Belén y su experiencia misionera en Guatemala y México: «La misión te vacuna contra la indiferencia»
Con Belén Rodríguez Román, cordobesa y psicóloga de profesión, comienza una serie de entrevistas a jóvenes al hilo de la reflexión que la Iglesia lleva a cabo sobre ellos en estos momentos, y que desembocará en un Sínodo en octubre de 2018. Con 27 años, Belén es una de tantos jóvenes que en verano dedicaron sus vacaciones a servir a los demás lejos de sus hogares
¿Cómo empezó todo?
Fue en 2015. Mi familia pertenece a los laicos dominicos y mi madre me animó a hacer una experiencia de misión. Apareció la entidad Selvas Amazónicas, con quien comenzamos la formación en septiembre de ese año. Un año después me fui a Guatemala tres meses, y ahora acabo de regresar de México.
Fuiste sola.
Sí. Cuando empecé la formación ni se me pasaba por la cabeza, pero ahora me alegro. De hecho, repetí. Así me encontré con muchos ángeles en mi camino, pues a pesar de ir sola nunca lo estuve. Ahí tuvieron mucho que ver las hermanas dominicas con las que conviví en Guatemala y México.
¿Cómo era tu relación con ellas?
Era una más, me hacían sentir como de la familia. Me daban la opción de participar en la oración, de acompañarlas en la Eucaristía, de ir a donde ellas fueran…
¿Cómo era tu día a día?
En Guatemala –estaba en un pequeño pueblo del departamento de Baja Vera Paz– nos levantábamos y hacíamos oración. Y menos mal, porque me ayudó muchísimo a afrontar los problemas que surgían. Además de las tareas ordinarias y de las visitas, me puse a disposición de la gente del pueblo para ofrecerles atención psicológica y fue, realmente, una experiencia muy bonita a nivel profesional. Siempre había algo que hacer, pues las hermanas son la referencia del poblado y en casa hay un goteo de gente permanentemente.
¿Qué encontraste en Guatemala?
Una población que tenía que caminar dos horas para llegar al médico o a la escuela; niñas casadas y con hijos a los 15 años, que abandonan la educación para siempre; problemas con el alcohol, que muchas veces derivaban en maltrato a la mujer y situaciones de violencia en general. Pero también tengo que decir que he visto gente generosa, acogedora, que vive la fe con mucha profundidad, que pone realmente su esperanza en Dios. Reconocí a mi Iglesia en aquellas personas, experimenté cómo el pueblo de Dios estaba a mi lado. Estas experiencias me han demostrado que a la misión no vas a ayudar, sino a que te ayuden.
En diciembre del año pasado regresaste para, apenas nueve meses después, volver. Esta vez a México.
No estaba planeado. Cuando volví de Guatemala seguí en el grupo de formación, pues la vuelta cuesta, y me ayudó a compartir con otras personas experiencias parecidas. Tenía intención de volver pero no tan pronto, y así surgió la posibilidad de ir a San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Fue una decisión de última hora. Volví hace poco más de una semana. Esta vez solo pudo ser un mes, mis vacaciones, pues ya trabajo. También mereció la pena. Allí di clases de apoyo a una niña con dificultades de aprendizaje, también catequesis de Confirmación y acompañé a las hermanas en sus tareas.
¿Con qué te quedas?
La misión te ayuda a dejar de ser indiferente, te vacuna contra la indiferencia. Por ejemplo, Chiapas ha sufrido hace poco un terremoto, y enseguida me he preocupado por ellos, los he llamado. Soy más sensible a determinados problemas, por muy lejos que estén. También al de la inmigración, pues conocí la realidad de los que buscan un futuro en Estados Unidos. La misión es un regalo del Señor, un tiempo y lugar donde se producen milagros continuamente. Todos los días hay sorpresas.
¿Volverás?
Me gustaría volver a Guatemala y a México para dar continuidad a lo que hice allí, pero también conocer otros lugares.