La medida de nuestro tiempo - Alfa y Omega

La medida de nuestro tiempo

Viernes de la 22ª semana del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 5, 33-39

Carlos Pérez Laporta
Última cena. Detalle del retablo mayor de la Colegiata del Santísimo Sacramento de Torrijos, Toledo. Foto María Pazos Carretero.

Evangelio: Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús:

«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los
tuyos, a comer y a beber».

Jesús les dijo:

«¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán
días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días».

Les dijo también una parábola:

«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace,
el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo.

Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se
derramará, y los odres se estropearán.

A vino nuevo, odres nuevos.

Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».

Comentario

¿Qué es eso nuevo que anuncia Cristo? Él mismo. La razón por la que se ayuna o se deja de ayunar es Él, su Persona, su Presencia. La razón por la que nosotros, los amigos del novio, comemos o dejamos de comer es Él. Comemos para estar con Él, para celebrar su Vida, para nutrir la nuestra con el don de su compañía. Él es nuestra delicia, como dice el salmo; Él es el verdadero placer que esperábamos encontrar en todo lo que hacíamos. Por eso también dejamos de comer cuando no le hallamos, para esperarlo en su ausencia. Todas nuestras prácticas de piedad, toda nuestra religiosidad le busca a Él, quiere encontrarle. Su presencia o ausencia lo cambian todo, son el criterio de nuestra vida. Como dice aquel verso de Borges: «Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo». Así lo ha sugerido también Pablo en la primera lectura: «La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso que­do absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón». Ni siquiera nuestra conciencia es la medida de nuestro obrar; es decir, ni siquiera que nos sintamos bien o mal, eso no es la finalidad de nuestro comportamiento: Él mismo y solo Él, en persona, Él es la medida, es a Él a quien buscamos en este nuevo día.