La «luna de miel» de un franciscano en el Santo Sepulcro - Alfa y Omega

La «luna de miel» de un franciscano en el Santo Sepulcro

Fray Alfonso Clara de Jesús es uno de los 16 franciscanos de nueve países que acaba de hacer los votos solemnes en la Custodia de Tierra Santa

María Martínez López
Foto: Custodia de Tierra Santa.

Fray Alfonso Clara de Jesús lleva diez días de «luna de miel». El 11 de octubre, él y otros 15 compañeros, de nueve países, hicieron los votos perpetuos como franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Él, de origen colombiano, está destinado desde hace poco en el Santo Sepulcro. Para sus hermanos no es fácil ver el corazón cristiano de Jerusalén vacío de peregrinos a causa de la COVID-19. «Se los extraña. Con el templo vacío nos falta algo», pues «nuestra razón de ser en Tierra Santa, además de custodiar los santos lugares» y a los cristianos locales, es «hacer posible que otras personas puedan tener esta experiencia», comparte con Alfa y Omega.

Ante la ausencia de grupos, y de los sacerdotes que los acompañan, los siete franciscanos ordenados tienen que hacerse cargo de la veintena larga de misas diarias. Cuentan, eso sí, con la ayuda de frailes de otros conventos de la ciudad. Para los tres sacristanes el ritmo sí se ha relajado. Al menos un poco. Siguen haciendo tres turnos diarios, ya que desde medianoche hasta el cierre de la basílica a última hora de la tarde hay cosas que hacer: tocar la campana para laudes a las doce de la noche, preparar las celebraciones que se suceden desde las cuatro de la madrugada, acoger la procesión del incienso de los ortodoxos cuando llega a la capilla franciscana a mediodía, irse adelantando a todas las estaciones de la procesión católica de la tarde (predecesora del vía crucis), participar en el cierre oficial de la basílica y, después, limpiar, sustituir las velas gastadas, preparar los ornamentos y dejarlo todo listo para el día siguiente.

Pero esos cientos de peregrinos diarios a los que tanto echan de menos son a la vez, reconoce el franciscano, el origen de algunos quebraderos de cabeza. «Aquí hay muchas reglas internas no escritas para una sana convivencia» entre las confesiones que comparten la basílica. Costumbres que la gente de fuera no conoce, y que obligan a los franciscanos a estar constantemente «muy atentos. Y eso crea incomprensiones porque la gente se molesta». También ellos, admite el franciscano, a veces pierden los nervios a pesar de todos sus esfuerzos por ser pacientes. Saben que «hay gente que ahorró toda su vida para venir aquí», y no quieren que se lleven un mal testimonio.

Los recién profesos. Fray Alfonso es el tercero por la derecha. Foto: Nadim Asfour / CTS

De momento, solo fraile

Por eso a fray Alfonso no le cuesta admitir que el ritmo de vida más relajado en esta época tan importante para él está suponiendo «un momento de gracia». Cuando se acaba su turno, «tengo tiempo para mi oración personal, me puedo sentar un rato en la tumba, en el Calvario… y saborear lo que acabo de vivir». Vuelven entonces a su corazón esos momentos de la profesión solemne, cuando «dije al Señor un sí para siempre; que quiero servirle solo a Él. Había soñado con ese momento toda mi vida, con ese darme como se dan los esposos».

Además, como de momento ha decidido no ordenarse sacerdote como sus compañeros, los votos son el culmen de su vocación. «No lo descarto» en el futuro, matiza. Pero de momento se siente llamado a ser solo fraile menor, como el Poverello.

Su camino ha sido largo, y difícil. «Puedo definir mi vida religiosa como una eterna crisis», bromea. El abandono de su padre cuando tenía 10 años le ha hecho tener problemas para aceptar la autoridad. «Soy rebelde y revolucionario. El Señor no me llamó por santo». Su primer amor, cuando con 18 años se acercó por primera vez a una parroquia de capuchinos interesándose por un grupo de jóvenes, fue san Francisco.

