La Pontificia Academia de Teología se actualiza para afrontar «las transformaciones culturales» - Alfa y Omega

La Pontificia Academia de Teología se actualiza para afrontar «las transformaciones culturales»

A través del motu propio Ad theologiam promovendam, Francisco aprueba los nuevos estatutos del ente para desarrollar «una teología en salida»

Rodrigo Moreno Quicios
La fachada exterior de la Pontificia Academia de Teología. Foto: Lalupa/Wikimedia Commons

«Para promover la teología en el futuro no basta con repetir abstractamente fórmulas y esquemas del pasado», dice el Papa Francisco en su carta apostólica Ad theologiam promovendam, un documento publicado el 1 de noviembre que sirve a su vez como motu proprio para la renovación de la Pontificia Academia de Teología. «Tendrá que hacer frente a las profundas transformaciones culturales consciente de que lo que estamos viviendo no es simplemente una época de cambios sino un cambio de época», añade el Papa en su misiva.

La Pontificia Academia de Teología se instituyó canónicamente el 23 de abril de 1718 bajo el pontificado de Clemente XI y «a lo largo de su centenaria existencia ha encarnado constantemente la exigencia de poner la teología al servicio de la Iglesia y el mundo». En su último motu proprio, Francisco la elogia por las ocasiones en que «ha modificado si era necesario su propia estructura y ampliado su finalidad».

Inicialmente «un lugar de formación teológica para los eclesiásticos en un contexto en que otras instituciones tenían carencias para esta tarea», durante los últimos años la academia se ha convertido en «un grupo de estudiosos llamados a investigar y profundizar en los temas teológicas de relevancia particular». En su documento, Francisco celebra la progresiva renovación de los estatutos de esta institución a manos de los Pontífices precedentes, especialmente Gregorio XVI en 1838 y Juan Pablo II en 1999. No obstante, «casi cinco lustros después, ha llegado el momento de revisar estas normas para adaptarlas a la misión que nuestro tiempo impone a la teología», adelanta el Papa en su carta apostólica.

«Una teología en salida»

«A una Iglesia sinodal misionera «en salida» no puede corresponderle otra cosa que una teología «en salida»». El Papa recuerda en Ad theologiam promovendam la carta que escribió al gran canciller de la Universidad Católica de Argentina. «No os conforméis con una teología de escritorio, que vuestro lugar de reflexión sean las fronteras», les pidió entonces. «También los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a camino, y con sus reflexiones vierten aceite y vino sobre las heridas del hombre», proseguía su mensaje.

Por eso, en este motu proprio encarga a la Pontificia Academia de Teología «abrirse al mundo y al hombre en la concreción de su situación existencial» sin «reducirse a una actitud táctica» ni «adaptar extrínsecamente contenidos ya cristalizados a situaciones nuevas». A su juicio, la teología debe ofrecer «un repensar epistemológico y metodológico» similar al que propone la constitución apostólica Veritatis gaudium.

Es un empeño del Papa que se muestra en algunas de sus recientes decisiones, como cuando en julio nombró como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe al teólogo argentino Víctor Manuel Fernández, famoso por su cercanía y su trabajo con jóvenes.

Citando su encíclica Laudato si, Francisco sostiene que la reflexión teológica está llamada a una «valiente revolución cultural» que la empuje a «interpretar el Evangelio en las condiciones en que los hombres y mujeres viven». Prestando especial atención a los «diferentes ambientes geográficos, sociales y culturales».

Finalmente, el Papa emplaza a la Pontificia Academia de Teología «a desarrollar el diálogo transdiciplinar con otros saberes científicos, filosóficos, humanísticos y artísticos con creyentes y no creyentes, con hombres y mujeres de diferentes confesiones cristianas y diferentes religiones». Una misión a la que considera que ayudarán los nuevos estatutos, que ahora cuentan con su firma y que, a través de este último motu proprio, Francisco ordena «que tengan valor estable y duradero».