He de confesar que era la primera vez que iba a un concierto de Hakuna Group Music. Los había escuchado de manera suelta, en algún evento, y en el coche de amigas un poco refunfuñando. No por nada en especial; sencillamente escucho otro estilo de música. Por una serie de carambolas y la curiosidad periodística como remate, acudí al concierto multitudinario del sábado pasado en el auditorio Miguel Ríos de Rivas-Vaciamadrid. El despliegue de medios técnicos me dejó pasmada, y empiezo por este detalle que puede parecer secundario porque el contexto influye, y mucho. Hasta fuegos artificiales y foodtrucks en un evento multitudinario en el que más de 25.000 personas se tomaban sus cervezas y cantaban al unísono, literalmente, letras que eran salmos. Familias, jóvenes de amplios abanicos de edades, congregaciones enteras de monjas, sacerdotes, el obispo de Alcalá de Henares… nadie se quiso perder esta cita con la alabanza. Yo, que no me sabía ni una letra, estaba estupefacta y orgullosa de estos avances que vamos dando en la Iglesia en profesionalizar la evangelización. Nada que envidiar a las grandes estrellas excepto en un detalle: aquí el único que brillaba era Él.