La mirada comprometida de Antonello - Alfa y Omega

La mirada comprometida de Antonello

Nos había acostumbrado a mirar el mundo por el objetivo de su cámara, captando esa conexión única con lo que retrataba hasta conseguir que sus imágenes hablaran

Eva Fernández
Barco lleno de inmigrantes que iban de Albania al puerto italiano de Brindisi en marzo de 1991
Foto: Antonello Nusca.

Las grandes fotografías esconden siempre muchas más historias de las que aparentemente reflejan. Concentran tanta fuerza que da igual el número de veces que las veas, porque siempre te van a conmover. Es lo que las hace memorables. Y detrás de ellas encontraremos la mirada de un fotógrafo comprometido. Antonello Nusca nos había acostumbrado a mirar el mundo por el objetivo de su cámara, captando esa conexión única con lo que retrataba hasta conseguir que sus imágenes hablaran, respiraran, olieran, nos hablaran de vidas como las que descubrimos en cada uno de los albaneses que viajan en este destartalado y abarrotado barco. Antonello cubrió la oleada de desembarcos que, a partir de marzo de 1991, como fantasmas flotantes, llegaron desde Albania al puerto italiano de Brindisi desatando una crisis humanitaria sin precedentes, una de las primeras grandes «crisis de refugiados», anticipo de las que continuaría fotografiando en Lampedusa años después. Con esta fotografía ganó varios premios y se convirtió en icónica del éxodo de los albaneses tras el desplome del comunismo en su país. 

Pero al margen del éxito, lo que realmente le importaba de esta fotografía eran las personas que estaban en el barco, si finalmente habían conseguido rehacer su vida. Era como si cada vez que diera al click se propusiera hacer un pequeño homenaje a lo que retrataba, daba igual lo que fuera. En cada rincón anónimo de Roma o del Vaticano, o de Rovere, su paraíso personal en el Abruzzo, en los desplazamientos por Italia para contar al mundo ya fuera la pandemia o la mafia siciliana, utilizaba una técnica que hacía sus fotos únicas: esperaba con calma, observaba y estudiaba su objetivo sin prisas para capturar la esencia de lo retratado, y disparaba en el instante preciso que debía hacerlo. Son fotos que solo conseguía él. 

Conocí a Antonello al poco de llegar a Roma. Había adquirido ya esa veteranía de fotoperiodista con una sensibilidad especial para reflejar las injusticias de la vida cotidiana. Se había convertido en el fotógrafo imprescindible para acompañar a los corresponsales a hacer reportajes, dentro de una profesión muy competitiva en la que sobra vanidad y falta compromiso. Nunca se le oyó hablar de sus éxitos, que fueron muchos. Pero no era necesario que lo hiciera. Su trabajo le avalaba por esa capacidad estratosférica de mostrar siempre el eslabón más frágil en todas las situaciones que retrataba, especialmente si había niños, personas aparentemente insignificantes y migrantes.

Ahora mientras escribo me imagino su reproche cariñoso: «¡Déjate de historias y vamos a trabajar!». Así era Antonello, el primero que llegaba a cubrir la más simple de las informaciones para que todo estuviera a punto. Y siempre encontraba un instante para el afecto, para apoyar al compañero novel, y eso le hizo muy querido, porque, ante todo, jamás dejaba tirado a quien le pidiera ayuda. Por eso, fueron tantos los que estuvieron presentes en su última despedida, todavía incrédulos ante la rapidez de la enfermedad que se le llevó sin hacer ruido. Una forma de marcharse muy al estilo Antonello. Aquel día su hija Giulia, tras escuchar a los amigos, cogió el micrófono para dejar claro que, al margen de su profesionalidad, sobre todo había sido el mejor de los padres

Esta fotografía ocupará siempre un lugar especial en la memoria de su familia. Antes de su muerte, la hija de uno de los que viajaban en este barco se puso en contacto con ellos, porque había reconocido a su padre en uno de los albaneses fotografiados por Antonello. Su mirada comprometida había dado una vez más en la diana. El último día de su vida, Antonello se llevó en la retina la instantánea más bonita que hubiera podido desear. A su lado se encontraban Cristina, su mujer, y sus hijos Giulia y Tommaso. Consiguió el mejor de los Pulitzer. Y a sus amigos nos dejó su cariño y el legado inmortal de sus fotografías.