La paz no es ninguna maría - Alfa y Omega

La paz no es ninguna maría

Unos 200 embajadores de la paz del proyecto Living Peace procedentes de 35 países se dieron cita el pasado fin de semana en Madrid para una jornada mundial de formación, la primera que realizan. Esta iniciativa de educación para la paz, impulsada por los focolares y extendida hoy por todo el mundo, se basa en gestos y actividades sencillas de perdón y fraternidad desde la escuela infantil

Ricardo Benjumea
Un momento de la clausura del I Congreso Internacional de Jóvenes Líderes y Embajadores de la paz, el pasado domingo
Un momento de la clausura del I Congreso Internacional de Jóvenes Líderes y Embajadores de la paz, el pasado domingo. Foto: Living Peace.

Living Peace es un proyecto de educación para la paz que involucra a unas 1.000 escuelas, asociaciones e instituciones de diversa índole (de cárceles a hospitales), presente en 153 países con alrededor de millón y medio de niños y jóvenes. Su iniciador, el focolar uruguayo Carlos Palma, se considera padre de la criatura a partes iguales con los niños y niñas musulmanes de El Cairo a los que daba clase en una escuela cuando, en 2011, estallaron las protestas que terminaron por derrocar a Hosni Mubarak y alzar al poder a los Hermanos Musulmanes.

Aquel debía haber sido para él «un destino tranquilo», después de Irak, donde a este laico consagrado le estalló en 2003 la guerra mientras estaba poniendo en marcha una comunidad de su movimiento. Forjado en diversos conflictos de Oriente Medio –en Irak llegó a ser torturado–, Palma pensó que, «después de tantos años de tensiones», podría dedicarse algún tiempo en Egipto a su especialidad, la arqueología, pero «ese trabajo tranquilo no lo tuve nunca», dice entre risas al relatar su historia a Alfa y Omega. «Sucedió que mis alumnos iban a [las protestas de la plaza Tahir], y yo solía acompañarlos para ver la situación. Un día me salió al paso una madre preocupada. Venía a buscar a su hijo para llevárselo a su casa. No había terminado de hablar cuando una bala le atravesó el corazón. Volví a casa llorando. Tomé la decisión de pasar a la acción, y no se me ocurrió otra cosa que aplicar a un dado El arte de amar de Chiara Lubich».

De ahí surgió el dado de la paz, con mensajes como «Amo a la otra persona», «Escucho al otro» o «Nos perdonamos unos a otros» que los alumnos deben poner en práctica a lo largo del día con gestos y compromisos simples y concretos. Los demás profesores le llamaron «ingenuo», pero la metodología se generalizó pronto en toda la escuela. Y se extendió a varias familias. «Un grupo de muchachos vino con la idea loca de que escribiéramos a los principales líderes mundiales para contarles el proyecto». El primero en responder fue el norteamericano Barack Obama. Después llegaron las cartas de los reyes de España, la presidenta de Irlanda… «Fue como una gran bola de nieve. De escuelas de Arabia Saudí y Afganistán, me preguntaron si podían incluir frases del Corán». En Israel –destino anterior de Palma–, se incorporaron al dado frases de la Torá. Y en catequesis parroquiales de todo el mundo es habitual encontrar el dado de la paz con citas evangélicas. «Es la universalidad del mensaje de la paz. Cada uno tiene que hacerlo suyo». Esa es también la filosofía con la que la organización internacional Living Peace ha ido estableciendo alianzas con organizaciones sociales de todo el mundo (hoy son 72), que han hecho suyo este método, a la vez que comparten con el resto de la red sus metodologías e iniciativas de educación para la paz.

Acciones concretas, no discursos

Una de esas organizaciones representada en la jornada de formación celebrada en Madrid es la ONG Pakistan International Human Rights, nombre con el que el activista Hassan Turi rebautizó recientemente la organización ante la avalancha de amenazas procedentes de grupos fundamentalistas. «Nos dicen que solo ayudamos a cristianos», aunque «tanto o más que esto les molesta el apoyo a minorías LGTB o la promoción de la mujer en las zonas tribales», las más pobres del país, cuenta a Alfa y Omega.

