La piedra filosofal
Los sesudos investigadores de Harvard ha llegado a una conclusión, después de veinte años de sondeos y análisis, sobre algo que los cristianos sabemos desde hace veinte siglos: que ir a Misa prolonga la vida. Como lo dice Harvard, todos los medios de comunicación se han hecho eco, con cierto asombro, de la supuesta noticia, sin tener siquiera en cuenta que esta salud interior que alarga la vida existe al margen de esa piedra filosofal tan afanosamente buscada sin éxito por los fieles seguidores de Sigmund Freud.
Los cristianos sabemos que no hay mejor terapia psiquiátrica que una buena confesión sacramental, la capacidad de pedir perdón y, como culminación, ir a Misa y comulgar. Lo que equivale a decir que el remedio de las enfermedades del alma está en amar y sentirse amado. Y más allá de la propia Eucaristía, lo que nos evita muchas cardiopatías estriba en lo que ya enunció Blaise Pascal en su célebre apuesta, cuya conclusión era que era más rentable creer en Dios que no creer… Decía Pascal, hace ya cuatro siglos, que por pequeñas que sean las probabilidades de demostrar la existencia de Dios, tal pequeñez sería suficiente para compensar la ganancia que nos da la esperanza de ir al Cielo. Recordemos su apuesta: «Si no creemos en Dios y, sin embargo, existiese, estaríamos condenados; si no existiese pero creemos, no perderíamos nada; si creemos y existiese, ganaríamos el paraíso y si no existiese, ni ganaríamos ni perderíamos…».
En su encíclica Lumen fidei, el Papa Francisco —a cuatro manos con Benedicto XVI— decía a los buscadores de la fe que el mero hecho de vivir como si Dios existiera supone ya descubrir la grandeza y la belleza de la vida…, y que será mayor cuando al fin se encuentre a Dios.
Bien. El caso es que ahora los señores de Harvard han venido a añadir una nueva premisa: si crees y vas a Misa, prolongarás la vida. ¡Vaya! Ya en el Antiguo Testamento aprendimos que vivir tanto como Matusalén era signo del favor de Dios. ¡En realidad, la vida es eso mismo, un don de Dios! Ahora hace falta que, después de otros veinte años de investigación, los sesudos estudiosos de Harvard nos descubran otra verdad de Perogrullo: que el aborto acorta vida, dicho sea sin ánimo de provocar la risa.