La nueva meta de peregrinación en Roma: la tumba del Papa Francisco

El domingo de la Divina Misericordia ha amanecido en Roma con una nueva meta de peregrinación, la tumba del Papa Francisco en la basílica de Santa María la Mayor, el adalid precisamente de la misericordia en este jubileo que recuerda que la fe siempre es esperanza. Desde primera hora de la mañana, más de 200 personas esperaban ya en un lateral del templo para rezar frente a la tumba de piedra, poco iluminada, del Pontífice argentino.

«Llevo aquí desde las seis de la mañana», explica a Alfa y Omega Ángeles, una mujer argentina residente en Roma que quería ser de las primeras en entrar en la basílica que guarda, a partir de este sábado, la sepultura del Papa número 266 de la historia de la Iglesia. Según transcurren las horas, las filas se han ido alargando y, alrededor de las 11:00 horas, ya daba la vuelta al exterior del templo. Entre los perfiles de visitantes, multitud de peregrinos adolescentes que venían a la canonización de Carlo Acutis, religiosos y religiosas y turistas con sus móviles en la mano.

A las 16:00 horas de este domingo serán los cardenales ya presentes en la Ciudad Eterna los que vayan a rendir homenaje a la tumba del Santo Padre. En la basílica, primero atravesarán la Puerta Santa, visitarán la sepultura, acudirán a la capilla de la Salus Populi Romani y celebrarán las vísperas juntos.

La sepultura se halla precisamente a un lado de la capilla que la alberga y consiste, tal y como pidió en su testamento, en una lápida sencilla de piedra de Liguria, la tierra de sus antepasados italianos, con una única inscripción, Franciscus, en latín. La tumba está en el suelo, dentro de un receptáculo abierto en la nave izquierda de la basílica, y en la pared, iluminado con un haz de luz tenue, a la altura de la vista, hay una réplica de la cruz pectoral que usaba el Papa, en plata y con el Buen Pastor.

En este primer día abierta, la tumba apareció con una rosa blanca sobre la lápida, aunque también se vieron algunas flores en el suelo. Las rosas blancas tenían un significado especial para el Papa Francisco. Cuando alguien le entregaba una de estas flores, para él significaba que santa Teresita de Lisieux había escuchado sus súplicas. Hay que recordar que el Pontífice dedicó una de sus exhortaciones apostólicas a la figura de esta doctora de la Iglesia, C’est la confiance.