Living Peace, asegura, se ha convertido para él en un apoyo moral muy importante, «sobre todo en momentos en que estás desmoralizado porque no recibes más que ataques e insultos». Además es un banco de buenas experiencias que le permite comentar con los demás sus iniciativas y aplicar «los métodos que les han funcionado a otros» cada vez que visita una madrasa [escuela coránica] para dar charlas sobre la paz y promover «una visión tolerante del islam».

El reto es «no hacer discursos, sino proponer acciones muy simples y concretas», explica Pilar Margall, antigua profesora de instituto en Gerona ty coordinadora de Living Peace en España. Todo ello, unido a proyectos «más grandes o más pequeños» de Aprendizaje-Servicio, que vinculan la formación académica en las aulas con proyectos sociales que deben revertir en la comunidad. «Poco a poco, se va generando una dinámica en la que los chicos y chicas van interiorizando todo esto». Algunos, los más implicados, se convierten ellos mismos en «embajadores de la paz. Es fantástico, pero todo se reduce a esa idea tan simple de que, para que haya paz en el mundo, necesitamos vivir la paz con quienes nos rodean y en nuestro corazón».

Embajadores de la paz

Alejo Espinosa (Colombia)

La Fundación Mundo Mejor, que preside, gestiona 17 escuelas infantiles municipales en Medellín, con unos 1.500 niños de 2 a 5 años desplazados por el conflicto o provenientes de familias en situación de exclusión. La jornada empieza cada mañana con el dado de la paz. «Esto les enseña a resolver sus conflictos con herramientas muy sencillas», cuenta Alejo Espinosa. Pero las implicaciones van más allá, porque «se vuelven ellos mismos embajadores de paz en sus entornos». Es el caso que «vino a contarnos hace poco una mamá: tuvieron una discusión fuerte en la familia y fue la pequeña de 3 años la que consiguió que se reconciliaran».

Azeez Sadeq (Irak)

«¿Habéis pensado en la posibilidad de perderlo todo de repente? Tu casa, tus amigos, tu familia…». Así comienza sus charlas en escuelas Azeez Sadeq, cristiano iraquí de 23 años exiliado en Lyon (Francia). Huyó en 2014 con lo puesto de Qaraqosh a la llegada del Daesh. Rumbo al Kurdistán, se encontró con colas infinitas de refugiados. Los peor parados, los yazidíes: «A ellos no les dieron siquiera la oportunidad de convertirse al islam, asesinaron a los hombres y violaron a las mujeres», cuenta. Ultima un proyecto para personas sin hogar. Su objetivo, «ayudar a otros que lo también han perdido todo».

Nahuel Fernández (Uruguay)

A sus 20 años, este estudiante de trabajo social lleva ya cuatro como embajador de la paz. Trabaja con un niños y niñas TEA («con capacidades diferentes», dice), y al mismo tiempo desarrolla diferentes diversas en escuelas y asociaciones juveniles en la ciudad costera de La Floresta. En su metodología suele recurrir al arte. Comprendió el «enorme potencial educativo del trabajo creativo con las manos» cuando, en 2016, se organizó con otros jóvenes para ayudar a los niños víctimas de las inundaciones que dejaron varios muertos y más de 10.000 desplazados.

Nicole Helou (Líbano)

Después de 30 años trabajando con niños sordos, indistintamente musulmanes, cristianos y drusos, la escuela de Nicole Helou en Beirut, con capacidad para unos 60 alumnos, se ha visto sometida a prueba con la llegada de chicos y chicas refugiados sirios con la misma discapacidad. «Somos la prueba de que la fraternidad entre diferentes es posible», afirma, rodeada en Madrid de cinco de sus alumnos. El proyecto busca involucrar también a las familias desde la filosofía –dice– de que «la paz se construye a través de pequeños gestos en la vida cotidiana».