La sabiduría
Sábado de la 3ª semana de Pascua / Juan 6, 60-69
Evangelio: Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Adivinando Jesús que sus discípulos lo crit- icaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
Comentario
La sabiduría dista muy poco de la sabihondez. Basta que el sabio se crea que su sabiduría es la realidad para que el mundo se le escape de las manos dejándole en ridículo. Es solo un gesto del alma, que orgullosa se aferra a su pequeño poder, y en nada queda su saber.
Con la sabiduría respecto de Dios ocurre aún más: Dios se presta al conocimiento humano, pero para arrastrarnos poco a poco consigo al ámbito divino. Por eso, al sabio que quiere aposentarse en la sabiondez Dios se le escapa de las manos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños».
El que se sabe siempre pequeño en relación con Dios es consciente de que su saber es solo un peldaño en el camino infinito de esa relación. Pero ese aspecto inacabable de Dios no cansa, porque es el de una insaciable saciedad, como dice santa Catalina de Siena: «Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz».