La mirada que dice «ya están otra vez»
Una parte del mundo caricaturiza a los palestinos como pobre gente que tira piedras frente al malvado Ejército sionista mientras la otra simplifica a los israelíes y los eleva a pueblo largamente oprimido que combate a los terroristas rodeado de enemigos
En los pocos días de este 2023 ya han muerto 32 palestinos y nueve israelíes. Dicen que en los apenas 300 metros que separan el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas, algún día estallará la Tercera Guerra Mundial. Pero los que dicen eso no entienden mucho de Jerusalén. Ni de la Tierra Santa. La tensión acumulada por años puede que explote algún día, pero esa guerra no será mundial, ya que, en realidad, al mundo no parece importarle el destino de esos pueblos.
Allí no hay petróleo, sino piedras que hablan y odios que envenenan, heredados y enquistados, que van creciendo con regularidad. Al mundo no le importa demasiado y casi observa las oleadas de violencia como quien mira un parque de atracciones; o peor: con la mirada silenciosa que dice algo así como «ya están otra vez». Y sí, una parte del mundo caricaturiza a los palestinos como pobre gente que tira piedras frente al malvado Ejército sionista mientras la otra simplifica a los israelíes y los eleva a pueblo largamente oprimido que combate a los terroristas rodeado de enemigos. Como en todo conflicto, ambos esquemas mentales encierran su parte de verdad y, por tanto, su mentira. En la imagen, un grupo de familiares llora a Eli Mizrahi y a Natali Mizrahi, un matrimonio que fue asesinado junto a otras cinco personas el viernes 27 de enero en un ataque a tiros por parte de un palestino a las afueras de Jerusalén. Un palestino cuyo abuelo fue asesinado por colonos hace años. Horas después, un chaval de 13 años la emprendió a tiros contra dos judíos que se dirigían al muro.
Un día antes, el Ejército israelí había matado a diez palestinos en el campo de refugiados de Yenin, en Cisjordania. Dijeron que fue una operación antiterrorista. Como siempre dicen. Y nadie parece querer parar el ciclo del odio, que solo genera nuevos hijos de sangre. Por eso, el Papa Francisco hizo durante el rezo del ángelus, el pasado domingo, «un llamamiento a los dos gobiernos y a la comunidad internacional para que encuentren, de inmediato y sin demora, otros caminos que incluyan el diálogo y la búsqueda sincera de la paz». Diálogo para la paz. No son palabras vacías, no son un decorado ni un tuit, no es la expresión de un deseo, de una buena intención. Es un clamor, un grito al que nos sumamos todos los que miramos a la Ciudad Santa, arrodillados y rezando en silencio al Dios de Israel, a su Hijo, recordando que en aquellas calles brotó la sangre que nos liberó del odio. Ese misterio de redención puede y debe ser la inspiración de la que brote la única paz posible. Porque es un misterio vivo. Jesús, en la cruz, nos enseñó el único camino posible. Y esa verdad ecuménica es la única que puede enjugar esas lágrimas que vemos en la foto y aquellas otras que intuimos en Gaza y Cisjordania. Esas lágrimas que, en realidad, a casi nadie importan.