La revolución progresista no llega aún a Polonia - Alfa y Omega

Cuando a comienzos de marzo de este año una televisión privada polaca emitió el documental Bielmo. Franciszkanska 3, en alusión a la dirección de la archidiócesis de Cracovia donde era obispo Karol Wojtyla, pareció que sacudiría desde dentro la política polaca, influiría en las elecciones y contribuiría a una oleada de apostasías. Los periodistas acusaban al cardenal Wojtyla de actuar con demasiada lentitud o incluso de encubrir casos de sacerdotes pedófilos. La reacción fue inmediata. El partido Ley y Justicia, en el poder, asumió la defensa del buen nombre de Juan Pablo II, se organizaron manifestaciones en su apoyo en todo el país y también protestas contra la Iglesia ante los obispados.

Por un momento pareció que la campaña electoral de este otoño iba a acabar de forma similar: en un choque por los valores religiosos. Sí hubo flecos en relación con la Iglesia, con una fraternización demasiado ostentosa de políticos del partido gobernante con el padre Rydzyk, que dirige un influyente medio católico. Con todo, a medida que se acercaban las elecciones del 15 de octubre, la fe fue convirtiéndose cada vez más en un elemento añadido a otros temas más importantes para los polacos.

Cuando un estudio preguntó a la salida de los centros electorales qué factor había sido el crucial a la hora de decidir el voto, solo el 6,9 % respondió que «el papel de la Iglesia en el Estado». Entre los temas más importantes estaban la «situación económica» (27,8 %), el «aborto y los derechos de las mujeres» (16,5 %), la «seguridad» (16,5 %) y el «estado de la justicia y el imperio de la ley» (16,3 %). Prácticamente todas las demás encuestas de opinión que han abordado la visión del mundo reflejan los cambios que han tenido lugar en la sociedad polaca en los últimos años. Aunque el Gobierno de derecha social del partido Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco) logró más del 35 % de los votos y los polacos todavía se declaran mayoritariamente católicos, la realidad de hoy es una especie de dolor fantasma después de la grandeza y la capacidad de influencia del pasado.

Por primera vez en la historia, el curso no ha arrancado en muchos seminarios por la falta o escasez de candidatos. El aborto hasta la semana doce de gestación hoy en día es aceptable para la abrumadora mayoría de votantes de cuatro de los seis partidos más grandes. Incluso en Ley y Justicia y en el partido nacionalista de derechas, Confederación el balance no es obvio, con un 34 % a favor y un 51 % en contra y un 42 % a favor y un 51 % en contra respectivamente.

La paradoja es que esta significativa reorganización en los valores de los polacos no se traduce en buenos resultados para los partidos que exigían una política más progresista. Los grandes perdedores fueron los dos extremos: Confederación, con el 7,16 % y Nueva Izquierda, con 8,61 %. Aunque la izquierda estará en el Gobierno, en comparación con las últimas elecciones contará con 26 parlamentarios en vez de con 49. Por tanto, a pesar de lo que se anunciaba en la campaña, no cabe esperar en el futuro próximo una revolución en temas como el aborto o los derechos LGTBI.

Esto se debe también a que la mayor sorpresa de las elecciones resultó ser no el resultado de la liberal y centrista Coalición Cívica del ex primer ministro Donald Tusk, sino la coalición Tercera Vía, que incluye el partido Polonia2050, del experiodista católico Szymon Holownia, y el tradicionalmente centrista y conservador Partido Popular Polaco, de Władysław Kosiniak-Kamysz. Tercera Vía, con el 14,4 % de los votos, es hoy la piedra angular de la política polaca, lo que frena la ambición de la izquierda. Apenas un día después de las elecciones, Kosiniak-Kamysz anunció que las cuestiones ideológicas no deberían incluirse en el acuerdo de coalición del nuevo Gobierno y que no se aplicaría la disciplina de partido. En su opinión, cuestiones tan importantes como el aborto deberían decidirlas todos los ciudadanos en un referéndum, no el Parlamento, que ignoraría la opinión de muchos votantes conservadores y católicos. Por tanto, estamos ante un punto muerto no solo por la falta de una mayoría parlamentaria clara sino también por el hecho de que Andrzej Duda, expolítico de Ley y Justicia, se sentará en el palacio presidencial durante otros dos años. Podría vetar todos los proyectos de ley ideológicamente más atrevidos o remitirlos al Tribunal Constitucional, donde la mayoría de magistrados apoyan al Gobierno saliente.

Por eso los próximos meses, o quizá años, serán un momento clave para Polonia a la hora de crear la identidad futura de una nación que hasta hace poco se llamaba el «bastión del cristianismo». Nada en este rompecabezas es obvio o inevitable, ni es una simple copia de los procesos de secularización de Europa occidental, por ejemplo en Irlanda o España. Vale la pena seguir la política polaca, porque su forma determinará el rumbo del centro de nuestro continente, sometido a la constante presión de Rusia. Al menos en este aspecto, la política de unidad con la OTAN y la hostilidad hacia Moscú no deberían cambiar.