«Necesito saber si tengo vocación… para decir que no»

Comenzó un discernimiento que le llevó a un grupo vocacional con esta orden, y luego a pasar cuatro años, de sus 20 a sus 24, haciendo el noviciado con los agustinos. «El maestro me decía todo el tiempo que era “demasiado franciscano”, y yo tiraba hacia delante, intentando enamorarme. Pero al final sentí que no era mi lugar». Al salir, cuidó durante unos meses de su padre enfermo, pero terminó aceptando un trabajo. Allí conoció a una chica, y comenzó a vivir con ella. Y cuando parecía que ya estaba bien asentado, con trabajo y pareja, «comencé a sentir de nuevo, como la primera vez, que tenía muchas cosas pero no me sentía completo».

Por eso buscó a un sacerdote y le hizo una peculiar petición: «Necesito saber si tengo vocación… para decir que no y seguir con mi vida». El clérigo, paciente, aceptó el reto de acompañarle. Luego siguió la dirección espiritual con un carmelita. Y «después de pelear y llorar mucho», aceptó la llamada. Aunque aún no sabía a qué. Tanteó varios ámbitos de la familia franciscana, hasta que conoció la Custodia de Tierra Santa gracias a su casera. Siguiendo el consejo del carmelita con el que se dirigía, a los 26 años solicitó el ingreso.

Así se prepara un franciscano de la Custodia

Era el primer paso del peculiar itinerario de formación de los franciscanos que se vinculan a la orden en Tierra Santa. Para los latinoamericanos, tres meses de aspirantado en Argentina, otros tres en Oriente Medio y seis en Montefalco (Italia), seguidos de otro año de postulantado en el mismo lugar y el noviciado en Monte Albernia, «donde san Francisco recibió los estigmas». La formación hasta los primeros votos «se hace en Italia porque los jóvenes del Líbano, Jordania o Siria que se están formando no pueden entrar en Israel hasta que son frailes».

Es un tiempo en el que, además de continuar discerniendo la vocación, «te enseñan cómo ser fraile: las costumbres, la forma de oración, y las particularidades» no solo del carisma franciscano, sino del de ser cristiano en Tierra Santa. Por ejemplo, una vivencia «complicadísima» como la de la internacionalidad. Alfonso la sufrió de primera mano cuando sintió que algunos le trataban de forma diferente por cosas que habían pasado tiempo antes con otros compatriotas suyos. O cuando se peleó con otros frailes «porque decían que los latinoamericanos éramos unos libertinos y que nuestra fe era deficiente».

También puede ser un reto tratar continuamente a peregrinos de distintos países, sin la ventaja de conocer a las personas a las que te dedicas pastoralmente. Por otro lado, en la Custodia se utiliza mucho más el latín, para la Misa, algunas oraciones, o la procesión del Santo Sepulcro.

Un momento de la profesión solemne de fray Alfonso y sus compañeros. Foto: Nadim Asfour / CTS.

Con la ayuda de santa Clara

Su forma de ser le siguió buscando problemas. Hasta el punto de que «en un momento del postulantado en el que pensé que me iban a echar me encomendé a santa Clara y le prometí que si llegaba a hacer los votos me pondría su nombre». De ahí que ahora se le conozca como fray Alfonso Clara de Jesús.

Con los votos temporales empezaba otra época, ya en Jerusalén, llena de nuevos desafíos. Normalmente, allí se estudian «dos años de Filosofía, uno de idiomas (árabe, hebreo, griego o inglés) y los cuatro de Teología». La trayectoria de fray Alfonso ha sido un poco diferente, pues ya hizo Filosofía con los agustinos y, por tanto, ha seguido un itinerario de estudios particular. También ha seguido sufriendo tentaciones, miedos y dudas. Sobre todo, por la posibilidad de fallar, ser escándalo o acomodarse. Son pobres, pero «como un chico de clase más baja que media en Colombia, aquí tengo más de lo que he tenido nunca». Con todo, subraya, «el Señor ha sido muy creativo para enamorarme, y siempre ha sido fiel, aun cuando yo era infiel».