La ofrenda de la viuda pobre
32º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 12, 38-44
Quien se acerque habitualmente a la lectura y meditación de los pasajes evangélicos descubrirá que, en las enseñanzas de Jesús, existe una predilección especial hacia lo pequeño, lo escondido, lo imperceptible, tanto en el ámbito físico como en el moral. El Señor quiere, a menudo, poner como ejemplo para la instrucción de los discípulos pequeños detalles del día a día. En el ciclo de lecturas dominical o cotidiano encontramos referencias a la levadura, la sal o al grano de trigo y de mostaza, elementos que humana y económicamente no poseen gran interés, pero que, por una parte, pueden ser fundamentales para la vida y, por otra, al principio aparentan ser algo de mucho menor valor que el que en realidad tienen. Páginas como las del óbolo de la viuda nos ayudan también a detener nuestra mirada en todos aquellos que, de una manera discreta, constante y sin una especial puesta en escena, hacen posible que el Reino de Dios se haga presente en nuestra vida cotidiana.
Para entender algunos detalles de la escena del Evangelio de este domingo es conveniente fijarse en el lugar donde se encuentra Jesús observando a la gente: el entorno del templo de Jerusalén; un espacio que, con el paso de los años, se había convertido en escenario de comercio, vida social y, sobre todo, superficialidad, algo completamente alejado de la finalidad del recinto, como ámbito de la presencia y de culto a Dios.
Manifestación de su autoridad
Aun conservando las formas rituales externas, el primer centro de la vida religiosa de Israel parecía más ser una plaza para alardear ante los demás. Pero, ¿qué busca exactamente el Señor poniendo como ejemplo la viuda del templo? Ante todo, el vínculo entre Jesús y el templo está unido a la manifestación de su autoridad como Hijo de Dios. En contraste con las incesantes disputas entre los distintos grupos religiosos que merodeaban en torno al principal lugar de peregrinación judía, el Señor aparece sentado, posición que alude a la cátedra, como sede desde la que se enseña. De esta forma, de un modo simbólico, Jesús zanja con su doctrina las disputas en torno al templo. En segundo término, esta enseñanza tiene como horizonte el contenido del culto debido a Dios, que ha de huir siempre de la apariencia, del negocio o del descuido de la caridad hacia los demás. En este sentido, se detecta un gran paralelismo con el pasaje de la expulsión de los mercaderes del templo o con la parábola del fariseo y el publicano. Tanto en este último caso como en el pasaje de este domingo, destacan la sinceridad y pureza de intención en la oración o en la ofrenda realizada. Con todo, lo más relevante es la incondicional entrega a Dios de esta mujer, puesto que la donación de todo lo que tiene para vivir es signo, en realidad, de la entrega de sí misma.
Dando un paso más, podemos afirmar que, cuando Jesús pone como ejemplo la ofrenda de la viuda, se está refiriendo a la entrega completa y definitiva de sí mismo, como nos recuerda la segunda lectura de la Misa de este domingo, tomada de la carta a los Hebreos: «Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos».
La alusión de Jesús a la viuda del templo estaba preparada proféticamente en el Antiguo Testamento. De ello da cuenta la primera lectura de la Misa, con la narración del libro de los Reyes. Allí, la viuda de Sarepta, pobre a los ojos del mundo, cumplía una misión de servicio a Dios, a través del profeta Elías, poniendo de manifiesto una total confianza en el Señor.
Más allá del valor material de estas acciones, la Palabra de Dios nos está preparando, paso a paso, para poner toda nuestra seguridad en el Señor y abandonarnos a Él. Este es el sentido final del dar todo cuanto se posee para vivir, o de echar todo lo que se tiene.
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».