La pregunta del millón: ¿Ayuda la presión internacional a los cristianos perseguidos?
Durante el calvario judicial de Asia Bibi, muchas personas no entendieron por qué la Santa Sede no se pronunciaba de forma más clara a su favor. Su amiga y coautora de su libro explica las razones
En ¡Por fin libre!, el libro en el que Asia Bibi explica la odisea de diez años desde que fue acusada de blasfemia hasta su puesta en libertad (editado en España por HomoLegens), ella y la coautora, Anne-Isabelle Tollet, abordan una vertiente de su caso que ha causado incomprensión entre quienes echaban de menos una denuncia más firme por parte de la Iglesia: el delicado equilibrio entre la presión internacional y un prudente silencio.
En octubre de 2014, Tollet escribió al Papa Francisco rogándole «solemnemente que no intervenga en el caso de Asia Bibi». Esas intervenciones, le explicaba, podían exacerbar a los islamistas, alimentando la idea de un duelo entre el islam y la Iglesia. Ya había ocurrido la primera vez que Benedicto XVI habló de ella, al poco de ser condenada: miles de personas salieron a la calle para rechazar la injerencia de la Iglesia, portando imágenes del Papa y de Asia con una soga al cuello.
Algo similar ocurría cuando, a lo largo del proceso judicial, las ONG cristianas divulgaban la fecha de alguna audiencia: ponían a los islamistas sobre aviso y aumentaba la presión sobre los jueces. Estas intimidaciones terminaban causando múltiples retrasos en el proceso. En vez de este enfoque, Tollet proponía al Pontífice «poner de relieve las tres grandes religiones monoteístas» y apoyar al presidente «en su oposición al fundamentalismo, en lugar de pedirle que intervenga en nombre del cristianismo». «Llegará el tiempo de denunciar las injusticias», concluía.
Normalmente, detrás de estos fallos de cálculo solo había errores bienintencionados. Pero no siempre fue así: algunas entidades únicamente buscaban «atraer la atención de los donantes extranjeros, ya que se quedaban con el dinero». Ocurrió incluso con amigos cercanos. Por ejemplo, el que se hizo cargo de las hijas de Asia y las llevó a Canadá hasta que la familia se reunió. Solo más tarde descubrieron que «recogía donaciones en mi nombre y se guardaba» casi todo el dinero.