La luz del Sagrado Corazón
21 de octubre de 1961. Desde el Vaticano, Juan XXIII pulsa el botón que, por ondas de radio, enciende en Barcelona la iluminación exterior del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, en el monte Tibidabo. Pocos días antes, el templo, al que la Santa Sede había concedido el título de basílica menor, había sido coronado con la gran imagen de Cristo, «que domina las avenidas barcelonesas y el valle del industrioso Llobregat, que abre sus brazos hacia el Mare Nostrum». Imaginando esta panorámica, «nos parece escuchar el mensaje de amor y de fraternidad universales que en la ribera oriental del Mediterráneo brotó de quien, manso y humilde, amó a los hombres hasta el fin». Así lo afirmaba Juan XXIII, en su mensaje al I Congreso Internacional sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, inaugurado ese mismo día. Su celebración conmemoraba la entrega de la cumbre del Tibidabo a san Juan Bosco, y la proclamación del templo como expiatorio nacional, hacía respectivamente 75 y 50 años.
Este congreso era un «vivo consuelo» para Juan XXIII, que esperaba que «cada día se difunda más el culto al Sagrado Corazón de Jesús con la intensidad, profundidad y seriedad que a tan preciosa devoción corresponden». El Papa conocía la existencia del templo del Tibidabo, del Cerro de los Ángeles en Madrid y, de forma especial, del santuario de la Gran Promesa en Valladolid, donde había celebrado Misa el 27 de julio de 1954. «Son jalones glorioso que se alzan en el suelo del querido pueblo español, expresando sus sentimientos de amor y de reparación. Testigos son esos lugares de los raudales de misericordia y de gracia que el Señor derrama y de cuántas personas encuentran un remanso de paz y un refugio de salvación».
Él mismo era el primero. Con apenas 19 años, el seminarista Angelo Roncalli mostró su devoción al Sagrado Corazón haciéndole la promesa de rechazar todo apego a cualquier pecado venial voluntario. Poco después de su ordenación, visitó el santuario de Paray-le-Monial, donde Cristo se reveló a santa Margarita María de Alacoque. Hablaba así de su devoción: «Para protegerme del pecado y que no me aleje de Él, Dios se ha servido de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento. Mi vida está destinada a ser consumida por la luz que surge del sagrario, y es al Corazón de Jesús al que recurro para encontrar la solución a mis problemas».
Esta devoción del Papa Roncalli ha quedado íntimamente unida a España. En 2009, cuando se renovó la consagración del país al Sagrado Corazón hecha por el rey Alfonso XIII, en 1919, en el Cerro de los Ángeles, la fórmula elegida fue precisamente una escrita por este Papa. En ella, se pide a Cristo que sea «rey no sólo de los hijos fieles, que jamás se han alejado de ti, sino también de los hijos pródigos que te han dejado», y de aquellos que «viven separados de ti».