Carlos del Amor no es un periodista del montón. Esto que parecería un piropo en sí mismo, no lo es necesariamente, porque su forma de hacer y concebir la profesión también le acarrea sus detractores. No se puede gustar a todo el mundo, entre otras cosas, porque no parece que ese sea el objetivo de un Carlos del Amor que se desenvuelve como pez en el agua siendo diferente, haciendo cosas que nadie hace, aunque sea en el minuto y medio que te deja la crónica cultural de un telediario.
Él y su entrevistado son los protagonistas de La matemática del espejo, uno de esos programas imprescindibles en una cadena como La 2. Huérfanos como estamos de entrevistas en profundidad y de entrevistadores que sepan de lo que hablan, Carlos del Amor consigue que personas tan distintas como Lola Herrera o Loquillo —que apenas concede entrevistas porque no quiere ir a sitios donde solo le preguntan estupideces— se sientan como en casa. El programa transita con delicadeza, sin artificios ni grandes alardes técnicos. Es, nunca mejor dicho, un programa para esa inmensa minoría que puebla La 2 y que quiere reposo, sosiego, preguntas lentas sin prisas y sin cortes publicitarios.
Es inevitable que Carlos del Amor rompa la cuarta pared, le imprima al programa su peculiar estilo y se deje notar bastante, en ocasiones más de lo deseable, pero hay que reconocer que quien se sienta a ver un programa de entrevistas conducido por Carlos, lo hace tanto por el entrevistador como por el entrevistado y, en ese sentido, el programa da con creces lo que promete. Se emite los miércoles a las diez de la noche. Es una buena conversación, ni más ni menos. Un pedazo de periodismo que siempre deja algo. Y ese algo es ya mucho, especialmente en tiempos de televisión líquida en los que ya nos hemos mal acostumbrado a que todo pase y apenas nada quede.