El debut en novela del profesor y poeta Nacho Escuín nos presenta a un protagonista a punto de abandonar la treintena que frena en seco el frenético ritmo de su cotidianidad para hacer un recuento de sus idas y venidas por mundos virtuales y ciudades del siglo XXI. Nos hace partícipes de su deambular pasado, casi fantasmal, por paisajes urbanos como Bruselas, Madrid, París o Viena; nos deja observarle de cerca, desde sus recuerdos más íntimos; verle pasar de puntillas, como una exhalación, sin apenas tocar vida, sin apenas dejar huella. Y así la historia, narrada en varias postales, algunos retratos y un selfi, nos introduce en una dinámica de Sísifo y fuga incesante, aderezada de comida y bebida rápida, desarrollada sobre lugares y amores estériles donde no es posible echar raíces. Los papeles de Bruselas es la crónica de un desencanto que empieza en abulia hasta coger velocidad de crucero y convertirse en un baile de disfraces orquestado por un hombre que va dejando atrás todas sus caretas. De su desesperada huida hacia adelante, engancha especialmente que todo está aconteciendo ahora mismo, en nuestro presente de posconfinamiento, aunque, en verdad, se haya iniciado mucho antes. Sentimos propia la zozobra del personaje ante el miedo de no poder volver a abrazar a sus padres, entendemos su obsesión por aprovechar el encierro doméstico para tratar de reconectar con su interior y nos sobrecoge su listado de despedida de las mujeres de su vida porque intuimos que lo que nos está contando son los preparativos de un último viaje sin retorno.
Lo curioso es que desconocemos, en verdad, la identidad del protagonista. Al más puro estilo Ray Loriga, su nombre queda perdido, en la falsedad de sus perfiles sociales y los espejismos de la comunicación virtual (Tinder, WhatsApp, Messenger, mails…). Como última ironía posmoderna, su personalidad quedará congelada y, a la vez, diluida a las puertas de embarque de un aeropuerto, metáfora de esa globalización mal entendida que hoy se sufre desde el más doliente individualismo.
Entre desengaños profesionales y frustraciones personales, queda perfectamente retratado un mal generacional: ese deseo insaciable de gratificación instantánea, sucedáneo del anhelo de infinito del romántico decimonónico ahora trocado en espiral de eterna insatisfacción. Todo un acierto editorial, por cierto, es que nos podemos mover por todos estos territorios privados a ritmo de una playlist explícita que incluye canciones de Bunbury, Los Planetas, Nacho Vegas, Lori Meyers, Lana del Rey y Matchbox Twenty.
Podría haber sido en la música donde el protagonista encontrase salvación a tanta banalidad. Pero no, se redime en la literatura, donde se aferra a los valores que le mantienen humano y le susurran lo que su alma necesita. Es así como sueña con un amor incondicional, como el que profesó a Julio Cortázar su primera mujer, Aurora Bernárdez, a cuyos brazos regresó el argentino para ser cuidado en el final de sus días. Y, por qué no, vivir al menos una secuencia digna del mejor Linklater.
Nacho Escuín
Bala perdida
2020
110
17 €