La Jornada Mundial de la Juventud nos ha dejado una preocupación por dinamizar la pastoral juvenil y la pastoral vocacional. Los momentos esenciales se encuentran en la oración y en la celebración de la liturgia; constituyen el espacio ideal para que cada uno pueda descubrir la voluntad de Dios en su vida. A la vez, toda la Iglesia diocesana ha de rezar por las vocaciones.
Los educadores, y especialmente los sacerdotes, no deben temer el hecho de proponer la vocación al presbiterado a aquellos jóvenes en los que aprecien los dones y cualidades necesarios para ello. El interés por la vocación en los jóvenes depende, en gran medida, del testimonio de sacerdotes felices de su condición.
También es necesario cuidar el ámbito familiar del joven con el fin de recuperarlo como su primer lugar de educación en la fe. El trabajo por las familias y con las familias favorece el nacimiento y la consolidación de las vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida consagrada. Desde el ámbito de la pastoral familiar, es preciso potenciar una cultura de la vida, que ayude a que los matrimonios acojan generosamente el don de la vida y que valoren la vocación sacerdotal de un hijo como el mayor regalo de Dios.
Es necesario, además, en el ámbito de la pastoral juvenil y vocacional, la gran tradición del acompañamiento espiritual individual, que ha dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la Iglesia.
ía tres elementos clave de la pastoral juvenil, que inciden en el problema de la falta de vocaciones. Primero, confiar en los jóvenes y plantearles un ideal de perfección; en segundo lugar, conocer y acompañar a los jóvenes, guiarlos, responder a sus inquietudes, dialogar con ellos; por último, propiciar el encuentro con Cristo, la única Persona que llenará de plenitud sus vidas. A partir de ahí, serán capaces de comprometer sus vidas a través del camino que Dios les indique, ya sea el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio. Que, en cualquier caso, sean generosos a la llamada del Señor, como lo fue María.