La Pascua, a través de la liturgia. Hijos de la luz
En estas fechas, toda la Iglesia se dispone a celebrar la Pascua, la Fiesta de las fiestas, como la define el catecismo de la Iglesia católica. El Padre nos entrega a su Hijo Jesucristo, que muere y resucita para nuestra salvación. Es la noche de la alegría, de la plenitud y de la luz, y así lo expresa la liturgia:
En la Vigilia de Pascua, el pueblo cristiano se reúne para celebrar la historia de la salvación. Para ello, la Iglesia católica cuenta con una liturgia definida llena de signos, con un profundo significado. El gozo interior que produce la resurrección de Cristo y el saberse salvado se manifiestan exteriormente en la alegría de los elementos. El color morado, usado en la Cuaresma, y el rojo, en el Viernes Santo, dejan paso al color blanco, símbolo de la alegría, la pureza y el esplendor que trae consigo la luz. La Vigilia Pascual es una noche en la que todo en la Iglesia resplandece: la noche deja paso al día, y el pueblo puede andar con alegría y sin temor por todas las vicisitudes de este mundo, guiado por el Buen Pastor.
La Iglesia católica nos invita a vivir de forma real y personal toda la historia de la salvación. En el fondo, se trata de la historia de cada cristiano, que, en un momento determinado, hastiado de los sinsabores y de la futilidad de la vida, se vuelve a su Creador. La Pascua es el momento de la reconciliación del hombre con Dios; un Dios que, al igual que el padre de la parábola del hijo pródigo, cuando avista al hombre de lejos sale a su encuentro, sin esperar a que llegue hasta Él, y no duda en sacrificar lo mejor de su casa y vestirle sus mejores ropas.
La liturgia de la Pascua exige que la luz ocupe un lugar central en toda la celebración. La luz representa a Cristo, que con su muerte y resurrección ilumina al hombre en su caminar por el mundo. Se trata de una noche gloriosa y jubilosa en la que, como dice el Pregón de la Pascua, se unen lo humano y lo divino.
Un sacrificio de alabanza
La luz se encuentra omnipresente en toda la celebración. Comienza con un lucernario en el que se bendicen el fuego y el cirio; hay una procesión con velas y se lee el pregón de la Pascua: ¡Exultet!, en la que la Iglesia y el pueblo de Dios muestran su gozo y su alegría por la resurrección del Salvador. Es una noche en el que los Gloria y Aleluya exaltan la magnificencia de Dios.
Tras la bendición del fuego, en el exterior de la iglesia, se bendice el cirio pascual. Éste es uno de los signos más expresivos de la vigilia. Si la bendición del fuego es símbolo de Cristo-Luz, el cirio representa a Jesucristo vivo. En él, se graban la cruz, la fecha y las letras Alfa y Omega del alfabeto griego. Mediante esta inscripción se recuerda a los creyentes que Jesucristo es el primero y el último, el principio y el fin. En referencia a las cinco llagas, se incrustan cinco granos de incienso.
El cirio tiene también un sentido sacrificial. Este aspecto lo destaca el pregón de la Pascua, al pedir al Padre que acepte «este sacrificio vespertino de alabanza, que la Santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio». El cirio permanecerá encendido hasta Pentecostés. Posteriormente, se encenderá siempre que se celebra el sacramento del Bautismo, y en ocasiones como en los funerales, porque un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su vida terrenal.
De la esclavitud, a la libertad
La procesión de los creyentes, tras el cirio, entonando tres veces: Luz de Cristo, demos gracias a Dios, mientras se encienden las velas y las luces de la iglesia, recuerda la columna que guía al pueblo de Israel en el Éxodo. Representa también a Jesucristo, nuevo Moisés, que dirige a su pueblo por el desierto y las dificultades del mundo hacia la Tierra Prometida. Encender las velas recuerda también al creyente que él mismo, por el hecho de creer, se convierte en luz en mitad del mundo. Esta luz no viene de él, sino de su Salvador, centro y razón de toda la Historia, porque de Él, por Él, y para Él, son todas las cosas.
El Exultet cierra la liturgia de la Luz. Luego, vendrá la liturgia de la Palabra, que comprende nueve lecturas, siete del Antiguo Testamento, una de las Cartas de san Pablo y el Evangelio; y la liturgia bautismal. En ésta, se bendice el agua, se bautiza a los neófitos y se renuevan las promesas bautismales. La liturgia eucarística y la partición del Pan culminan la celebración de la Vigilia.
La Pascua es el momento en que el pueblo cristiano revive y celebra su salvación. Es el momento en que, al igual que los antiguos judíos, recuerda lo que Dios hizo por mí, al salir de Egipto. La Pascua es el paso de la oscuridad a la luz, es la salida de Egipto, del abandono del proyecto de vida personal y de la aceptación del plan de Dios para el ser humano. La Pascua es la historia de la liberación de un pueblo pero, también, es la historia de liberación de cada cristiano que abandona su propia zona de comodidad para dejarse guiar por Dios y adentrarse en la aventura de la fe.
Pilar Orihuela y José Babé