La liturgia sevillana de Joaquín Turina - Alfa y Omega

La liturgia sevillana de Joaquín Turina

El compositor, fallecido en Madrid el 14 de enero de 1949, consagró su música a una liturgia andaluza, de su vida y de sus gentes, en la que aflora la religiosidad popular

Antonio R. Rubio Plo
El músico al piano en su estudio
El músico al piano en su estudio. Foto: Archivo Joaquín Turina. Biblioteca de la Fundación Juan March, Madrid.

El compositor Joaquín Turina, uno de los grandes músicos españoles del siglo XX, falleció en Madrid el 14 de enero de 1949. Decir Turina es decir Sevilla, la ciudad que iluminó toda su obra, aunque la mayor parte del tiempo residiera en París y en Madrid. Fue en la capital francesa donde se fraguó su estilo musical, tras hacer caso en 1907 del consejo de Albéniz de dedicarse a componer música de raigambre andaluza y sevillana. Hasta entonces era alumno de la Schola Cantorum, una institución francesa que se proponía revitalizar la música religiosa al estilo de César Franck. Pero finalmente Turina se consagró a una liturgia sevillana, liturgia de la vida y de sus gentes, en la que aflora la religiosidad popular.

En Sevilla op. 2, compuesta para piano y estrenada en 1908, no encontramos esa Andalucía pensada y soñada desde París por un catalán llamado Isaac Albéniz. Encontramos la auténtica Sevilla, como en el segundo movimiento, Jueves Santo a medianoche, donde se evoca el recorrido de una procesión y no faltan el toque de silencio, los ecos de una saeta y un lenguaje musical que combina emoción y serenidad. En la obra late una profunda religiosidad, aunque no se ajuste al estilo religioso de un Turina juvenil como el de la Marcha fúnebre y la Plegaria, compuestas para la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, de la que formaba parte Joaquín Turina y que procesiona a un majestuoso Cristo atribuido a Martínez Montañés.

Turina compuso en 1912 un breve poema sinfónico orquestal, La procesión del Rocío, estrenado al año siguiente en Sevilla, Madrid y París. Música descriptiva, llena de colorido, en la que alienta la música popular, la seguidilla y la soleá, en un ambiente festivo que no es otro que el de una fiesta en Triana. Pero la verdadera protagonista es la Hermandad del Rocío de Triana, que regresa al barrio tras participar en la romería almonteña. La flauta y el tambor anuncian la llegada de la Blanca Paloma, recibida con alegría. Se produce una grandiosa apoteosis, en la que se escucha el tañido de las campanas y la trompeta entona discretamente el himno nacional. La popularidad de la obra de Turina impidió suprimirla del repertorio durante la Segunda República, aunque para eliminar la inoportuna referencia musical se recurrió en ocasiones a introducir, pese a las inevitables disonancias, algunas notas del himno de Riego. Pero ni siquiera la política pudo evitar la salida de La procesión del Rocío.

Partitura de 'La procesión del Rocío'

Partitura de La procesión del Rocío. Foto: Archivo Joaquín Turina. Biblioteca de la Fundación Juan March, Madrid.

Hace dos décadas se incorporó al repertorio de la Semana Santa una marcha con música de Turina con el título de Margot. La obra procede de la ópera del mismo nombre estrenada en Madrid en 1914, con texto de Gregorio Martínez Sierra. Los críticos destacaron la frescura y la calidad de la música, aunque juzgaron confusa y desordenada la trama de un triángulo amoroso. Su protagonista es José Manuel, un joven sevillano de buena familia que en un viaje a París conoce a Margot, una cabaretera que se enamora de él y lo sigue a Sevilla, pese a que José Manuel tiene allí a Amparo, su novia de toda la vida. En la noche del Jueves Santo, al paso de una procesión en una callejuela, el joven se reencuentra con Margot, «el alma de París, el alma del mundo, que suspira por ti», pero a la vez Amparo canta una saeta a la Virgen, «Señora de la Esperanza y Madre del Divino Amor». El desenlace, que no es inmediato, reunirá a José Manuel con su novia, mientras Margot entona un canto de tristeza. La transformación de una escena de ópera en una marcha procesional, de la que forma parte la saeta de Amparo, supuso una labor compleja, porque en las notas de Margot se mezclan música religiosa y ese romanticismo andaluz que Turina sabía cultivar especialmente.

Con motivo del centenario del nacimiento de la soprano Victoria de los Ángeles un amigo me descubrió la saeta en forma de salve a la Virgen de la Esperanza de Turina, cuya letra pertenece a los hermanos Álvarez Quintero y que se estrenó en 1930. Turina la ilustró con una música que recuerda a una romanza o un aria de ópera. Ese amigo me contó que la Virgen de la Esperanza le salvó de un grave peligro un 18 de diciembre, día de su fiesta, y desde entonces medita estrofas del poema: «¡La que alivia toda pena; la que cura con sus manos toda herida!». Un poema con esta digna conclusión: «¡Dios te salve, María, Madre de gracia llena; alma de Andalucía, sol de la Macarena!».

Este recuerdo de una música de profunda religiosidad no puede acabar sin estos versos de Manuel Machado: «Turina, canta, Turina, di la música divina, sevillana, gran Turina (y de Triana)».