La presidenta del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada: «Tenemos que dejar de parcelarnos» - Alfa y Omega

La presidenta del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada: «Tenemos que dejar de parcelarnos»

La exministra Matilde Fernández subraya la importancia de pedir ayuda

José Calderero de Aldecoa
Matilde Fernández
Fernández fue ministra de Trabajo. Foto: Ignacio Gil.

—Lo primero que se advierte en su web es que la soledad no deseada es un problema que aumenta.
—En los estudios que hemos hecho en el observatorio se concluye que la soledad no deseada —que, por cierto, es una terminología que en la OMS dicen que nos hemos inventado los españoles, y no les gusta— afecta al 20 % de la población. Hay que decir que desciende al 13,5 % cuando es persistente o crónica. Pero, en líneas generales, es un problema que está creciendo. Ha aumentado un poco en los jóvenes y también en las personas con discapacidad. El próximo año vamos a hacer un estudio sobre la soledad en las personas con enfermedades mentales y estoy segura de que el porcentaje va a subir. Cuando a la soledad normal que puede sufrir una persona —que suele durar poco o se resuelve sin ayuda externa— se le añade la enfermedad u otros factores que tienen que ver con la desigualdad social y económica, las cifras aumentan.

—De su respuesta entiendo que no solo afecta a los mayores.
—No. La longevidad de los países desarrollados hizo pensar que las personas mayores eran las que se sentían más solas. Pero los estudios revelan que también afecta a los jóvenes. De hecho, en una punta de la estadística están los mayores de 80 años que viven solos —porque se rompe su estructura familiar— y en la otra punta se sitúan las personas jóvenes, principalmente de la España rural.

—¿A qué achaca la soledad de los jóvenes? ¿Tiene algo que ver con la tecnología?
—Sí, tiene que ver con la tecnología. Pero hay matices. Se ha estudiado la soledad de grupos de personas que dicen que están diariamente conectados tres horas a las redes y hay diferencias entre unos y otros. Se ha demostrado que hay más soledad en aquellos chicos y chicas que están conectados ese tiempo a las redes, pero luego no tienen contactos sociales analógicos. Entre los jóvenes que pueden estar esas mismas horas conectados pero luego salen a la calle y se encuentran con amigos, la soledad apenas se percibe. Ya dijo Aristóteles que los seres humanos somos eminentemente seres sociales; por lo que se puede decir que el problema es quedarse solo con la tecnología y no tener esos contactos sociales.

—Antes hablaba de los soledad crónica o persistente. ¿Cómo se ataja ese problema?
—Ante la soledad persistente, hay una parte de atención a la persona de forma individualizada. Aunque hay que decir que, para ello, es importante pedir ayuda. A partir de ahí, se requiere la escucha en sus múltiples posibilidades: que te escuche un profesional, o una organización, o la parroquia, o la asociación de vecinos, o la Cruz Roja, o Cáritas… tanta gente que está organizada en la sociedad. Esa es la primera fase: pedir ayuda. Y hay una segunda fase que es el hacer conexión. Aunque esa es una terminología más anglosajona. Los europeos solemos decir hacer comunidad, hacer barrio. Hay zonas en las que se organizan actividades los fines de semana para las personas mayores. Al final es hacer vida social, hacer conexión con la tienda del barrio, con la sucursal, con el centro cultural, con la farmacia, con el centro de salud… Se trata de dejar de parcelarnos: las personas mayores por un lado, los jóvenes por otro. No. Lo bueno son centros comunitarios donde existan lazos intergeneracionales. Conexiones, conexiones y conexiones. Es una palabra fundamental.

—Los beneficios para las personas son obvios; pero, ¿la lucha contra la soledad genera beneficios sociales?
—Desde luego. Desde el observatorio encargamos un estudio sobre el coste de la soledad a tres catedráticos de macroeconomía de Galicia, que tenían además un máster en salud pública. Estimaron que tenía un coste total de 14.141 millones de euros anuales en nuestro país. Esto representa el 1,17 % del producto interior bruto (PIB) de España para el año 2021. En cuanto a los costes sanitarios, se cifraron en más de 5.600 millones de euros anuales, y los costes por consumo de medicamentos son 495,9 millones. Por otro lado, se midieron los costes asociados a las pérdidas de productividad. Hablamos de 8.000 millones de euros anuales, representando aproximadamente un 0,67 % del PIB.