. Esta sociedad está enferma. ¡Cuántos abortos, fetos asesinados! Personas no nacidas que se matan en el seno materno. Muertes dolorosas, que claman justicia. Pero el problema es la muerte legalizada, convertida incluso en un derecho de la mujer que recibe esa vida.
Pidamos fortaleza a Dios en este momento. En cada familia los hijos son un tesoro, pero son de Dios. Que el amor de Dios habite siempre en nuestras familias y las ayude a parecerse cada día más a la Sagrada Familia de Nazaret, siempre en búsqueda de la voluntad de Dios, con fe sencilla, con la profunda invocación al Espíritu que todo lo puede.
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió 12 años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.